Los invitados sonreían felices, en realidad era un día feliz, muy feliz.
En el interior de la iglesia se respiraba un ambiente plagado de emociones y lágrimas ilusionadas contenidas.
Había más de cien invitados, entre los cuales, no estaba previsto que asistiese yo.
Nadie me veía, nadie notaba mi presencia y mientras que todo el mundo miraba hacia el altar donde los futuros marido y mujer se daban la mano y sonreían bobaliconamente felices, creyéndose todas aquellas patrañas de amor eterno, yo sonreía lúgrubemente, porque era el único ser que sabía que el peligro estaba más cerca de lo que todos ellos creían.Llegó el momento del sí quiero, más lágrimas y sonrisas por aquí y por allá. Toda cursilería me estaba hartando y si hubiese podido, hubiese avanzado en el tiempo, porque yo no sentía emoción por el importante hecho en la vida de la pareja, sino en lo que pasaría después.
Yo no había sido invitada. Nadie había pensado en mí.
Era una presencia omnisciente que podía verles a todos sentados en los bancos de madera, pero en cambio, nadie me podía ver a mí.Flashes de fotografías a por doquier eran disparadas en dirección a la pareja que había iniciado su enlace, -el cual todas las personas deseaban que fuese para siempre, ajenas a saber que ni el "nunca" ni el "para siempre", no existen-, yo sabía que su enlace no duraría más que unas pocas horas, o con suerte algunos días y años.
Se dirigieron al banquete, toda la trupe de invitados esperaban con ansias el momento en el que acabar toda aquella farsa de sonrisas que a mi parecer más falsas no podían ser.
Estaba indignada con todos ellos, con todos los allí presentes que celebraban la felicidad ajena, felicidad que me habían robado a mí.Como he dicho, nadie ha pensado en mí, al parecer todo el mundo se ha olvidado de mí, pero yo no he olvidado a Jacobo, ni tampoco a Estefanía. Especialmente, no me he olvidado de ella.
La asquerosa usurpadora que hizo que toda mi vida se tambaleara un maldito día en el que le sorprendí con la que en su día fue la pareja a quien más amé.
Jamás olvidaría aquella visión por muchos que fuesen los años que pasasen.
Mi único alimento era el odio hacia aquella mujer, y al fin, la venganza iba llegando y todo había quedado en su correcto lugar.Nadie se acordaba de Yolanda, la chica de cabello rubios y ojos oscuros. Nadie la recordaba ya. Hacía mucho tiempo de aquel accidente que se remontaba unos años atrás, cuando había descubierto su romance y exaltada como me encontraba bajé corriendo las escaleras. Nunca hubiera podido predecir el desenlace, sólo sé que desde aquel día no volví a saber ni dónde estaba ni qué era de mí.
Sólo veía a Jacobo y a una mujer, la misma asquerosa fulana que me encontré aquel día.
Poco les importaba mi muerte, él ya tenía su vida, y el recuerdo de una persona que en su día fue especial, poco le importaba. De todas formas, nunca me había amado de verdad, para acabar engañándome a la primera de cambio.Había llegado el día de su boda, había escuchado decenas de veces que querían tener hijos, bien, supongo que debían dar las gracias a que impidiese engendrar unos niños que serían iguales a sus padres, así que en realidad, no era tan malo, ¿verdad?
Estefanía sólo tenía ojos para él, parecía que le amaba de verdad. Le miraba con un amor que casi hacia que sintiese algo en mí para impedir llevar a cabo mi venganza.
Quería vengarme aunque sabía que aquella no era la solución, de todas formas lo había perdido todo, ya no me quedaba nada más.
A menudo me torturaba yendo a la casa en la cual pasó todo y sabía con más certeza qué era lo que tenía que hacer.Todo el mundo estaba sentado en sus asientos, ¿dónde estaba Estefanía? Vi que hablaba con alguien, Jacobo, también estaba conversando con alguien, quizá alguno de sus primos que alguna vez me presentó pero no sabía si eran ellos.
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Cuentos de terror
HorrorPequeños relatos que a veces escribo, no son propiamente de terror, más bien de suspense, pero de todas formas espero que les guste.