No sentía dolor, el dolor me sentía a mi. Cuando llamé a mi entrenadora y le dije que en efecto me había fracturado y ahora tendría que caminar con muletas ella me convenció de que podía seguir ejercitándome y me dijo que usar las muletas sería un excelente cardio, sin embargo sonaba más como un chiste que una realidad. Deseo de todo corazón que nunca nadie a quien quiero tenga que pasar por esto, no sólo es la dificultad para caminar, sino la dependencia que esto genera, con mis pies buenos y sanos jamás aprecié o me alegré de poder levantarme, de poder caminar y tomar un vaso de agua, de poder estirar hasta el máximo los dedos de los pies al despertar, ni me sentía especial mientras bailaba por toda la casa mientras hacía la limpieza o cuando ponía música a todo volumen para cantar en la ducha, ni pensaba lo práctico que era ir recogiendo mi desorden mientras me cepillaba los dientes. Ahora necesitaba ayuda hasta para bañarme, mucho equilibrio para no caer al piso mientras cerraba los ojos al lavarme la cara y mucha paciencia para soportar las gotas de sudor que me recorren de la cabeza a los pies por el esfuerzo físico, mi casa no es grande, pero los tres pasos que me separan del interruptor de la luz se sienten como correr una maratón.
A pesar de las luchas internas que libro siempre estoy para los demás de buen humor, entre mis ocurrencias y las de mis amigos logramos ofrecer a quien se nos acerca un ambiente amigable y ameno, que me convenía para seguir posicionando mi imperio de venta de dulces y gomitas en la universidad. Pero ya no podía sentarme en la biblioteca como solía hacerlo, porque quedaba en un segundo piso y siendo realistas por mas gente que me rodeara para no caerme, subir las escaleras era un riesgo que no valía la pena correr.
Esa mañana recorrí una cuadra para llegar a una panadería cerca de mi casa, tenía un proyecto para una clase y se trataba de impulsar un pequeño negocio local aplicando lo aprendido en el aula, hubiera valido el esfuerzo si la recompensa obtenida hubiera sido pan, pero la vida es dura y seguir una dieta estricta también. De regreso mi mamá se ofreció a acompañarme, pero el sol ardía sobre su piel y aunque estaba preocupada por mi se vio obligada a acelerar el paso mientras yo me desplazaba como podía, no soportaba mi peso con mi pierna sana, ni el dolor en los hombros y brazos me permitían mantener un ritmo constante, sudaba y jadeaba como si recorriera el desierto y no una calle cualquiera de mi ciudad, y lloraba. Lloraba porque me sentía incapaz de seguir, porque seguir caminando dolía y detenerme a descansar dolía mas. Lloraba porque mi mamá seguía su camino y aunque yo intentaba seguirle el paso el cuerpo me fallaba, lloraba porque sentía de nuevo la pérdida, porque tenía miedo de no poder sola, de que nadie me ayudara, de caminar sin compañía, lloraba porque literalmente el mundo seguía su curso normal y yo me encontraba derrotada con solo dar unos cuantos pasos. Lloraba porque esas lágrimas también las derramaba a escondidas, porque sabía que sollozar no calmaba el dolor y que aún tenía mucho por recorrer.
De repente empezaba a relacionar las muletas con mi vida, conmigo misma, se supone que eran un apoyo a mis piernas, pero terminaron representando todas las limitantes que yo solita me había puesto en la mente y en el corazón, caminaba con ellas aunque me generaban más dolor que bienestar, así como cargaba con mis inseguridades y sonreía para todos como si nada. Las muletas no las podía soltar, las inseguridades si, y aunque podía no lo hacía, las llevó a cuestas a donde voy y las escondo detrás de la buena vibra que proyecto a todos.
ESTÁS LEYENDO
The Maca Jarta diaries
Non-FictionMaca jarta: Adj. Distraída, tonta, torpe Soy Ana. Soy hija, hermana menor, hermana mayor. Soy estudiante, soy amiga, compañera. Soy Linda y Especial según mi mejor amiga. Soy una Maca Jarta según mi mejor amigo. Y esta es mi historia.