Capítulo I

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I

"Regicidio" la voz del muchacho retumbó en el carromato, como si estuviese teniendo una conversación consigo mismo. Sus ojos grises no denotaban más que alegría, aunque no tuviese ninguna sonrisa en sus labios. Se acercó la copa con vino del Rejo y saboreó la fruta, enjuagándose la boca antes de tragarse el brebaje y mirar el contenido del cáliz de oro que sostenía con elegancia. Sus ropajes azules desteñían con el rojo carmesí que inundaba las paredes del estrecho vehículo, y el símbolo del león rampante que llenaba las paredes. Si había algo Lannister en ese hombre, no era más que su cabello color arena, aunque orgulloso le recordase muchas veces que eran familia. " El gnomo envenenó al rey Joffrey" su lengua era afilada, su tono era osco, pero nada le hacía lucir diferente a la comadreja que realmente era. No importaba cuántos ropajes de oro, cuanto rojo decidiese usar; Lyonel Frey seguiría siendo un pariente más del detestado Walder Frey. " La pena por ese delito es la muerte" volvió a llevarse la copa a sus labios, mientras el carromato avanzaba en línea recta hacia donde se encontraba toda la nobleza de Desembarco del Rey. El bullicio de las calles era impresionante en comparación a las ciudades que habían visitado en el camino, así como la cantidad de personas que la caravana comandada por Ser Garth Greenfield debía esquivar mientras ascendían hacia la Fortaleza Roja. Apestaba sin duda alguna, aunque Erin estaba segura que no sólo se trataba de la mierda que se acumulaba en la calles. Sus ojos dispares ni siquiera contemplaron los del muchacho, y prefirieron enfocarse en el camino. Las callejuelas le eran familiares, aunque todo lucía extramente diferente. ¿O era ella quien había cambiado? Sus pensamientos comenzaron a inundar su cabeza, y aunque quiso protestar en contra de las acusaciones de su primo, no dijo nada. " Dicen que la Montaña reventó el cráneo del príncipe Oberyn como si fuese un tomate" una sonrisa volvió a aflorar en su rostro, como si de verdad gozase de la situación. Erin no podía esperar nada diferente de ese hombre, o de cualquier otro que apuntase a su primo Tyrion como el responsable de la muerte del rey Joffrey. Ella no podía poner las manos al fuego por nadie, pero estaba segura de que había sido la justificación perfecta que la reina Cersei y que la mano del Rey habían encontrado para culpar al gnomo de algo. Joffrey nunca había sido un niño afable, no como sus hermanos menores a los que Erin recordaba muy bien, pero ¿eran las razones suficientes para acabar con su vida? Según los rumores, su prima la reina había enloquecido, cegada por la pena y la ira, y había puesto un precio sobre la cabeza de la muchacha Stark, a quien habían casado con su primo el enano. No le sorprendió al enterarse por boca de Lyonel de todas las cosas que se había perdido gracias a su travesía por el desierto dorniense; si Tywin Lannister comandaba algo, si creía que una decisión iría a favor de su casa, no habría nada ni nadie que pudiese oponerse al destino de sus marionetas. Tyrion era una de ellas, y Erin era la siguiente.

Sansa Stark era la heredera del norte, pero el asesinato del rey Joffrey no había traído más que problemas y el reclamo por el Invernalia nunca se había concretizado. Pero Erin sabía muy bien que aquel no sería su caso. Si bien su unión no era de vital importancia, sabía que no habría nadie que pudiese detener los planes de su tío. En cuanto pudiese un pie en la Fortaleza Roja, Erin sabría cuál era su destino. Hubiese deseado regresar a casa, aunque hubiese sido con el rabo entre las piernas, pero tener que ver el rostro de la reina, de su condenado tío...No habían palabras para explicar la sensación nauseabunda que la embargaba, y aunque hubiese preferido llorar, sabía que eso no le haría más que débil No llorarás se había prometido así misma en el segundo día de viaje, cuando se había alejado del Paso del Príncipe sin mayores problemas, sólo porque Lord Franklyn Fowler así lo había permitido. Harás lo que te pida, jugarás tus cartas y te vengarás. Los ojos de Lyonel le escudriñaron de pies a cabeza, aunque era algo a lo que ya se había acostumbrado con el paso de los días. Muchas veces él no decía nada, pero cuando hablaba era como si se tratase de una serpiente, una víbora venenosa que no pensaba antes de decir algún comentario. Y lo peor de todo, es que amaba restregarle en el rostro lo que había ocurrido de vuelta en Ermita Alta. "Hubiese preferido que la Montaña matase a ese imbécil dorniense"

A Lannister Debt IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora