Capítulo II

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III

"¡Siete infiernos, cómo apesta!" exclamó el muchacho cuando intentó levantar el cuerpo. La carne se había hinchado y los perros habían comenzado a comer los dedos de los cadáveres que estaban expuestos. El cielo estaba despejado, a diferencia de los últimos días donde se había dejado caer una llovizna fina pero que le empapaba los calzones a cualquiera. Los cuerpos se habían quedado arrumbados en el campo de batalla, donde el sol los había secado para que las fieras pudiesen disfrutar de la comida. "No tanto como el coño de tu madre" repuso el hermano bastardo que le acompañaba, un chico una cabeza más bajo que él, con los cabellos rubios y los ojos pantanosos tan oscuros como el Forca Verde. "Cierra la boca y jala del brazo" le ordenó su hermano, mirando el cadáver con una sonrisa tiesa en el rostro. Rickon Frey aferró sus manos entorno al brazo de uno de los tantos banderizos de los Stark y comenzó a jalar, mientras su hermano hacía lo mismo con el otro brazo del caído. No fue un trabajo fácil; una veintena de cuerpos habían sido dispuestos sobre aquel soldado, todos en las mismas condiciones que ese pobre diablo. Jalaron con más fuerza, hasta que uno de los cuerpos cayó a los pies del joven Rickon, quien dejó escapar un grito y por poco soltó el brazo del muerto. "¡No seas cobarde!" le espetó Viserys como si fuese un niño de cinco años.

"¿Por qué no arrojamos los cuerpos al río?" sugirió Rickon luego de que lograran mover el cuerpo del hombre. "Sería mucho más fácil"

"Llenar el río de cuerpos no ayudará a nadie" repuso Viserys luego de tirar de la pierna de otro muerto. Esta vez la extremidad asomó sola y en vez de maldecir, el chico se mofó lanzando la extremidad por los aires. Un grupo de buitres se elevó por sobre los árboles cuando la pierna cayó al otro lado del campo, allá donde más Freys se dedicaban a mover los cadáveres. "Tendríamos que desmembrar a cada uno... ¿serías capaz de hacerlo?" le preguntó con una sonrisa en los labios, mientras se limpiaba el sudor con el puño de su jubón. En el pecho se dibujaban las torres de su casa, sucias por el barro y la porquería de los muertos. Allá por donde volaron los buitres, una cara conocida asomó como si se tratase de una comadreja. "¡Hey, no se detengan!" reclamó el hombre que también llevaba los colores de su casa, pero que por su línea sanguínea no se dedicaba a aquellos trabajos tan deplorables. Merrett Frey nunca ensuciaría sus manos con los muertos, aunque le gustase lucir como un hombre temible. No lo era, aunque tuviese todo el aspecto de ser un bravucón, no era más que un tonto rollizo con los ojos taimados.

"Podríamos lanzar a ese al río... ¡Mierda!" apuntó Viserys a regañadientes cuando daba vuelta uno de los cuerpos que estaba de espaldas. Aunque era fuerte de estómago, retrocedió a ver el trabajo que los gusanos habían hecho. "Te aseguro que algún día veremos al idiota de Merrett en estas condiciones" La sola imagen hizo palidecer a Rickon, aunque la idea de ver a ese hombre tan podrido como el cadáver le hizo sonreír. "Se necesitaría de todos los gusanos de los Ríos para acabar con ese idiota" agregó su hermano bastardo cuando montaba el cuerpo en una de las carretillas. "Es tu turno" El rubio sonrió antes de volver a sus labores. Rickon, que era más alto pero menos robusto miró la carretilla con el cejo fruncido pero no iba a permitir que su hermano se riese de él hasta sólo los dioses sabrían cuándo.

Jaló con todas sus fuerzas y las ruedas de madera comenzaron a moverse. Afortunadamente el camino había sido despejado por el resto de los soldados, aunque en la condición de bastardo que él tenía, nunca le dejarían a cargo de la supervisión de aquellas tareas. Muchos hombres trabajaban a la sombra del castillo, moviendo echando mano a todos lo que pudiese servirles mientras que otro simplemente limpiaban el lugar. Algunos hombres se ubicaban en la ribera del río, lanzando trozos de cuerpos con rocas para que hundieran con facilidad, aunque todos ellos eran nietos directos de lord Walder Frey. Para los hijos bastardos no había más que recoger el desastre que el resto había dejado. Detrás de la inmensa torre que tenía su gemelo al otro lado del río, se alzaba una nube oscura de humo que había comenzado esa misma mañana, cuando los primeros rayos del sol había alumbrado en el horizonte. Rickon podía reconocer a todos los parientes que trabajaban arduosamente, mientras despejaban lo que había sido el campamento de los banderizos de los Stark antes de que las Lluvias de Castamere sonasen por todos los salones de El Cruce. Mientras movía la carretilla, los cuerpos inertes mezclados entre sí se movían. Rickon, quien no era tan fuerte de estómago como su hermano Viserys, intentó enfocar la vista en otra cosa que no fuesen los cadáveres, pero era imposible. Sus ojos se clavaron en el símbolo que descansaba en el pecho de uno de los tantos desafortunados, allí donde el dibujo de un oso se había ensuciado con la sangre y el lodo. Sólo había oído las historias, pero bastaba con haber presenciado lo que habían hecho sus parientes del campamento del Rey en el Norte. Había sido una masacre...¿serían los dioses capaces de perdonales por aquello?

A Lannister Debt IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora