Koumei 1

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Tártalo

Noche 34

La pradera es tan amplia y extensa que el mundo pareciera terminarse allí al final. Estoy de pie sobre el césped y el viento azota mi larga cabellera roja. De pie frente a mí está la mujer encapuchada de mis sueños. Me mira bajo la sombra de la capucha sin dejar que vea sus ojos. Sin dejar que sepa quién es. Pero creo haber resuelto el enigma.

Sobre nosotros cae una espesa lluvia de plumas negras que no parece querer cesar, pero nuestros cuerpos están empapados por un agua que se cierne, invisible, sobre ellos.

–Ya sé quién eres –le digo sin rodeos.

–¿Estás seguro? –vacila ella, acercándose a mí.

–Eres Hakuei, ¿verdad?

Ella aprieta los labios y los acerca a mí, desafiante.

–Ya te lo dije una vez: mi cuerpo cambia según la mujer que más desees. Hoy puedo ser Hakuei... Mañana, tal vez una simple doncella desconocida.

–Estás en mi sueño y quiero que te vayas. Tú no me caes bien. No eres como Hakuei.

La mujer sonríe de medio lado tal como lo haría mi prima y me da un codazo.

–Príncipe Koumei, siempre tan bromista –me dice, atreviéndose a usar la voz de mi prima–. A veces se pueden cometer errores. –Tuerce el labio y se lleva las manos atrás, en un gesto de burla–. Si no fuera tu prima, ¿cómo explicas que sepa lo de la Rana Ciega?

Mi corazón da un vuelco. Hace algunos años, cuando Hakuei y yo fuimos al festival en el cual nos compramos sendos abanicos, vimos el peluche de una rana con un solo ojo -en realidad era un botón negro cosido-. En el otro sólo tenía un par de hilachos colgando. Ella empezó a reír sin poder parar y yo también me reía de verla tan alegre. Decidí comprarle el peluche como recuerdo de aquella tanda de risotadas. Pero de camino al palacio, la rana sufrió un accidente y perdió el otro ojo. Desde entonces le pusimos el nombre de la Rana Ciega.

–Sólo eres un recuerdo –insisto.

Ella no dice nada, se mantiene en silencio.

–No sé qué pasa, Koumei –dice al cabo de un rato–, te ves muy frío. ¿Va todo bien?

Me empiezo a pellizcar el brazo con fuerza, tratando de despertar. Ella me mira a los ojos y entonces percibo la mirada gris de la Hakuei auténtica. Mi corazón vuelve a dar un vuelco. Ella me agarra del brazo y me observa preocupada, desconcertada. Mientras, las plumas negras continúan golpeándonos con hostilidad.

–¡Koumei, para! ¡Te vas a hacer daño!

Empieza a llorar y me abraza con fuerza, deteniendo mi acto suicida. Me quedo paralizado y, sin poder contenerme, llevo mi mano a su pelo, nervioso. Mi corazón de piedra está temblando considerablemente, como si cada partícula de su dura roca se fuera a resquebrajar. Esto no es más que un sueño, me digo... Y entonces me doy cuenta del significado de mis pensamientos. Esto es un sueño. Aquí Kouen no se va a enterar de nada de lo que pase, ¿verdad?

La sostengo por los hombros y le planto un beso en los labios. Al principio ella cede, tensa. Pero luego se aparta y me mira con las cejas arqueadas, sorprendida.

–¿Qué... haces?

Este es mi sueño. Aquí dentro pasará lo que yo quiera. Vuelvo a besarla y la aprieto contra mi pecho, mientras miles de plumas negras rompen sobre nuestros cuerpos. ¿Esto está bien? No es real, ¿pero acaso no estoy violando la privacidad de mi prima? ¿Soñar con ella a este nivel es correcto? Y lo peor de todo, ¿por qué no puedo sacar a Kouen de mi mente? Es como si cientos de imágenes de él decepcionado me emborracharan la conciencia.

El Imperio Kou: Tártalo (Fanfic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora