12. COMBATE Y CALABOZO

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—¡Gloria Victis! —Exclamó Zeke y ambos hombres se lanzaron sobre mí.

El rubio se lanzó sobre mi tomándome por la cintura y enviándome al suelo fuera de la alfombra roja como la sangre. Mi cabeza rebotó sobre el duro piso enviando retumbes por todo mi cráneo y columna.
Involuntariamente cerré mis ojos pero los abrí al mismo segundo que levanté mis brazos para proteger mi rostro del gran puño diestro que se dirigía hacia mí.

Éste golpeo mi antebrazo haciendo que rebotara en mi rostro. Lo rodee con mis brazos sintiendo los múltiples choques contra el pobre intento de defenderme.

Con cada ataque mi cabeza rebotaba y mis brazos se debilitaban, mis ojos ardían por los golpes, que aunque su fuerza era menor por la absorción de mis extremidades, el latigazo que estos creaban lograban que me doliera cada parte de mi rostro como la mismísima mierda.

Un calor mezclado de frío comenzó a crecer dentro de mí, sabía lo que era y no podía dejar que me dominara. Este hombre sólo cumplía ordenes.

Empujé al hombre para sacarlo de mí y salió casi volando por el aire hasta unos metros más lejos.

Zeke y el otro dirigieron su mirada hacia él que cayó en un estrepitoso ruido.

Aproveché ese momento y me levanté con esfuerzo ya que mi cabeza palpitaba y todo giraba a mi alrededor debido a los golpes y el sentimiento que quería dominarme.

Tomé mi cabeza entre mis manos e iba a salir de ahí cuando el hombre pelirrojo, alerta a mis movimientos al ver que me paraba, caminó lento hasta donde me encontraba y dirigió su gancho izquierdo hacia mi mandíbula.

No lo esperaba e hizo que girara mi cuerpo trescientos ochenta grados por el impacto.

Me recuperé ignorando el dolor y el gemido que quería escapar de mis labios. Volví mi mirada al hombre y lo vi todo de rojo, mi cuerpo quería saltar sobre su cuello y quebrarlo, luego golpear al otro hombre hasta que sus ojos sangraran para después aplastar su cráneo con mis manos.

—Para, por favor. —Murmuré clavando las uñas en las palmas de mis manos.

El hombre se acercó nuevamente y golpeo mi estomago tres veces antes de que cayera nuevamente.

Mis rodillas golpearon tan fuerte el concreto que escuché algo romperse.

Me mantuve agazapada en el suelo tosiendo por la falta de aire. No importaba que tan fuerte dejara que me golpearan, la sed de sangre no acababa y temía lastimar a todos en ese lugar.

Quería que se detuviese y la única forma que veía posible era que acabaran dejándome inconsciente, ya no había otra salida.

Me levanté nuevamente y me detuve frente a los dos hermanos.

—¿Qué esperan malditos hijos de perra? Acaben lo que empezaron. —Murmuré escupiendo sangre a sus pies antes de sonreír con furia.

Ambos miraron tras de mí esperando indicaciones de Zeke.

—La practica a terminado. —Susurró. Si lo conociese diría que tenía un tono de preocupación, pero que iba yo a saber de él. Dejó que ésto sucediera.

—No. —Bramé antes de dar dos pasos y golpear la mejilla del pelirrojo haciendo que se desplomase. —Marica. Eso eres.

Su hermano cabreándose ante mis palabras me tiró con furia al suelo y el fuerte golpe que recibió mi cabeza fue suficiente para mandarme a la dulce inconsciencia no sin antes escuchar a Zeke gritar mi nombre.

—¡Eileen!

Entonces todo se volvió negro.

🌙🌙🌙

Joder.

Mierda.

Todo, absolutamente todo dolía.

Lentamente, abrí mis ojos y lo primero que vi fue una luna.

Sí, una luna. Pero esta se veía diferente porque era una luna menguante.

De todas formas, era bellísima. Con los distintos matices de grises combinados con negro y blanco.

—La pintó Wale hace unos años después de un combate en los montes del este. Esa noche hubo luna menguante y nos guió en la oscuridad, desde entonces en el cuartel significa esperanza, júbilo y victoria. —Murmuró Zeke acercándose a la cama. —¿Cómo te sientes?

— Que te jodan. —susurré sin dirigirle la mirada. No quería verlo, quería que se fuera y me dejara tranquila. Todo me dolía. Sólo le dije que no quería combatir para no lastimar a nadie y así terminé.

Zeke era igual a los hombres de blanco.

Me iría de este maldito lugar apenas pudiese.

—¿Cómo te sientes?

—No es de tu incumbencia.

—Claro que me incumbe—Trató de tocar mi mano y la alejé cuando sus dedos me rozaron ocasionando que un látigo de dolor me recorriera todo el cuerpo, e hiciera una mueca. —Lo siento, ¿vale? Pero las reglas son las reglas, hay que cumplirlas porque nadie es la excepción.

—Pues ya las hiciste cumplir, espero que estés satisfecho.

—Eileen, mírame. —Susurró suspirando casi rogando. —Estaba preocupado por ti. Nunca debí permitir esa pelea...

—De nada sirven tus lamentos ya, las cosas ocurrieron y no pueden ser cambiadas por más que se anhelen. —Suspiré y lo miré. —Quiero ser trasladada al calabozo.

—¿Qué?

—Me has escuchado. Quiero irme al maldito calabozo y estar lo más lejos posible de ti, desde que estoy aquí lo único que sabes hacer es ponerme en ridiculo, humillarme, decir que atenten contra mi integridad física, quiero estar lejos de ti antes de que logres tu objetivo de matarme.

—Si es por lo de hoy...

—Es por lo de todos los días. No tengo un lugar aquí, todos me odian y lo que ocurrió hoy fue la gota que colmó el vaso. Si es así como las cosas se rigen en este lugar prefiero pudrirme en ese maldito infierno que permanecer un día más dentro de estas paredes. No soy como ustedes, no voy a golpear a nadie, no quiero y no lo haré. Prefiero sufrir mil palizas antes de hacerlo. —Me senté ignorando las contusiones que seguro tenía en todo mi cuerpo. Me agarré mi estomago como si así el dolor se fuera a detener antes de tomar una bocanada de aire y pararme frente a Zeke para mirarlo fijamente a los ojos. —Ten por seguro que no me verás más.

—¿Tanto drama por una pelea? ¿Por qué hay entrenamientos? Son necesarios, Eileen, aunque tú no lo creas. La gente debe prepararse para las cosas que hay ahí afuera. Eres parte de Æquum ahora, por lo tanto debemos asegurarnos de que estés lista y estos ejercicios son parte de tu formación.

—¡No me interesa, Zeke! Jamás pedí ser parte de nada de ésto, tú sólo me tomaste porque crees que tengo algo que ver con esa jodida instalación de ahí afuera. No confías en mí, vives mirándome sobre el hombro para ver que carga llevó sobre mi espalda, buscando siempre la quinta pata al gato cuando no la hay. Siento decepcionarte pero sé sobre mi misma lo mismo que tú sabes de mí. Nada, absolutamente nada.

Caminé con esfuerzo hasta la puerta y giré la perilla antes de hablar.

—Gracias por todo pero a la mierda tus reglas. Sé el camino hasta el calabozo, no quiero tu maldita compañía.

Cerré la puerta y me dirigí hacia las celdas.

Necesitaba un tiempo a solas y ese era el único lugar en donde nadie me tocaría las narices.

8 minutos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora