[3]-Las ratas-

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[Hacía muchas horas que los alrededores de la cama sobre la cual yacía tenía literalmente una muchedumbre incalculable de ratas. Eran feroces, osadas, voraces: me miraban con sus pupilas rojas, como si no hicieran otra cosa que esperar a que me quedase inmóvil para convertirme en su presa...]

Nos observábamos en un duelo silencioso de miradas y a cada instante que transcurría lenta y pausadamente, sentía que mi paciencia se agotaba y a cada segundo que pasaba reseguía con mi mirada el lugar en el cual me encontraba. Una rata salió rápidamente de su escondite mientras que sus otras compañeras, tranquilas sobre la cama parecía que también me escrutasen con sus diminutos rubíes que me incomodaban. 

Escuché sus minúsculas pisadas por el mugriento suelo; la rata se detuvo a la altura de mi pie, donde el tobillo estaba rodeado por unas cadenas de hierro oxidado y oscuro como el carbón. 
Inspiré profundamente dos veces; la penumbra en la que estaba bañado el ambiente profería un aire tenebroso, asfixiante y deprimente. A través de una pequeña rendija entre el muro de grisáceos hormigones se veía una pequeña luz. Llevaba horas intentando salir de aquel oscuro lugar, pero mi mente enturbiada me jugaba malas pasadas y me imposibilitaba pensar con claridad al mismo tiempo en que la incerteza de qué sería de mí me perseguía. 

Perdí la noción del tiempo buscando posibles huidas que sería miles de veces mejor que permanecer un segundo más en aquel sombrío infierno, pero mi estado prisionero, encadenado entre aquellas horribles paredes me limitaban pensar con coherencia. Vencido por el cansancio, sin casi darme cuenta, sentí que los párpados cada vez se volvían más pesados y fui cerrando los ojos hasta quedarme dormido, pero no pude precisar durante cuánto tiempo estuve sumido en un intranquilo sueño ya que cada ruido que percibía me hacía abrir los ojos abruptamente. En algún momento, dejé de sentir de escuchar el leve zumbido de los bichos o las gotas de lluvia que caían cíclicamente sobre el suelo, y pasé a escuchar la melodía de mis lágrimas mezcladas con la tristeza y ahogadas por la desesperación. 

Al otro lado del cuarto advertí la presencia de un cuerpo más, ¿quién podía ser? Alcé la vista y sentí que una náusea trepaba por mi cuello: un cadáver en pleno proceso de descomposición estaba escondido sobre una roca y su cuello descolocado dejaba que su mirada se perdiese entre la mugre del suelo. El cuerpo inerte estaba situado en una posición forzosa, ambos brazos parecían estar aferrados a unas cadenas de la misma forma en la que ocurría conmigo, aquellas eran las cadenas de la muerte y si no hacía nada, el próximo en quedar preso por aquel trágico final, sería yo. 

Impulsado por una valentía inhóspita me levanté del suelo de un bote, tembloroso y mareado, pero con la certeza de que lo último que quería ser era ser un fiambre. 
Entre las separaciones de los ladrillos, ennegrecidos por la carroña y alguna sustancia oscura que estaba incrustada en cada centímetro de pared -posiblemente era sangre, o no, preferí no saberlo-, avancé por la celda y a cada paso, la cadena que quedaba una mica más apretada a mi tobillo y por consecuente actuaba como la hoja de un cuchillo, sentí la quemazón incrementándose cada vez con mayor intensidad pero aquello no era lo peor. 

Cada vez que parpadeaba volvía a tener detrás de mi retina, las imágenes previas a mi reclusión. Recordaba enérgicamente mis últimos momentos de libertad y cada vez que respiraba, anhelaba más libertad que me era robada por aquellos impenetrables muros donde probablemente decenas de personas a lo largo de los tiempos habían quedado atrapadas hasta su último aliento. 
En el momento en el que pensé en mi familia -de quienes sabía que no volvería a ver- sentí que la desesperanza se abalanzaba sobre mí y no me pude contener en el momento en el cual, la rabia, la ira, el dolor y el odio hicieron que un golpe de puño seguido de un grito desgarrador que resonó por toda la celda y rebotó hacia mí como un sonido macabro. Me quemaba la mano izquierda, tenía los nudillos ensangrentados y hundí la mano en mi rota y descosida camiseta mientras veía que se teñía de un fuerte color carmesí. 

Me arrepentía, ¡claro que me arrepentía! De todo lo cometido, de todas las personas a las que le robé su último suspiro de vida, porque ahora las tornas habían cambiado y sabía que todo el mal había retornado a mí. Me arrodillé en el suelo, sintiéndome desesperado, las cadenas habían cortado la carne de mi tobillo y emití un gemido ahogado de dolor. 
Ahogado entre arrepentimientos recé mientras que las lágrimas se mezclaban con la sangre y los gritos animales que profería. Recé con toda la fe que en aquellos momentos aún me quedaban, suplicaba un perdón que sabía que no merecía pero necesitaba que le diesen una sola oportunidad a mi alma corrompida, llena hasta derramar de miles de gotas de sufrimiento. 

Estaba trastornado por el giro de los acontecimientos; nunca hubiera adivinado que todo aquello que en su día hice, regresaría a mí y me llevaría de vuelta a la tumba de la cual jamás lograría salir. 

El sonido pesado de una puerta al abrirse me robó el aliento e hizo que despertase del delirio en el que me había adentrado, vi que habían entrado dos fornidos guardias y les supliqué como un idiota a que me dejasen salir, pero ellos ajenos a todos mis gritos me arrastraron por el suelo empujándome por las muñecas mientras que murmuraban un «Ha llegado tu hora maldito malnacido, escoria como tú no merecen vivir...», pero yo sólo tenía en mente que no moriría sin luchar. 
Y así lo hice, choqué contra los guardias, y les pegué con toda la rabia contenida pero no llegué muy lejos. Cuando me escapé de su agarre, caí al suelo y escuché el sonido de mi propio cráneo al quebrarse contra el suelo. 
Ahora, tengo que tragarme las lágrimas contenidas mientras que el futuro es una pesadilla. 
Y lo peor es que no puedo escapar de este horrible lugar, de una muerte que llama a la puerta y cada vez veo más cerca la guillotina. Sólo espero que el dolor dure un sólo lapso de tiempo, ya he sufrido bastante. 

N.A: El primer fragmento, el que está escrito en letra cursiva, pertenece a un libro, pero no sé a cual, ya que originalmente, esta fue una redacción para la escuela, que inventé tomando como continuación el párrafo en cursiva. 

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