Cielo eterno

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Narra Lorenzo

El camino fue largo y silencioso. Luna se mantuvo en su postura enfadada, no apartó se mirada de la ventanilla.  No debí responderle así, pero el miedo esta apoderado de mi ser. No se si esta decisión fue la mejor, tenia dos opciones: esperar a los guardianes en casa junto a los muchachos o huir a su lado y llevarla a nuestro mundo.  Es cierto que Alexander lo puede descubrir y venir a nuestro encuentro o también acabar con mi hermana y amigos. Pero lo que se es que a Luna nadie la lastimara. Ella no me dirigió la palabra en todo el camino, debí haber contestado todas sus dudas y no hablarle en ese tono. Y luego lo del beso, que cobarde fui al despreciarla. Cuando ella salió de mi habitación quede pensando en las mil formas de ir y hablar con ella pero la cobardía me gano, no debo involucrar los sentimientos en mi propósito aunque las ganas de besarla sean cada vez mayores.

Luna se durmió con su cabeza apoyada en la ventanilla, veía si reflejo en el vidrio e imaginaba verla dormir a mi lado cada noche.
Aparque en el costado de la ruta y me despoje de mi campera de abrigo y se la puse sobre su piel fría, verla dormir es una bendición. Me quede ahí observándola hasta que un sonido de teléfono móvil me distrajo,  yo no llevaba uno porque no me he acostumbrado a ellos.  El sonido provenía del bolso de Luna, lo abrí y vi la llamada de su padre. No supe que hacer, lo mejor seria responder la llamada.
Cuando conteste la voz de su padre no se notaba bien pero decidí no darle importancia.
-¿Donde esta mi hija?.- Pregunto.
-Está bien señor, los malditos de los guardianes fueron a la casa por eso decidí llevármela conmigo a Mandiara.- Respondí.
-¿A Mandiara? Tu estas loco.-
No fue la voz de su padre quien me lo dijo sino  la de Alexander. Tenían cautivos a sus padres, me llamaron para saber el paradero de Luna.
-Maldito, déjalos en paz y date por vencido. No podrás acercarte a ella. Te mataré antes.- Dije muy enfadado.
-Eso es lo que tu piensas.- Se limitó a responder y colgó el teléfono.

Supe que nuestro viaje tendría que acelerarse,  de inmediato volví al camino a toda velocidad. No voy a permitir que nos alcance.

Cuando faltaba poco por llegar desperté a Luna, ella abrió sus ojos y me dedico una sonrisa conciliadora que me tranquilizó.  -Estamos llegando al Gran Cañón.- Le dije divertido. Su sonrisa se intensificó.
-Ya prepare el paracaídas.- Me respondió y reí.

Cuando ella vio la playa quedó petrificada, no entendía como un portal podía encontrarse allí. 
-Debemos adentrarnos en el agua.-Le dije casi adivinando sus pensamientos. Me miró y asintió,juntos caminamos hacia el mar, tome su mano para no perderla. Sentí el frío del agua nocturna en mis pies mientras caminaba.
-Espera.- Me freno. -Déjame ver el cielo.- Concluyó.  Levantó su vista y sonrió felizmente. Yo también lo hice y pude descubrir el porque de su felicidad.  El cielo iluminaba sus ojos celestes en los cuales reflejaban las estrellas.  Una mezcla de colores había en ese cielo; azul, rosa, amarillo, anaranjado. Nunca vi tan bello espectáculo y estaba feliz de verlo al lado de Luna.
-Es hora.- Dije y ella bajo su mirada hacia mi. Comenzamos a caminar nuevamente hasta que mis pies lo notaron. Llegamos al portal. Nuestras piernas se fueron sumergiendo poco a poco, luego nuestro cuerpo. En la cara de Luna se reflejaba el miedo y la incertidumbre. Apreté  el agarre de su mano para que ella supiera que todo estaría bien.
Nuestra cabeza se sumergió en el agua y ella cerró sus ojos con fuerza. Yo solo esperaba llegar a Mandiara a su lado. 
Cruzamos por el portal lleno de una luz rojiza, y aparecimos en suelo firme. 
Estábamos en nuestro mundo.
-Luna, puedes abrir tus ojos. Hemos llegado.- Le dije ansioso.

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