Prologo

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Prologo

Las tierras eran frías, húmedas y cada vez que caía la noche, parecía que las temperaturas rozaban el suelo, aunque el fervor de la batalla animaba los espíritus de los hombres. La fogata no era más que un puchero iluminando los rostros de los soldados que les acompañaban, intentando darles calor en un lugar tan austero como aquel. La noche nunca le había asustado, y cada vez que el cielo estaba despejado, enfocaba los ojos en las estrellas que mezquinamente brillaban en lo alto del firmamento. Podía contarlas, incluso nombrarlas pero no eran las mismas de Campoestrella, allá lejos en el sur donde las noches eran mucho más cálidas y el sol les abrasaba por las mañanas.

"Deberías comer" la voz provino junto suyo, aunque el lugar que había ocupado un bardo había quedado vacío, y como se había preocupado de mirar hacia el cielo, ni siquiera se había percatado que otra persona se había sentado a su lado. Cuando sus ojos se encontraron con los suyos, Edric se pudo ver reflejado en ellos, aunque éstos eran tan oscuros como un túnel. El trozo de carne debía haber pertenecido a una liebre, tal vez a un conejo pero estaba tan chamuscado que a Edric se le revolvieron las entrañas con solo verlo. Desde que se había alejado desde el camino real, no habían tenido un festín como aquel donde los cochinillos eran asados en estacas, y en el caso de ellos, la mitad de una liebre chorreaba sobre el fuego. Gar Bronzesinger sonrió junto al muchacho " Si no quieres, será más liebre para mí" El enorme hombre sonrió y se llevó el trozo a la boca, el cual devoró en algunos segundos. Edric ni siquiera se inmutó a responderle, juntando sus brazos alrededor de sus rodillas. El resto de los dornienses les acompañaban, aunque parecían mucho más interesados en las prostitutas que habían conseguido en el pueblo; había cosas que en los campos de batalla le agradaban, y aunque las mujeres pronto comenzarían a interesarle, sus razones por estar en ese lugar eran otras. Lord Beric Dondarrion disfrutaba de un trozo de carne, mientras reía con otro grupo de hombres, a varios metros de donde la fogata estaba. Si bien llevaba su armadura, y el escudo con el rayo descansaba a un lado suyo, no lucía demasiado preocupado por lo que pudiesen encontrar en tierras como aquellas. Era un hombre que había luchado en muchas batallas, alguien a quien Edric podría reconocer como un digno caballero, aunque le gustase demasiado el vino y las juergas. El muchacho de cabellos platinados podía entender muy bien porque la actual mano del rey les había enviado a esos lares, y por qué había elegido al Señor del Relámpago para que comandara sus fuerzas en contra de la Montaña. Edric no había tenido oportunidad de verle, salvo tal vez en una de las tantas justas en Desembarco y su temible aspecto le había dado pesadillas, pero como era un Dayne, no iba a decir dichas preocupaciones en voz alta.

Los ojos de Beric se clavaron en los suyos cuando el señor de Refugio Negro desvió la mirada hacia donde se encontraba su escudero. Si bien Beric no lo había dicho en voz alta, Edric sabía que sólo le había aceptado como escudero porque su tía Allyria se lo había ordenado, tal vez siendo esta unas de las razones porque la cuando toda esa guerra terminase, su tía se convertiría en la señora de Refugio Negro. O tal vez no. Quizás Beric había visto algo en él que el resto de los señores de Dorne no, quizás sólo eran razones de sangre. Las personas daban por sentadas muchas cosas, y si bien Edric se convertiría en el señor de Campoestrella en poco tiempo, él no era más que un niño, muchas veces demasiado asustadizo para su propio bien. La risa de Gar Bronzesinger le distrajo, mientras el gigantón de piel oscura reía con la boca llena, mostrando como en los dientes se había quedado atrapados pedazos de conejo asado. Edric rodó los ojos; mitad del tiempo deseaba que la Montaña se rindiera, y la otra que a ese gigantón pirata se lo tragara un pantano. Como era el menor y más inexperto de todos, siempre era blanco de bromas y Gar eran quien las comenzaba. Sus ojos púrpuras no demostraron más que desagrado y antes de que pudiesen burlarse de él, Edric se puso de pie esquivando al resto de los soldados que disfrutaban del pequeño festín, del escaso vino y de las pocas mujeres que habían logrado encontrar en el camino.

A Lannister Debt IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora