Capítulo 6. "Ciudad de Fuego."

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La noche se había vuelto terriblemente espesa y Ziri no podía recordar en qué momento preciso había empezado a sudar. Liraz miraba por la pequeña rendija de cortinas que daba hacia fuera, meciéndose suavemente al son del viento. Sin embargo, el griterío de fuera se atenuó hasta que no hubo mas que un quedo murmullo que se extendía por el campamento como una ola que barría con todo, trayendo miedo.

Ziri maldijo en voz baja, tratando de apaciguar a sus alas que batían nerviosamente detrás de él, listas para extenderse y recorrer el cielo en busca de la fuente de la extraña estática que había impuesto al campamento a la fuerza. Liraz, tambaleante, se levantó de su catre y miró a la misma dirección de Ziri. 

El kirin supo que si la serafina hubiera sentido otra sencación a parte de sus alas ardiendo quedamente, habría sentido un escalofrío como el que el había experimentado él mismo. Algo estaba mal. Algo estaba muy mal. 

Sin miramientos, los dos salieron de la casa de campaña como sombras susurrantes, recorriendo el parámetro y  a pesar de la situación en la que se encontraban, Ziri se encontró admirando la pulcritud de Liraz al caminar. Sus ojos estaban un tanto cristalizados, pero su espíritu de criatura nocturna no se veía afectado de ninguna manera.

Los soldados que habían estado gritando anteriormente guardaban silencio y al caminar unos cuantos metros Liraz le hizo una seña con la cabeza al ver a algunos soldados tirados en el suelo, desmayados e  inmovilizados. Al parecer todos se encontraban fuera y eran un blanco fácil. Menissea era el encargado de éste campamento en especifico y el kirin no lograba dar con el. Comenzaron a dar vueltas como búhos en la noche, un cazador de tormentas pululeando en el horizonte de vez en cuando y el quedo silbido de algo que se escondía en la penumbra. Cada que encontraba un cuerpo tirado o sin vida, Ziri esperaba que fuese Menissea. Pero nunca eran él. Finalmente, decidieron cambiar la táctica y se acercaron al centro del campamento, justo donde la hoguera ardía fieramente, sus llamas batiendo contra la oscuridad incipiente que parecía cernirse desde el cielo y querer tragarse todo... hasta los rayos de la luna. 

-¿Quién anda ahí? -gruñó una voz. Ziri y Liraz dieron un agresivo respingo a donde venía la voz y se encontraron con un horrible Menissea: sus alas ardientes de serafín se encontraban desgarradas y sangrantes. De su cabeza salía un hilillo de sangre que se perdía en su musculoso y bronceado pecho. 

-Menissea -exclamó Liraz, dejandose llevar por la emoción. Había sido su compañero de batalla, según Ziri había entendido. Se arrodillaron ante él, tendido y vulnerable en la tierra oscura-. Por los dioses estrella, ¿qué pasó aquí?

Y justo cuando el jefe encargado comenzaba a hablar, una silueta recortada salía de entre los arbustos y le cortaba la cabeza de un solo tajo a Menissea. 

El kirin observó, en shock, como un ser los miraba desde arriba, proclamándose dios.

Ziri se preguntó si sus ojos estarían engañándolo: sus manos eran garras, como de un león. Sus ojos reptilianos los vislumbraban con asco y arrogancia. Habían escamas verdiazules que brillaban quedamente ante la hoguera en sus hombros, sus manos, sus piernas. No perdía totalmente la figura humana y las alas que batían atrás de él, monstruosas, eran de... de serafín.

¿Qué eran? ¿Quimeras? ¿Serafines? ¿Los dos? 

-Bienvenidos sean a la nueva era -dijo, su voz rasposa y entrecortada. Sangre seca hacía bizarros patrones en su piel. Más figuras salían de la penumbra, parecidos a él-. Somos los mestizos y venimos a proclamar lo que es nuestro.

¿Ya nos presentaron? Mi nombre es Ziri.Where stories live. Discover now