Capítulo 7. Irukuku: Juego de lealtades.

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La tragedia no abandonaba la casa Hiraga, el joven apenas había terminado de vestirse cuando escuchó un rugido en el cielo que sobresaltaría a cualquiera, tras lo cual se asomó a la ventana para ver las grandes alas azules que bien conocía, sus ojos brillaron, sabía que la hermosa Irukuku no se resistiría mucho tiempo, se olvidó por unos segundos de lo que estaba ocurriendo en su casa con la intención de salir a buscar a la dragona.

Estaba dándole la espalda cuando volvió a emitir un rugido aún más terrorífico, el joven se asomó sólo para ver como aquel Dragón de Viento escupía fuego sobre su avión de combate hasta ver como algunas de las uniones empezaban a fundirse, pero sus ojos no daban crédito a lo que vino después, la criatura dio varios saltos sobre el avión, haciendo incluso de la casa se cimbrará. Saito no podía emitir palabra por la sorpresa y Siesta le gritaba como loca a Irukuku para que se detuviera.

Después de dejar la aeronave inservible se elevó por los cielos, dejando a Saito petrificado.

Entre todas las chicas y Scarron, que regresó cuando se dio cuenta que la dragona iba hacía la mansión Hiraga, se encargaron de apagar aquel incendio.

El famoso Gandalf salió de la casa caminando como autómata sin dejar de ver como su querido avión se hacía pedazos, sin Louise para llevarlo a Japón cada vez que quisiera, eso también dejaría de ser parte de su vida.

No se daba cuenta, pero su existencia, tal como la había vivido los últimos dos años se estaba desmoronando.

Mientras todos corrían tratando de evitar que el incendio se propagará, el fuego se reflejaba en los ojos de un Saito perplejo.

Había caído la noche cuando todo se calmó y cada quien busco descanso en su respectiva habitación. Para sorpresa de Siesta, Hiraga no fue a su habitación como esperaba, por el contrario, se encerró en la habitación que solía compartir con Louise.

La media noche llego, Saito caminaba de un lado a otro en la que era su habitación, su mente daba vueltas en las posibilidades, ¿a dónde pudo haber ido Louise con ese hombre?, Siesta estaba sorprendida por el efecto que había tenido Louise, él no la había buscado, su preocupación era mucha, y se acercó a buscarlo a la habitación.

Tocó a la puerta pero no respondió, ella se sentó a un lado de la puerta, era claro, si había alguien en el mundo que amaba a Saito era Siesta, pero, ¿él la amaba?, la pregunta era más bien, ¿Saito podía amar a alguien? Quizás sí, pero en esa época no se podía negar que estaba enfermo de poder, sobre todo cuando ese poder venía acompañado de la atracción de decenas de mujeres tras él.

Siesta se estaba quedando dormida cuando recordó que no había dado de cenar a Saito. Fue y le preparó sus platillos favoritos, quizás así podría sacarlo de ese trance.

Al fin como poseso, al percibir el aroma de la comida Saito salió de la habitación rumbo a la cocina, sin decir nada empezó a devorar todo lo que Siesta le había preparado, tenía la mirada perdida y su corazón repiqueteando por una venganza.

La pelinegra lo observaba atenta y algo triste. Por su cabeza pasaba que tal vez nunca se libraría de la sombra de Louise. Sólo había algo que la consolaba, y era el hecho de que era claro que Saito no la amaba, para Siesta era claro que la pelirrosa se había convertido en una herramienta para Hiraga, una a través de la cual él tenía todo lo que deseaba.

En el fondo le molestaba, lo amaba, pero no era ciega al hecho de que como estaban las cosas él guerrero jamás sería sólo para ella, no de la manera en que ella lo deseaba.

Saito de repente azoto la jarra de vino que bebía contra la mesa levantándose con cierta brusquedad.

-¡Ella tuvo que ir a su casa! -Exclamo con seriedad- ella tuvo que ir a ver a sus Padres, a buscar indulgencia y explicar la vergüenza de este divorcio.

GIRO DEL DESTINODonde viven las historias. Descúbrelo ahora