6. ¿Tienes algún problema?

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DING, DING, DING… tercer y definitivo asalto.

No se había permitido llorar, suponía que había agotado su reserva de lágrimas para toda la vida, su futuro como plañidera era incierto.

Eso la hizo sonreír, exactamente sonreía desde por la noche, cuando recordó su encuentro con Jamie en el supermercado: ella y Ethan discutían acerca de los donuts.

No había pasado tanto tiempo, pero a veces se olvidaban ciertas cosas que no parecían importantes pero que, como en este caso, habían servido para subirle el ánimo y endulzarle el humor.

Pensó en una nueva estrategia para enfrentarse a Jamie, estaba visto que la seducción había que reservarla para cuando consiguiera animarse lo suficiente. Sería complicado, pero intuía que un poco más adelante tendría que utilizar sus armas de destrucción masiva, CARANTOÑAS, SEXO Y PALABRAS OBSCENAS.

La táctica sexual no había resultado, la de reconfortar y mimar… tampoco le iba a funcionar, seguro. ¿Y si usaba el contraataque? Tal vez lo que necesitaba era que se plantara ante él y le cantara las cuarenta.

Cuando con resolución emprendió la marcha por el pasillo, poco iba a imaginar que no iba a tener ocasión de poner su plan en marcha.

— Buenos días. —Obsequió a todos los presentes con una gran sonrisa que le devolvieron entre sorprendidos e inseguros.

Supuso que después de lo sucedido el día anterior, no esperaban que apareciera por allí. Pero Jamie era su esposo, y por consiguiente su vida, una no podía abandonar su vida así como así.

Se alegró de que los otros soldados tuvieran mejor aspecto, cruzó un par de palabras de cortesía con cada uno de ellos y se centró en su chico.

La miraba boquiabierto, sabía que no era por su aspecto puesto que llevaba lo que ella llamaba “uniforme de diario”, tejanos y una camiseta, nada especial.

— Buenos días, grandullón. —Usó deliberadamente las palabras de Eleanor, observó que él las identificaba y con ello quiso darle una pista sobre su plan de acción: acoso y derribo.

— ¿Otra vez aquí? —preguntó con desgana.

— Efectivamente, estoy otra vez aquí. ¿Tienes algún problema?

Quería parecer decidida y dura, pero lo estaba consiguiendo a duras penas. No era la mujer cínica de antes, ya había perdido esa gruesa coraza de indiferencia que la había protegido frente a un mundo sin Michael.

Creía estar lista para presentar batalla, pero su ejército era débil y escaso, no sabía si podría aguantar la ofensiva durante el tiempo suficiente en que llegaban refuerzos.

— ¿No te dije ayer que me dejases en paz? ¿Tan tonta eres que no comprendes las palabras?

— Escucha amigo, no consiento que le hables así a tu esposa. —Un hombre enorme, presumiblemente el padre de uno de los soldados, se colocó a los pies de la cama con aspecto amenazador—. No me importa que estés ahí descompuesto. Ella aguanta tus desaires porque parece amarte más de lo que mereces, pero yo te puedo lastimar el otro ojo si escucho que le faltas al respeto de nuevo.

Reese debería agradecer esas palabras pero estaba conmocionada por los continuos desaires de Jamie.

— Eres imposible, es que…

— ¡Hostias! ¡Que te vayas y me olvides!

Como si hubiera recibido una descarga eléctrica, Reese se dio la vuelta y salió corriendo de la habitación sin mirar atrás. No supo si él la había llamado pero no le importaba, acababa de romperle el corazón.

Chocó con Danny en el vestíbulo del hospital, éste la atrapó entre sus brazos y no preguntó inmediatamente qué había ocurrido. La reconfortó durante unos minutos hasta que ella comenzó a hipar después de haber sollozado como un bebé.

— Danny, me vuelvo a casa.

— Lo siento.

Era todo lo que podía decir, sentía su desdicha, lamentaba que su hermano se estuviera comportando como un idiota insensible y le afligía no poder ofrecerle más consuelo a la mujer de la que estaba enamorado.

* * * *

La furiosa visita de su hermano se demoró dos días completos. Esperó que Reese volviera a verlo, una parte de él quería arrastrarse a sus pies y suplicarle perdón. La otra estaba tan avergonzada que jamás le permitiría ponerse de nuevo delante de ella.

Pero Reese no apareció, ni ese día ni el siguiente, y él sintió cómo se moría por dentro, ¿qué había hecho? Ella le amaba, se había abierto a él, a pesar de prometerse que jamás amaría a otro hombre, después de a Michael Bellows.

Solamente él tenía la culpa, ojalá hubiera regresado a casa metido en una bolsa de plástico, ella no merecía malgastar su vida con un despojo como él.

— Estarás satisfecho.

Se sobresaltó y abrió el ojo, no le había oído llegar, tal vez estuviera un poco adormecido. El corazón le brincaba bajo sus costillas, Danny se cernía sobre él como un ave de rapiña, despiadado y letal.

— Hay un insulto que mereces pero no lo voy a decir porque afecta a nuestra madre. Solo puedo llamarte cabrón, y más cosas que ahora no se me ocurren.

Danny estaba enojado como nunca lo había visto, y él lo merecía si le echaba un buen sermón, incluso si le golpeaba.

— Has tardado en venir.

— Decidí concederme unos días para calmarme.

— No lo has logrado —respondió apartando la mirada del rostro enfurecido de Danny. Ya se sentía bastante gusano sin que su hermano lo mirase como si fuese una rata inmunda y maloliente.

— Ella se ha ido. La has perdido, ¿lo sabías, pedazo de animal? —Su tono de voz no subía pese a que era evidente que estaba furioso. Jamie miró a sus compañeros de cuarto, ambos estaban pendientes de la conversación, poca cosa se podía decir en privado—. Has perdido a una mujer que te ha amado por encima de todas las cosas. Dejó a Ethan con los abuelos, sabiendo lo difícil que es para ella apartarse de su lado, para venir contigo. Ha estado dispuesta a enfrentarse a lo que hiciera falta con tal de que volvieras a casa con ella y hacerte feliz. Y tú, como el gusano infecto que eres, le has destrozado el corazón y luego la has echado de tu vida.

Después de la parrafada, Danny se alejó hacia la ventana, se pasó las manos por el pelo un tanto despeinado ya, luego apoyó las manos en el alféizar interior y agachó la cabeza.

— Desprecias lo que yo deseo con tanto fervor… no la mereces, hermanito. Y yo que pensaba que eras mi héroe: haces lo que te gusta, tienes a la mujer más maravillosa y has formado una preciosa familia. —Se separó de la ventana y lo enfrentó una vez más señalándole con el dedo índice—. Eres idiota. —Y seguidamente se marchó.

… Y las lágrimas comenzaron a rodar por su mejilla, ahora le tocaba tragar toda la mierda que había ido diseminando por aquí y por allá.

Espero que os esté gustando esta historia,

¡Ay Jamie! Tiene un largo camino por recorrer. ¿Pero cómo se le ocurre tratarla así?

Te Entregué Mi AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora