Capítulo 1

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Miro por la ventana del restaurant en el que espero a mi hermano, Connor. Llevo unos buenos quince minutos sentada en la mesa, pidiendo más y más agua. No hay quién se aguante este calor y, por lo visto, el aire acondicionado ha dejado de funcionar, porque no hay un alma en el salón que no se esté abanicando.

Levanto la mano para llamar al garzón, le hago una seña para que me traiga más agua y fijo mi vista en la puerta por la que viene entrando mi hermano. Se acerca con su mochila a cuestas y un par de tubos contenedores de los que ocupa para guardar los planos con los que tendrá que seguir trabajando en casa una vez que su jornada en la oficina haya terminado.

– Lo siento, hermanita. – Se disculpa saltándose el saludo. – ¡Pero que mala cara! ¿Te sientes mal? Si quieres podemos dejar lo del almuerzo para otro día.

– ¡Ni se te ocurra! – Mi voz salió más fuerte y más aguda de lo que esperaba. – Lo siento, es que no he dormido nada...

– ¡Esa es mi hermana! – Me interrumpe con una sonrisa de oreja a oreja el gilipollas que tengo por hermano.

– ¡No es lo que crees, tonto! – Le pego suavemente en el brazo.

– Entonces, ¿qué? ¿Escribiendo?

– ¡Ojalá! No, es una pesadilla que se ha vuelto recurrente y me despierta. Me tiene agotadísima y de mal humor. No puedo concentrarme y mucho menos escribir. – Hago una pausa mientras pienso en lo peor que me podría pasar en este momento. – Como siga así, perderé el contrato con la editorial.

– ¿Has ido a ver a un médico? – Me pregunta bebiéndose de un sorbo lo que me quedaba de agua en el vaso.

– No, pero he estado leyendo muchos libros de psicología, ya sabes, Freud y sus... "cosas raras". – Le respondo volviendo a llamar al garzón con la mano levantada.

– A ver y si ahora la culpa la tiene papá. – Se ríe de buena gana, olvidándose del hambre y el calor.

El garzón se acerca para rellenarme el vaso, le pone uno a Connor y nos entrega la carta.

Mi hermano saca su móvil del bolsillo y me envía un mensaje al WhatsApp compartiendo la información de contactos de un tal Adam.

– ¿Y éste, quién es?

– Adam. Mi amigo de Inglaterra. ¿Recuerdas que te hablé de él?

– ¿Adam? ¿De Inglaterra? – Intento recordarlo, pero tengo las neuronas fritas.

– El que se quedó dormido para el examen final y se salvó por la marca de nacimiento...

– Ah, ese Adam, ¿pero es que está viviendo aquí?

– Sí. No hace mucho que regresó. Es psicólogo. Acaba de comenzar con su propio estudio, así que dudo que no pueda verte de aquí al fin de semana.

Desvío la mirada buscando al garzón que no aparece por ninguna parte, pero en la pasada al que encontré fue a Lucas sentando a un par de mesas de la nuestra... y se ve que él también me ha visto. Vaya si me ha visto, que no puede apartar sus ojos de mí.

¿Puede haber algo peor que hallarse a medio día en una gran ciudad, en pleno verano, con más de cuarenta grados a la sombra, en un restaurant atestado de gente, sofocándote hasta los huesos y en el primer día de tu período? Pues sí, hallarse a medio día en una gran ciudad, en pleno verano, con más de cuarenta grados a la sombra, en un restaurant atestado de gente, sofocándote hasta los huesos, en el primer día de tu período y encontrarte de frente con tu – recientemente – ex-novio. Espero que mi maquillaje no se haya corrido. Entre el sudor y la humedad del ambiente debo tener el cosmético pintándome la cara de acuarela.

Me disculpo con mi hermano y me dirijo al baño. Necesito una pausa para poder enfrentarme a Lucas. Sé que no tardaremos en hacerlo, enfrentarnos, digo.

Me miro en el espejo, me echo agua por la nuca y respiro profundamente, intentando eliminar de mi sistema el estrés acumulado y prepararme para la guerra con Lucas... – No puedo, necesito ayuda. – Cojo mi móvil y le marco a Adam.

– ¿Diga? – Responde casi de inmediato, con un marcado acento inglés y un castellano españolizado.

– Hola Adam, soy Sarah del Pietro... la hermana de Connor. – Especifico rápidamente.

– Hola Sarah, ¿está todo bien? – Noto un tono de preocupación en su voz. – ¿Le ha pasado algo a tu hermano?

– No el problema lo tengo yo. – Replico nerviosa. – Verás, quería hablar con un psicólogo, así que él me dio tu número y...

– La verdad es que ahora me pillas en mal momento, – Me interrumpe al tiempo que salgo del baño. – pero si quieres mañana te puedes pasar por mi oficina y me cuentas qué te pasa, ¿vale? 

Me encuentro de frente con Lucas, quien acaba de salir del baño de hombres y se planta delante de mí. – ¿Mañana... a las cinco? Sí, me parece perfecto. – Le respondo a Adam, mientras le sostengo la mirada a mi ex. Aprieto el botón de cortar llamada con el móvil aún pegado a la oreja para hacerle creer a Lucas que seguía hablando con un chico, con MI chico. – Me muero por volver a verte. – Digo con voz sensual. – Hasta mañana. Besito.

– ¿Sarah, me estás hablando a mí? – Me asombro al escuchar la voz de Adam al otro lado del teléfono. Cuelgo rápidamente y me guardo el móvil en el bolsillo sin quitar mis ojos de Lucas.

– ¿Qué coño estás haciendo aquí? Te dije que no quería volver a verte. – Lo increpo en voz baja.

– Sólo vine al baño. – Se defiende.

– En el restaurant. – Continúo al ataque.

– Con unos clientes. Si quieres les preguntas a ellos, pero hasta donde recuerdo, no hablas italiano, así que sería un poco complicado.

Me voy dejándolo solo... como se merece por ser la rata que es. – Que me disculpe Ratatouille.

– Sarah... – Me llama Lucas en un susurro. Me detengo y lo escucho aún de espaldas a él. – Estás muy guapa.

Sigo mi camino a la mesa. Me siento y persigo a mi ex con la mirada.

Connor parece verlo por primera vez en mucho tiempo. – ¿Qué hace aquí ese hijo de puta? – Me pregunta irritado.

– No lo sé ni me interesa.

– Pues a mí tampoco y, la verdad, no tengo ganas de quedarme aquí para averiguarlo. – Nos levantamos y camino a la salida, Connor paga la cuenta de los cinco litros de agua que me habré tomado mientras lo esperaba, sin esperar a que llegue el mesero.

Espero a mi hermano fuera del restaurant para despedirme de él. – Lo siento, creo que será mejor que vuelva a casa. Ya no doy más.

– Y ver a ese desgraciado tampoco te anima el día, ¿verdad? – Le ofrezco una sonrisa de costado como respuesta y asiento con pena. Connor me abraza, reconfortándome. Luego estira el brazo para hacer detener al único taxi que parecía pasar por la zona. – Anda, súbete. ¡Qué descanses! – Me dice antes de cerrar la puerta por mí.

Mis vidas contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora