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—No— Rogó Harry con voz ronca— Se lo ruego..., me matarán...

—Harry Potter debe prometer que no irá al colegio.

—Dobby..., por favor...

—Dígalo, señor... — Exigió el pequeño ser de ojos saltones con su voz chillona.

—¡No puedo!

—Entonces Dobby tendrá que hacerlo, señor, por el bien de Harry Potter.

El pudín cayó al suelo con un estrépito capaz de provocar un infarto. El plato se hizo añicos y la nata salpicó ventanas y paredes. Dando un chasquido
como el de un látigo, Dobby desapareció. Del comedor llegaron unos alaridos y tío Vernon entró de sopetón en la
cocina y halló a Harry paralizado por el susto y cubierto de la cabeza a los pies con los restos del pudín de tía Petunia.

Al principio le pareció que tío Vernon aún podría disimular el desastre («nuestro sobrino, ya ven..., está muy mal..., se altera al ver a desconocidos,
así que lo tenemos en el piso de arriba...»).

Llevó a los impresionados Mason
de nuevo al comedor, prometió a Harry que, en cuanto se fueran, lo desollaría vivo, y le puso una fregona en las manos. Tía Petunia sacó helado del
congelador y Harry, todavía temblando, se puso a fregar la cocina. Tío Vernon podría haberlo solucionado de esta manera, si no hubiera sido
por la lechuza.

En el preciso instante en que tía Petunia estaba ofreciendo a sus invitados unos bombones de menta, una lechuza penetró por la ventana del comedor,
dejó caer una carta sobre la cabeza de la señora Mason y volvió a salir. La señora Mason gritó como una histérica y huyó de la casa exclamando algo sobre los locos. El señor Mason se quedó sólo lo suficiente para explicarles a los Dursley que su mujer tenía pánico a los pájaros de cualquier tipo y tamaño,
y para preguntarles si aquélla era su forma de gastar bromas.

Harry estaba en la cocina, agarrado a la fregona para no caerse, cuando tío Vernon avanzó hacia él con un destello demoníaco en sus ojos diminutos.
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Al cabo de tres días, no había indicios de que los Dursley se hubieran apiadado de él, y Harry no encontraba la manera de escapar de su situación. Pasaba el tiempo tumbado en la cama, viendo ponerse el sol tras la reja de la ventana y preguntándose entristecido qué sería de él.

¿De qué le serviría utilizar sus poderes mágicos para escapar de la habitación, si luego lo expulsaban de Hogwarts por hacerlo? Por otro lado, la vida en Privet Drive nunca había sido tan penosa. Ahora que los Dursley sabían que no se iban a despertar por la mañana convertidos en murciélagos, había perdido su única defensa. Tal vez Dobby lo había salvado de los horribles sucesos que tendrían lugar en Hogwarts, pero tal como estaban las cosas lo más probable era que muriese de inanición

Se abrió la gatera y apareció la mano de tía Petunia, que introdujo en la habitación un cuenco de sopa de lata. Harry, a quien las tripas le dolían de hambre, saltó de la cama y se abalanzó sobre el cuenco. La sopa estaba completamente fría, pero se bebió la mitad de un trago. Luego se fue hasta la jaula de Hedwig y le puso en el comedero vacío los trozos de verdura embebidos del caldo que quedaban en el fondo del cuenco. La lechuza erizó las plumas y lo miró con expresión de asco intenso.

—No debes despreciarlo, es todo lo que tenemos —dijo Harry con tristeza.

Volvió a dejar el cuenco vacío en el suelo, junto a la gatera, y se echó otra vez en la cama, casi con más hambre que la que tenía antes de tomarse la sopa.

Suponiendo que siguiera vivo cuatro semanas más tarde, ¿qué sucedería si no se presentaba en Hogwarts? ¿Enviarían a alguien a averiguar por qué no había vuelto? ¿Podrían conseguir que los Dursley lo dejaran ir?

Toma mi mano. (Drarry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora