Es bien sabido que mi fortaleza no es la actividad física, a duras penas caminar. Pero en aras de terminar con años y años de inseguridades emprendí hace mes y medio un nuevo intento por cambiar mi cuerpo y comencé a asistir a un gimnasio, iniciar no había sido fácil, sin embargo había llegado al punto de levantarme temprano de manera voluntaria con tal de alcanzar a completar mi rutina para el día, me sentía motivada y con un propósito diferente a los que ya había planteado para el semestre. Estaba convencida de que aunque iba al gimnasio para cambiar mi apariencia física me empezaba a transformar por dentro y eso era aún más valioso que pagar una pequeña fortuna para ir a sudar mientras corría, saltaba o hacía algún ejercicio en el que me terminaba temblando todo el cuerpo.
Me levanté como siempre, a la ducha a cantar y luego a pelear con mi propia anatomía para poder ajustar la faja moldeadora y poder irme al gimnasio, caminar a paso rápido porque como siempre los 5 minutos de más se habían convertido en 20 y tenía la firme convicción de que debía esforzarme más en la semana por la cantidad de comida que probé el fin de semana, como siempre saludando a medio barrio y deteniéndome en la casa de mi vecino sexy a ver si el universo se confabulaba para poder verlo de nuevo y no cada mes como suelo hacerlo. Mala suerte, no estaba, así que seguí y luego de los buenos días y el estiramiento escogí una cuerda y me dispuse a saltar. Como dije antes, no soy buena para las actividades físicas, ese es el precio que pago por haber saltado de curso dos veces en la primaria, pero saltar cuerda por algún extraño motivo se me daba bien, o al menos decente, y era de los pocos ejercicios que disfrutaba. No llevaba ni cinco minutos cuando grité desde lo más profundo de mi ser por el dolor tan fuerte que me causó haberme enredado y aterrizado sobre mi píe derecho en una mala posición, enseguida acudió mi entrenadora, alarmada porque ni ella podía creer que me hubiera lesionado mientras saltaba cuerda.
Gritos, lágrimas, quejidos y un píe descalzo e hinchado que empezaba a enfriarse por el contacto con el hielo, ese era el panorama, ese era solo el inicio de la tragedia, lo que parecía sólo un traqueo de mi píe, terminó siendo una fractura importante y que por poco me involucra en una cirugía, para mi suerte solo fue un yeso que me acompañará por 6 semanas, un par de muletas destroza brazos y la esperanza de recuperar la movilidad en un par de meses. Con ayuda de mi mamá inmortalice el momento en una foto no muy favorecedora que termino recibiendo más likes de los que esperaba, y me dirigí a casa, me recosté en la cama asegurándome de mantener el píe y el ánimo elevados, pero al caer la madrugada me invadió la tristeza, no era la discapacidad temporal, ni el dolor, había algo más que me afectaba y no era precisamente tener el píe inmovilizado, era un vacío, de ese vacío que sólo llena una persona y que en ocasiones no es la persona sino el cariño que crees que te transmite. Unos pocos días antes del incidente había empezado a hablar con alguien que vive en otra ciudad, pero cuyas palabras por momentos me hacían sentirle cerca, apareció en el momento en el que quería de todo corazón encontrar a alguien especial y se encargaba de hacerme sentir así con cada mensaje.
Siempre he sido cariñosa y entregada, pero esta vez se me fue la mano, o el píe, y en cuestión de horas tenía una conversación que no tendría con cualquiera y se volvió otra pequeña rutina: despertar, saludarlo, irme al gimnasio, regresar y encontrarle siempre en línea, siempre atento, y justo la madrugada del día anterior en un intento desesperado por conseguir algo más de él desboque todos mis sentimientos y vulnerable e inocente le pedí que no resultará siendo un idiota, me lo prometió y fui mas idiota yo en creerle, sobre el medio día se desapareció, sin explicación, sin discutir, y sin despedirse, llevándose con el la poca seguridad que había obtenido en las 6 semanas que llevaba haciendo algo por mi misma. Ahí, tendida en mi cama con el píe elevado y los ojos clavados en el techo añoraba un mensaje, una notificación, algo, lo que fuera que indicara que pensaba en mi como yo lo hacía y que se había ido por error y que todo estaría bien. La notificación nunca llegó, pero llegaban los recuerdos como olas a la playa, tan sólo 10 días me bastaron para sentirme ilusionada, y sólo un minuto le tomó a él irse sin mirar atrás. Asumí entonces que el problema era yo, parecía que me había convertido en experta en mantenerme soltera, y que entre más empeño colocaba en conocer a alguien más sola me quedaba.
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The Maca Jarta diaries
Non-FictionMaca jarta: Adj. Distraída, tonta, torpe Soy Ana. Soy hija, hermana menor, hermana mayor. Soy estudiante, soy amiga, compañera. Soy Linda y Especial según mi mejor amiga. Soy una Maca Jarta según mi mejor amigo. Y esta es mi historia.