Gélida como la nieve

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Se habían llevado a Mathilde a la clínica. Me eché en la silla y concilié el sueño casi inmediatamente. Estaba acostado con mi mejilla derecha sobre el teclado de la computadora, procurando no hacer movimientos para no presionar las teclas, y escuché el sonido de la fatiga de Matheus.

Cerré los ojos durante un instante y mis oídos comenzaron a oír el barullo del incesante tráfico. El estrépito de los vehículos y el sonido de los carros de compra metálicos no me dejaban dormitar en paz. Mi mente no dejaba de pensar que tenía que terminar de diseñar los panfletos de promociones y luego tenía que correr para ir a ver como estaba mi mujer.

Después de una hora, el paraguayo me dió el pase para salir. Me preguntó por el estado anímico y tuve la impresión de que él pensaba que ella tenía una mala salud. Pero antes de que pudiese reaccionar y decir algo mi móvil comenzó a sonar. Mathilde me llamó para decirme que vaya a la clínica de prisa.

Cuando llegué a la guardia, Mathilde tenía la frente perlada del sudor. Se acercó un médico muy moreno y musculoso. Sus ojos eran grandes y oscilaron al verme. El muchacho me explicó que le había bajado la presión.

—¿Qué es lo que tiene? —pregunté.

—Su esposa tiene hipotensión arterial, más conocido por presión baja, puede haber una disminución de oxígeno en el cerebro y en algunos órganos, que pueden provocar sudor frío, mareos, palpitaciones, debilidad, visión turbia, malestar, palidez o desmayo —explicó vigorosamente.

El moreno me miraba fijamente y una oleada de calor recorrió todo mi cuerpo. Me quedé horrorizado.

—¿Qué debo hacer, doctor?

—Usted tiene que ir a la recepción para firmar unos documentos. Necesitamos hospitalizarla hasta mañana —sentenció el médico.

Le di un cálido beso a Mathilde y me dijo:

—Demetrius ve a la tienda de la calle Lavalle, cómprame un camisón de tela de algodón, dos pares de medias blancas tipo soquetes y un conjunto de ropa interior color piel. Ah, también traeme un litro de agua mineral —ordenó con un tono de voz inquisitivo.

Mientras caminaba hacia la tienda, pensaba en todo esto con perplejidad. Entonces me di cuenta de que ella estaba algo delicada y que había que ser más responsable con ella.

Cuando fui hacia mi casa observé que me esperaba Monique y el vendedor de salchichas en la vereda. Al principio no lo reconocí, ya que esta vez estaba más pulcro y sin su delantal de cocina. Me acerqué hacia ellos y solo suspiraba por la proximidad de verlos juntos.

Los dos pasaron a mi casa para tomar una tacita de café con crema. El galanteo del hombre era evidente. Entonces, de improviso, tuve la necesidad de preguntarle si era su nuevo novio. Ella abrió los ojos como plato y lanzó una risilla.

—Aún no —declaró el tipo.

Puso sus manos sobre los hombros huesudos de Monique y la atrajo hacia él. Tenía la tensa determinación de hacer algo y decirle que estaba en proporción inversa al amor.

Mientras estaban frente a mi sentados en el sillón los miraba con perplejidad. La visión de mi amiga había cambiado de una forma brusca.

De repente volvió a sonar el teléfono y mi corazón latió muy deprisa por el miedo de no llegar a contestar, temía presenciar un próximo sufrimiento, o que mi mujer se ponga enferma. La verdad que todo me daba temor.

Los Deseos de Demetrius    (𝙽𝚘𝚟𝚎𝚕𝚊 𝚝𝚛𝚊𝚜𝚑)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora