[8]-La mensajera de la muerte-

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Cuando tenía dieciocho años tuve que encontrar un modo de poder ayudar en casa para costearme ir a la universidad, así que empecé a buscar un pequeño trabajo con el que estar ocupada unas horas. 
Durante días busqué trabajos en todo tipo de lugares, bares, supermercados..., hasta que encontré un anuncio de que se buscaba a una niñera joven, así que sin pensarlo, llamé al número que anunciaban. 

Por lo visto, les interesé así que me contrataron y a los pocos días me llamaron para que empezase a trabajar. 
Llegué a la casa en la cual me habían citado con tiempo de antelación -no quería quedar mal el primer día-, la casa era muy espaciosa algo que el hogar en el que yo vivía, y los muebles lujosos junto con las cortinas y las ricas telas denotaban que los propietarios de la casa podían permitirse toda clase de lujos que yo ni siquiera llegaría a imaginar.  

Cuando llegué, conocí a los respectivos padres de la niña que tendría unos nueve años; sus padres me habían dicho que irían a ver una obra de teatro y que después irían a cenar así que no volverían hasta pasada la medianoche. 

Me dijeron que debía dar de cenar a la niña antes de las ocho de la tarde, -la comida ya estaba preparada-, y que antes de las diez como muy tarde debía ir a acostarla. Por último, antes de irse, me dijeron que cualquier cosa que ocurriese no dudase en llamarles. 

Fue entonces cuando me quedé a solas con la niña. Me habían advertido de que era un poco especial, pero no supe a qué se referían hasta que no vi a la niña con dos trenzas abrazada a un osito de peluche que para una niña de nueve años tal vez iba siendo hora que dejase de llevar a todas partes su peluche, pero no le dije nada. 
Me presenté y en ningún momento me habló, supe que debía ganarme su confianza si quería que hablase, pero tampoco intenté hacer nada para entablar una conversación, a fin de cuentas, a mí me pagaban por controlar que todo estuviese bien, no por hablar con la niña. 
Así que le dije que en unos minutos sería la cena y la niña asintió mientras se fue hacia su habitación. 

Después de cenar, vi que se sentaba enfrente al televisor, miraba programas infantiles y en vista de que era una persona bastante callada, hojeé mis apuntes mientras que esperaba a que llegase la hora de que se fuera a dormir. 

Cuando el reloj marcó las diez de la noche le dije que tenía que irse a dormir, sin protestar -lo cual me alivió-, vi que apagaba la televisión, se llevaba consigo su muñeco y andaba hacia su habitación. Escuché que la puerta se cerraba y seguí leyendo mis apuntes de economía.
Sin embargo, a la media hora, sentí que algo estaba pasando, no sabía qué era, pero no me gustaba aquella sensación que tuve, fui hacia la habitación de la niña y observé que estaba profundamente dormida abrazada a su osito de peluche, se había quedado dormida con la luz encendida así que la apagué y sonreí mientras cerré de nuevo la puerta de la habitación. 

Las horas siguieron pasando y pronto llegaron las doce y media de la noche. Escuché que un coche aparcaba enfrente de la casa y guardé mis apuntes mientras me disponía a irme. 
Me pagaron y me preguntaron si todo había ido bien a lo cual dije que sí, en realidad no había tenido lugar ningún percance y la niña se había comportado bien lejos de su forma de ser. 

A las pocas semanas, me volvieron a llamar. Tenían una reunión importante de negocios así que volví allí otra noche. Todo fue prácticamente igual. Nada destacable, la niña no articulaba más de dos palabras seguidas y siempre llevaba a su osito acompañándole. 

Pero la tercera noche en la que estuve allí todo cambió. Eran las diez y cinco minutos y escuché un grito. Fui deprisa hacia la habitación y abrí la puerta allí me encontré a la niña acurrucada bajo las mantas llorando y me asusté, no sabía qué estaba pasando. 

-¿Qué ocurre?-pregunté confundida. No me dijo nada.-¿Una pesadilla?-afirmó repetidas veces y me dijo que me fuera así que lo hice, aún sin sentirme tranquila. 

Unos días más tarde ya había olvidado el incidente pero entonces fue cuando su madre me llamó. 

-Desde que te contratamos, la niña no para de decir que ha tenido pesadillas, ¿sabes qué ha podido pasar? ¿no nos has contado algo?-empezó a preguntar y yo no supe qué responder. No sabía porqué la niña tenía pesadillas-Habla de cosas que nunca le habíamos escuchado decir y nos está empezando a preocupar. 

Pero con el tiempo aquel accidente quedó sólo en un recuerdo, la niña dejó de tener pesadillas y volvieron a llamarme a lo cual estuve agradecida, pues el dinero extra para mis estudios siempre venía bien. 

Poco a poco la niña fue volviéndose más habladora, no podía mantenerse una conversación normal pero le gustaba conversar de series de dibujos animados, por ejemplo o de canciones que a mi parecer eran insoportables pero por lo visto a ella le encantaban. Como fuese, estaba bien ver que volvía a ser una niña "normal". 
Hasta que un día dijo algo que me llamó la atención. 

-Hace días que no tengo pesadillas...-empezó a decir. 

-¿Sabes porqué las tenías?-le pregunté intrigada porque en su momento no quiso decir nada. 
-Si te lo digo, no me creerás-vi que apretaba con más fuerza el osito entre sus brazos y no quise insistir, por lo cual me sorprendió cuando escuché que volvía a hablar-A veces cuando sueño veo que la gente muere; es como una película, algo muy real pero horrible-se me heló la sangre cuando escuché lo que dijo. 
-Y... ¿Qué has visto?-osé preguntar pensando en que eran tonterías de niños. 
-He visto que morías-la frialdad con la que lo pronunció hizo que un escalofrío me recorriese la espalda, aún así le resté importancia. 
-Todo el mundo morirá algún día-sonreí a medias intentando tranquilizarme a mí misma, pero a cada momento sentía que sus ojos me escrutaban con más fuerza y estuve tentada de irme de allí antes de la hora con tal de no tener que aguantar más aquella compañía. 
-Es verdad, pero tú morirás pronto-insistió y no supe cómo desviar aquel tema. 

-¿De modo que puedes predecir el futuro? Si la gente lo supiera podrías hacer una fortuna igual que tus padres-no sé porqué lo dije, pero en aquel momento estaba tan inquieta por la conversación que las preguntas y las respuestas salían antes siquiera de ser pensadas. 

-Sólo veo la muerte-sentenció-Y morirás atropellada. 

Después de aquello la niña tomó un vaso de agua y vi que se iba a dormir, me sentí aliviada de saber que no tendría que soportar más aquellos ojos que me interrogaban. 
Llegaron sus padres y me apresuré a irme de la casa todo lo rápido que pude. 
No me creí las palabras de la niña, pero al día siguiente de haber estado en la casa me di cuenta de que me empezaban a pasar cosas poco usuales. Un día, yendo a comprar el pan pasé bajo un balcón y unas macetas cayeron, fue cuestión de segundos que aquellas macetas no me hubiesen noqueado y por tanto, me hubiesen matado. 
Crucé por una zanja y estuve a punto de resbalarme y caer. En casa me corté con un cuchillo y me iban sucediendo cosas así que quise llamar coincidencias sin importancia, porque no creía en visiones u semejantes así que lo que había dicho la niña sólo era para asustarme.  

Seguía sin creerlo, porque mantenía mi teoría de que el miedo era algo sugestivo, y por lo tanto, si piensas que algo te ocurrirá, ocurrirá. 
Así que ignoré todas aquellas señales de muerte anunciada. 

Me sorprendí obsesionándome por todo lo que pasaba, pensaba día y noche cuándo podría llegar a morir y aquella visión me llenaba de miedo. Antes de cruzar por la calle miraba cuatro veces a ambos lados de la carretera, mi madre empezó a sorprenderse por mis actitudes y pensó que tenía alguna especie de trastorno. 

Pero hay cosas que son inevitables. Por mucho que te asegures de tu bien, hay cosas que están fuera de tu abasto y aquello lo entendí el día en que tal y como predijo la niña vi que un coche se abalanzaba hacia mí y me engullía un profundo dolor. 
La mensajera de la muerte tenía razón. 




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