IV

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Punto de vista de Adrien.

— ¿Dónde estabas Agreste?

Agreste.

No existía otra cosa que odiara más que a ella llamándome de esa manera ¿quién se creía? ¿Mi madre?

— Solo salí a tomar un poco de aire, Lila. — Dije, deshaciéndome de la ropa del día y entrando en mi holgado pijama.

— ¿A estas horas? — La vi apretar sus dientes con la tensión presente en cada sílaba.

— ¿Qué quieres que te diga? — Elevé mis manos preso de la creciente histeria. —. Necesitaba meditar sobre algunas cosas. — Agregué un poco más despreocupado para finalmente recostarme a su lado.

—¿Qué clase de cosas? — Una de sus cejas se levantó, tan atenta como si fuera el mejor chisme de su vida.

— ¡Oh, vamos! ¿Trabajo todo el maldito día y ni siquiera por una noche puedo estar tranquilo? — Sus ojos me observaron quisquillosos para luego susurrar algo por lo bajo, algo que no alcance a oír.

Me reí para mis adentros, creyendo que había ganado esa contienda en el momento en el que la vi tomar un libro de su mesita de noche y comenzar a leer.

Sonreí satisfecho, sabiendo que aquel sentimiento no era ni de lejos común en una relación sana y encendí la televisión para opacar mis pensamientos. Quizás habría alguna primicia sobre el regreso de Labybug. —. No puede ser, ¿no ves que estoy leyendo? —

— ¡Por dios! — Grité, explotando en el acto. —. Has estado fuera de casa todo el día; no sé dónde, haciendo no sé que, con no sé quién. Tan solo llevamos cinco minutos juntos y no has parado de criticar cada cosa que hago... — abrió la boca un poco, queriendo decir algo que no permití. —. ¿Sabes qué? No te molestes, no digas nada, es más, puedes leer todo lo que quieras. — Comencé a levantarme de la cama, atento a como la rabia ya no cabía en su rostro. —. Esta noche dormiré en el sofá. — Tomé una almohada y la mire con desprecio, su boca seguía abierta y sus ojos aún más.

—Adrien... Si te vas, te arrepentirás luego. — Amenazó.

Hice caso omiso a sus palabras. — Feliz Navidad cariño. — Dije y le di una sonrisa repleta de ironía antes de cruzar el marco de la puerta.

Bajé cuidadosamente las escaleras desde la habitación y ya en el primer piso solté un sonoro suspiro.

Las discusiones maritales se habían vuelto una costumbre entre nosotros, pero solo eran eso; discusiones.

Jamás me había atrevido a contradecirla en más de una cosa, ni mucho menos irme a dormir al sofá.

Ella había cambiado tanto desde que nos casamos y yo, como el estúpido soñador que era me seguía preguntando dónde había quedado aquella chica dulce que me brindó todo su apoyo en mis momentos más difíciles.

Fui directamente a la almacena y extraje una gigantesca bolsa de snack. Era Navidad ¿Qué importaba salirse de la estricta dieta hoy?

Me recosté en el gran sillón y encendí la televisión. —. "Lamentamos infórmale que por hoy la programación ha acabado, felices fiestas les desea Tvi" — Dijo la dulce voz desde la televisión.

Por supuesto, eran casi las dos de la mañana.

Apagué cada una de las molestas luces y me recosté, comenzando a pensar en el regalo adecuado para Marinette mientras llenaba mi boca con pequeñas frituras.

Apenas me fue posible dormir esa noche, sus ojos azules no querían borrarse de mi memoria, su perfume, su voz mucho más madura.

Agradecí al cielo volverla a ver, pues quizás era lo que necesitaba para salir adelante entre el vasto infierno en el que me encontraba, entre toneladas de papeleo, un matrimonio sin amor, una vida sin emoción.

• Le Secret • (Corrigiendo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora