Sacude tus cimientos

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   No se puede ser amigo de los cuñados, porque ellos nunca pueden ser percibidos como iguales. Por más que quieras desarrollar una amistad, ellos siempre permanecerán ligados a su sangre y nunca más te darán la razón legítimamente.

El parentesco es un valor agregado que afecta a la amistad. Un hermano es como un superior, que protege y acompaña, pero a veces cansa ( y le decimos latoso).

Contra esto no hay cura. El cuñado es aquel que puede opinar con derecho. Lo único que podría funcionar es distanciarse, y si tenemos en cuenta de que los tres trabajamos en el mismo hipermercado, eso no podría ser algo posible.

No es lo mismo tener que respetar al cuñado, que tener que respetar a la suegra. Porque ellas, por lo general siempre son prejuiciosas, aunque también pueden ser reticentes. Por suerte mi madre siente un profundo afecto por mi esposa y lo único que desea es que formemos una familia sólida.

Ahora me encuentro disconforme con Matheus y en vez de estar en la recepción de mi casamiento con una gran sonrisa, tengo que lidiar con la profunda amargura de Mathilde. La energía negativa después de que Matheus le regaló ese brazalete, a sido casi implacable.

Él es joven tranquilo y bonachón, y tendría que estar sacudiendo su cuerpo en la pista al sonido de la música y no tener que recoger con un pañuelo las lágrimas de Mathilde. No se trata de decirle que hacer para parecer estar en contra de la familia, se trata de poner distancia con la idea de que sus dramas se resuelvan por si solos.

Ciertamente, se puede pensar que Matheus es casi un hermano. Siempre me agradó su forma de actuar, su manera de como maneja sus finanzas y su espíritu. Uno debe reconocer el lado bueno de las personas, sobre todo si es alguién que todos admiran con pasión.

—¿Qué bebes? —preguntó Boyd.

—Todavia no pedí nada.

—¿Por qué? —inquirió.

—Porque Matheus le regaló una bisutería a Mathilde y tiene grabado el nombre de Rubí.

—Ya veo... —inquirió elevando una ceja— , pidamos un vermouth.

Mathilde estaba sentada en la escalera de mármol con balaustradas de aluminio, con un espejo en la mano derecha. Me miró de reojo, se puso de pie y dió un paso largo como si estuviese saltando un charco de agua. Patty esperó que ella se sentara en la barra.

—Mathilde, ¿estás bien? —pregunté.

—Sí.

Hubo un silencio. Ella estornudó y me dirigió una mirada de desaprobación.

—¿Quieres ver el pastel? —preguntó Boyd con una mirada comprensiva.

—Por supuesto, querida.

De a poco la mirada mustia de Mathilde se esfumó y una emergió una mirada rejuvenecida. La melancolía había desaparecido. Por otro lado, yo estaba concentrado en observar a Matheus. Habían llegado las hijas veinteañeras del dueño del salón. Estas chicas serían las mozas durante la fiesta.

Matheus miraba a las muchachas bonitas como si fuesen carteles lumínicos. Parecía que gracias al alcohol se había hundido en una realidad paralela, una realidad donde Monique no existe. De repente su novia lo miró y en ese momento predije la debacle.

Fue Patty quien me dio, como un presente por el casamiento, una cajita que contenía una cadena y un dije con una pequeña brújula dorada. Me indicó que eligiera el momento para usarla, y me sugirió que la usara cuando me sienta perdido sin saber que rumbo tomar. También tenía una brújula dorada para Matheus.

Los Deseos de Demetrius    (𝙽𝚘𝚟𝚎𝚕𝚊 𝚝𝚛𝚊𝚜𝚑)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora