Camila.
Al fin las clases habían terminado, ahora regresaba caminando a mi casa, para poder realizar la tarea y algunos deberes.Me gustaba pasear y observar a las personas de mi alrededor, sus expresiones, su vestimenta y como caminaban. Observar, era algo que hacía constantemente; analizar las cosas. Me gustaba estar sola, simplemente para disfrutar de los pequeños regalos que te da la vida.
A tres cuadras de llegar a mi hogar, escuche una hermosa sinfonía en piano. Era algo tan tranquilo y sereno... Me detuve un poco, y miré a la casa de donde salía esta hermosa música. No logré ver quien era el autor de tan hermosa melodía, sólo la apenas distinguible silueta de una mujer a través de la ventana. Seguí caminando, no podía estar esperando a ver quién era.
Abrí la puerta principal, y ahí estaba Sofía, esperando a mi regreso. Se levantó de un salto del sofá y corrió a mis brazos, la levanté en el aire y besé su nariz.
―¡Camila, mamá me ha comprado un dragón! ―gritó la pequeña a la vez que me ponía en la cara al pequeño peluche verde.
―¡Ya lo vi! ―le sonreí. ―Es muy bonito, ¿cómo se llama?
―Karla... Como tú.
―¿Entonces soy un dragón? ―acaricie la mejilla de la menor.
―¡Claro que si! ―apretó sus labios con fuerza y se fue a sentar al sofá, donde originalmente estaba.
Caminé a la cocina, ahí estaba mi hermosa madre, haciendo la comida. Al parecer, mi padre no había llegado. Besé su mejilla y subí a mi habitación. Saqué mis libros del bolso y abrí las cortinas, pues la luz solar me provoca paz. El cielo se veía hermoso; las nubes naranjas le daban un toque artístico de fantasía.
Me dispuse a comenzar mi tarea, se escuchaban las risas traviesas de Sofía desde la planta de abajo. Saqué mi agenda y revisé que tenía que hacer aquel día... Todos los días eran iguales, nunca cambiaban y era algo aburrido a veces. Quería salir de la rutina, pero a mi padre no le gustaría para nada la idea. Vivía en una familia estricta, que siempre estaban queriéndose asegurar de mi exitoso futuro. Pero qué tal si yo no lo quería así, qué tal si yo quería irme a viajar por el mundo: Sería mi problema, y mi vida. Pero pensar en ello, no cambiaría nada.
―¡Camila, a comer! ―Gritó mi madre, seguro que mi padre ya había llegado. Bajé las escaleras rápidamente para encontrarme sólo con mi madre y mi hermana sentadas en la mesa.
―¿Y papá? ―Pregunté algo desorientada.
―Le tocó revisar unos papeles ahora, lo siento cariño. Estará de regreso para la cena.
Así eran habitualmente todos los días en mi vida, ¿algún día cambiarían un poco?
Lauren.
Tocar el piano, era algo que sin duda me relajaba mucho, y me sacaba del mundo convencional. Mi padre me enseñó a tocar el piano. Él era mi mejor amigo, mi confidente; era alguien con quien podía confiar. Muchas veces, es el único que me comprende, como cuando salí del closet, el estuvo ahí para darme fuerzas, y enfrentar a mis compañeros.Si alguien ajeno a mi familia, me escuchaba tocando el piano, creo que se burlarían de mí; quiero decir, me ven como una chica ruda que puede golpearlos en cualquier instante, pero... Tocar el piano, no es de una chica mala.
―¡Chris, tienes que recoger a Taylor! ―grité mientras encendía la estufa, y revisaba en la alacena si había sal.
Él se levantó sin ganas y salió de la casa a recoger a Tay a su escuela. Chris no era un mal hijo, ni nada, pero el divorcio de nuestros padres, sin duda alguna, no nos hizo nada bueno. Mi padre siempre ha cuidado de nosotros, y yo le agradezco, pero... Mi madre, no era del todo buena. Se fue porque dijo haber encontrado amor en brazos ajenos, y nos abandonó. Mi padre dice que ya no le duele, pero lo dudo. A principios, la cosa estaba difícil. Yo tuve que crecer más rápido que mis hermanos.
Encontré los condimentos, y puse unas rebanadas de carne a freírse, mientras que en una olla, el agua se calentaba para añadirle una pasta. Sólo faltaba hacer una ensalada, y todo estaría listo para cuando mi padre llegara.
Mientras preparaba la pasta, llegaron mis hermanos. Taylor besó mi mejilla y salió de la cocina por sus muñecas. Llamé a Chris, antes de que retomara su partida.
―Chris, necesito que sirvas la ensalada en los platos, y pongas la mesa. ―No esperé respuesta alguna, sabía que él odiaba ayudar.
Mi padre llegó instantes después de que termináramos de servir todos los platos. Juntos nos sentamos a la mesa.
―Así que, Lauren... ―Dijo mi padre, justo cuando iba a tomar un bocado de pasta. ―¿Qué tal tu día, amor?
―No estuvo mal. ―Tome un bocado. ―El de matemáticas no paraba de decir idioteces.
―Lauren... Es tu profesor.
―Pero... Es un tonto.
Él no siguió discutiendo conmigo, y se dedicó a charlar con Chris acerca de su próximo partido de baloncesto. Tay tenía un poco de salsa en la comisura del labio, mi padre la limpió con una servilleta, a lo que ella se retorció de risa. Éramos una familia descomunal, pero bastante feliz.
Camila.
Ya era la hora de regresar a la cama, después de la cena. Mi padre no llegó a cenar; como de costumbre.Me metí a la ducha, y comencé a mojarme el cabello, a la vez que añadía un poco de shampoo a él. No podía sacarme de la cabeza los hermosos ojos de Lauren, su mueca que me traía loca.
Ella era perfecta, pero mi padre ni siquiera aceptaban que tuviera un novio, creo que moriría si tuviera una novia. De igual manera, Lauren nunca sería mi novia, no valía la pena pensar en ello. Éramos completamente opuestas, y ella era tan popular entre todas las chicas, ¿por qué se fijaría en una tonta como yo?
Lauren.
La chica del moño... La había visto un par de veces en los pasillos. Ni idea de su nombre, debo admitir que es linda, que no sepa vestirse, es otra cosa. Tal vez un día debería hablarle, yo qué sé.―¡Lauren, Lauren! ―sentí una chiquilla enfadosa sobre mí ―. Papá dice que encargues pizza.
―Ay Taylor... Tienes que comer saludable ―bromeé.
―Pero Lauren... ―hizo un puchero.
―Ay, está bien Tay.
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No me mientas, princesa. (Camren)
FanficLauren es la chica problemática de la que todo el mundo habla; y Camila, la alumna más aplicada e invisble de todo el bachillerato. Al ser el segundo año de preparatoria para ambas estudiantes, Camila decide salir de la rutina, y comer una cucharad...