Capítulo 7.

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"(...) Volteé a mirar para ver a mi hija por una última vez... Pero ya no estaba. Intenté buscarla entre la multitud pero no logré encontrarla."

Fue muy duro los primeros meses el estar lejos de mi hija. Saber que se encontraba ahora tan lejos de mi. No podía negar el hecho de que me hacía más falta de la que pensaba. A pesar de todo lo que estaba sintiendo en ese entonces, no me detuve en ningún momento. Seguí mi camino en búsqueda del hijo que Adam y yo habíamos tenido que dar en adopción algunos años antes del nacimiento de Louisa.

Fue una tarde de verano cuando Adam y yo nos enteramos que seriamos padres por primera vez. Yo sentía una emoción gigante recorriendo todo mi ser, aunque también me sentía asustada pues sólo tenía quince años. Adam no parecía tan contento para ser honesta y la verdad es que no lo culpo; nadie está listo para ser padre a tan corta edad.
Una mañana de un veinticuatro de diciembre, nadie estaba esperándolo pero pasó. Mi primer hijo había nacido. Era un bebé pequeño y hermoso. Nunca pude olvidar la primera vez que lo tuve en mis brazos. Habría dado lo que fuera por tenerlo unos segundos pero rápidamente, y antes de que él siquiera pudiera abrir sus pequeños ojos, llegó la representante del centro de adopción y tomó al pequeño y se lo llevó. Nunca jamás los pude volver a ver.

Emprendí mi viaje de Londres a Lyonshall, mi pueblo natal -y también el de mi pequeño. El viaje fue largo y agotador. Tardé casi 5 horas en llegar a Lyonshall, no había trenes por lo que tuve que buscar un autobús lo más pronto posible. Al llegar me sentía extraña. Sentía que ya no pertenecía a aquel lugar que me vio nacer. Salí de la estación de autobuses y me dispuse a caminar hacia la casa de mis padres. Mientras caminaba, comencé a recordar miles de recuerdos que tenía de cuando era niña y jugaba por las calles de este pequeño pueblo inglés. Tantos recuerdos recorriendo mi mente hicieron que se alborotaran mis emociones y no pude evitar empezar a llorar. No podía caminar mientras lloraba. No solo el hecho de todos estos recuerdos que atormentaban mi mente en ese instante sino también el hecho de haber tenido que dejar a mi hija me estaban destruyendo lentamente. Decidí sentarme en una banca mientras intentaba calmarme un poco.

Mientras me secaba las lágrimas, saqué un papel donde tenía anotada la dirección de mis padres y comencé a intentar recordar el camino hacia la casa de ellos. Por suerte era un pueblo chico y no era tan fácil perderse. Me levanté, algo más calmara y seguí mi camino. No tardé mucho en encontrar la casa de mis padres. Abrí la reja del ante jardín y procedí a llamar a la puerta; pero antes de que diera el primer golpe, mi madre abrió la puerta y salió corriendo a darme un abrazo. Al sentir lo fuerte que me abrazaba mi madre, solté mis maletas y la abracé con la misma intensidad con la que ella lo hacía. Aunque estaba evitando llorar más, ese momento madre e hija logró sacar de mi aún más lágrimas. Al separarnos, mi madre notó lo mucho que había estado llorando últimamente.
–¿Está todo bien?– preguntó tomando mis manos entre las suyas. Intenté responder pero las palabras no lograban salirme de la boca.
–Ven, entremos a la casa para que te calmes un poco y me cuentes mejor las cosas. Al entrar, me senté en la sala de estar y mi madre me ofreció un té. Mientras lo bebía, le comenté todo lo que había pasado en los últimos días: mi separación con Adam, el haber tenido que dejar a mi hija ir y la razón por la que había vuelto a este lugar: para buscar a mi hijo.

Hablamos toda la tarde. Por fin había logrado dejar de llorar. Justo cuando me disponía a subir mis maletas hacia la habitación de huéspedes, mi padre entró por la puerta principal. Casi le da un paro cardiaco al verme subiendo por las escaleras. Al verlo, no pude evitarlo pero corrí a darle un fuerte abrazo; todas mis maletas rodaron escalera abajo pero no me importó. Hacia tanto tiempo que no veía a ninguno de mis padres que no podía evitar el hecho de darles el abrazo más fuerte y caluroso que mi ser me permitiera. Fue un abrazo intenso y conmovedor, igual que el de mi madre pero sin tantas lágrimas de mi parte. Ignoramos por completo el hecho de que todas mis cosas estaban regadas en la entrada porque mis maletas se habían abierto mientras rodaban por la escaleras y nos dirigimos hacia el comedor para hablar y comer. Mi madre preparó un aperitivo ligero y rápido y nos dispusimos a comer y hablar. Le conté a mi padre lo mismo que le había ya contado a mi madre. Al igual que ella, quedó sin palabras.

El tiempo pasó volando. Ya era la hora de ir a dormir, y la verdad sí que lo necesitaba. Había sido un día agotador de distintas formas para mí. Además, a la mañana siguiente tenía una cita en el orfanato donde había dejado a mi hijo años atrás. No tarde mucho en quedarme profunda. Soñé en blanco y negro esa noche.

La mañana se pasó volando. No me di cuenta cuando ya había llegado la hora de la cita en el orfanato. Entré y hablé con la misma mujer que se llevó de mis brazos a mi pequeño el día en el que él nació. No hablamos mucho ya que por cierta política del orfanato no podían rebelar información de los adoptantes. Lo único que ella me pudo revelar era el nombre que le habían dado a mi hijo y el lugar donde vivía la familia que lo adoptó: La familia Tomlinson, de Doncaster, Inglaterra. Decidieron dejarle el mismo nombre que le habíamos puesto Adam y yo el día que nació: Louis.

Ahora sabía a dónde tenía que ir. No lo dudé dos veces y al salir del orfanato, corrí a la estación de trenes y compré el primer pasaje directo a Doncaster. Sentía que estaba cada vez más cerca de encontrarlo, me sentía feliz.

Decidí escribirle una carta a mi pequeña Louisa contándole sobre lo que había pasado estos pocos días que habíamos estado separadas. Adam, el padre de mis hijos, me había dado una dirección postal para enviarle cartas a mi hija. Estaba dispuesta a escribirle una carta a mi hija una vez por semana.

Este día se pasó aún más rápido que el anterior. A la mañana siguiente, desperté a primera hora, arreglé mis cosas y me dirigí hacia la entrada. Me despedí de mis padres y me monté a un taxi que me llevaría hacia la estación de trenes; pero antes, me dirigí a la oficina postal más cercana y envié la carta que le había escrito a mi hija la noche anterior. Una vez enviada, me dirigí a la estación de trenes. Llegué justo a tiempo, ya que recién habían llamado a mi tren. Abordé y me senté junto a la ventana. No podía dejar de pensar en el hecho de que tal vez, después de todos estos años, por fin vería nuevamente a mi hijo. A Louis.

La Hija de Calvin HarrisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora