Avancer

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Avancer

En el amanecer de nuestros veintitantos años la euforia provocada por nuestro estúpido triunfo se vio, no nublada o tapada, más bien extirpada de la faz de la tierra por algo que inocentemente no veíamos venir.

Los ataques terroristas de noviembre de dos mil quince silenciaron a Francia. Silenciaron al mundo. Y nuestras alegres tertulias fueron consumidas por un vacio oscuro y tenebroso.

Recuerdo a mis amigos; no habían pasado más de veinte minutos de haber arribado a ese destartalado motel cuando Anne Mariè tuvo la idea de encender la televisión y entonces todo el mundo se silencio.

Mientras mujer de las noticias explicaba la situación mis rodillas fallaron llevándome al suelo, en un bar cercano al estadio habían explotado tres bombas consecutivas; y en la pantalla se veía como la gente corría de arriba abajo intentado buscar refugio o salvarse...

—<<...Se reportan alrededor de cinco heridos y dos muertos...>>—Dijo la señora de la televisión.

Pero en el momento no llegue a procesar la información solo podía observar, y volviéndome a mis espaldas vi como Anne Marie lloraba desconsolada sobre los hombros de su hermano, Nova y Evan al borde de una de las camas discretamente tomados de mano, Agustino estaba de pie apretando la mandíbula y Abe. Abe tenia la mirada vacía y todo rastro de ironía o sarcasmo había desaparecido súbitamente.

Esa noche no dormimos. Nos fue imposible pegar el ojo de manera alguna, habíamos escapado de Venezuela precisamente porque este era un sitio mucho más civilizado, progresista y seguro, enamorándonos de una ciudad que pese a todo nos había acogido y adaptándonos al paisaje habíamos conseguido una especie de familia; tanto para las personas que hoy llamábamos amigos, como para aquel hermoso recóndito rincón al que ahora llamábamos "casa"

Abe, Agustino y yo éramos guerreros, irreverentes, rebeldes entre miles de sinónimos habidos y por haber, por lo que la situación nos dejo con un sentimiento de impotencia mayúsculo en pleno pecho.

Y luego las llamadas...

Nuestros familiares preocupados no aguardaron en comprobarnos y fue terrible mentir que estábamos bien, no, no lo estábamos. Nuestra querida Paris había sido ultrajada por un grupo de radicalistas mientras nosotros habíamos estado correteando a la policía en un intento de demostrar nuestra estupidez o alguna otra alegoría barata intentando justificar la necesidad de sentirnos cada día más vivos.

Aun no me podía explicar cómo era que como "raza única" nosotros los humanos siempre consiguiéramos una jodida escusa para liquidarnos unos a otros. Cuando había tanto por hacer, tanto por progresar, tanto por salvar, tanto por vivir...

No pudimos regresar a París hasta dos días después, la seguridad fue incrementada de manera absoluta y prácticamente no se podía caminar siendo inmigrante, legal o ilegal, por las calles. No los culpaba, tenían miedo.

Y yo personalmente también lo tenía.

Cuando llegamos a casa después de esa expedición de tres días y de dormir en una que otra plaza por falta de dinero, nuestro orgullo y nuestra vitalidad estaban derrotados. Desde el catorce hasta el día en que arribamos había habido un luto de tres días en toda Francia, y obviamente en el resto del mundo las reacciones habían sido inmediatas.

Esa misma noche nos reunimos en el arco del triunfo para la última vigilia. Atestado de gente mis queridos amigos y yo nos apretujamos sin separarnos. Era lo mínimo que podíamos hacer, después de todo lo ocurrido.

—¿Por qué te sientes culpable?—Susurro Agustino a mi oído

—Supongo que porque había sido mi idea...—respondí

—Tonta —Dijo Abe incorporándose—, no hicimos nada malo. Todo esto es culpa de esos bastardos radicalistas

—Nada termina bien —Dijo Ángelo saliendo de la nada—, si metes a los radicales por el medio

—¿Entonces que nos queda? —Dijo Bianca desde los brazos de Marco—, seguirán atacando y casi destruyen la ciudad...

—Todos esos muertos...—Dijo Anne Mariè en un susurro—, ¿Qué vamos a hacer?

Eso nos calló a todos nuevamente, no sabíamos que hacer. Y lo que había dicho Bianca era cierto, esto no pararía, hasta que nos destruyéramos del todo. El humano iba a continuar disputándose por estupideces que no tenían sentido, vi a mi patrulla cabizbaja y gris; pese a ser vistos como "adultos" en realidad más de uno se sentía tan perdido como un niño sin su madre. Aunque ninguno lo quisiera admitir.

De la multitud un anciano señor con barba larga y blanca se volvió a vernos con dulzura. Cuando lo reconocí, el señor Lawrence pronuncio las palabras que nos sacarían de ese estado  gris y triste.

—¿Qué les queda chicos?—Dijo con una sonrisa tierna— a uds. A nosotros y a Francia, Avanzar.

*****

Nota del autor: 

Pequeña aclaratoria del capitulo. Como ya saben la vida bohemia no esta siempre envuelta en situaciones graciosas e irreverentes, el siguiente capitulo esta dedicado a aquellos que sufrieron el momento donde París se vio asechado ante el peligro y el terror. 

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