Hace unos años un profesor universitario realizó un pequeño experimento: enviar felicitaciones navideñas a una serie de personas totalmente desconocidas.
Aunque esperaba cierta reacción, la cantidad de respuestas que recibió fue asombrosa: le llovieron las tarjetas de felicitación de gente que no lo conocía ni había oído hablar de él.
La gran mayoría de quienes respondieron a su tarjeta nunca hicieron averiguaciones sobre la identidad del desconocido profesor. Recibieron su felicitación y, automáticamente, le respondieron (Kunz y Woolcott, 1976).
Aunque modesto en su alcance, este estudio muestra muy bien la acción de una de las más poderosas armas de influencia de nuestro entorno: la regla de la reciprocidad. De acuerdo con ella, debemos corresponder en especie a lo que otra persona nos proporcione.
Si una dama nos hace un favor, debemos devolvérselo; si un caballero nos envía un regalo de cumpleaños, debemos recordar su aniversario haciéndole un obsequio; si una pareja nos invita a una fiesta, no debemos olvidarnos de invitarlos cuando demos nosotros una.
En virtud de la regla de la reciprocidad, estamos obligados a devolver en el futuro favores, regalos e invitaciones. Está tan arraigado el sentimiento de quedar en deuda cuando se recibe una atención, que en varios idiomas interviene la palabra obligado en las expresiones de agradecimiento.
Lo más impresionante de la reciprocidad y de la sensación de obligación que la acompaña es su omnipresencia en la cultura humana. Está tan extendida que, después de un profundo estudio, Alvin Gouldner (1960) Junto con otros sociólogos, afirma que todas las civilizaciones la respetan.
1 Dentro de cada sociedad es también omnipresente e impregna todo tipo de intercambios. Es posible incluso que sea un sistema desarrollado a partir del sentimiento de deuda derivado de la regla de reciprocidad la característica exclusiva de la cultura humana.
El famoso arqueólogo Richard Leakey atribuye la esencia de lo que nos hace humanos al sistema de reciprocidad.
Afirma que somos humanos porque nuestros antepasados aprendieron a compartir alimentos y técnicas «en una red de obligaciones respetadas» (Leakey y Lewin, 1978).
Para los antropólogos culturales Lionel Tiger y Robín Fox (1971) esta:
«Trama de obligaciones»
Es un mecanismo de adaptación exclusivo de los seres humanos que ha hecho posible la división del trabajo, el intercambio de diversas clases de bienes y de diferentes servicios (con la consiguiente aparición de expertos) y la creación de interdependencias que agrupan a los individuos en unidades muy eficientes.
Es el sentido de obligación futura el factor crítico para que se produzcan progresos sociales del tipo descrito por Tiger y Fox.
Un sentimiento profundo y ampliamente compartido de obligación constituyó el elemento diferenciador de la evolución social de los seres humanos, ya que implicaba que una persona podía dar algo a otra (por ejemplo, comida, energía o cuidados) en la confianza de que su regalo no se perdería.
Por primera vez en la historia de la evolución, un individuo podía desprenderse de diversos recursos sin perderlos completamente. Como consecuencia de ello, se redujeron las inhibiciones naturales frente a los intercambios que debe iniciar una persona ofreciendo a otra sus recursos personales.
Se hicieron posibles complejos y coordinados sistemas de ayuda, donación, defensa y comercio que reportaron inmensos beneficios a las sociedades que los poseían.
Dadas sus claras consecuencias en cuanto a la adaptación a una cultura, no es sorprendente que la regla de la reciprocidad quede tan profundamente enraizada en nosotros durante el proceso de socialización que todos sufrimos.