Capítulo Dos

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Manuel Mijares se preguntó quién estaría en su cocina. Desde su despacho, al fondo de la casa, podía oír pasos que llegaban de su cocina, pero aun así trataba de concentrarse en lo que estaba escribiendo.
En ese momento oyó que alguien abría y cerraba un armario de la cocina. Manuel dejó de escribir preguntándose quién sería su invitado sorpresa. Podía ser alguno de sus despistados amigos que tenían la llave y se había atrevido a visitarlo sin llamar antes.  También podía ser su hermana, pero ella llamaría antes de ir.
Sólo su madre o su agente lo visitarían por sorpresa. Su madre estaba de viaje por los fríos países nórdicos, por lo que sólo quedaba su agente, Jaime, o un ladrón.
Manuel consideró las opciones. Le gustaba Emmanuel pero no cuando lo visitaba para preguntarle cuándo tendría terminada su última novela y por qué no estaba ya lista.
Un ladrón no querría hablar. Sólo se limitaría a llevarse lo que le gustara, y, aparte de su enorme televisión panorámica, demasiado pesada para una sola persona, y el ordenador que estaba usando, no había nada más de valor en toda la casa.
Siempre podía salir con una pistola y echar al intruso, al igual que haría su héroe de ficción. Pero como no tenía pistola, descartó la posibilidad y siguió escribiendo.
Oyó el agua correr, el ruido que hacía la cafetera y finalmente el olor a café recién hecho.  Marcos suspiró y cedió. A menos que los ladrones se entretuvieran en hacerse un café, su misterioso invitado no lo era.
Ma: No te preocupes, amigo (dijo Manuel a su héroe de ficción su historia ficticia) Saldrás de esta. La adorable Bianca ha caído ya rendida a tus pies. Te echará una mano, salvarás el mundo, y entre medias, haré que vivas unas tórridas escenas de sexo.
La cocina era una habitación estrecha y alargada, en la que había una mesa de picnic. En medio de la cocina, había un hombre, vestido con un traje oscuro y una resplandeciente y recién planchada camisa blanca. Era Emmanuel.
Ma: Buenos días, compañero...
E: Manuel es casi la hora de comer. No me digas que te acabas de levantar (dijo éste mirándolo con disgusto)
Ma: No exactamente (dijo riendo) Llevo levantado desde ayer (contestó al tiempo que miraba el reloj del horno) Y no es la hora de comer. ¡Sólo son las diez y media!
E: En muchas partes del país ya es la hora de comer (dijo poniéndole una taza de café por delante a Manuel) Tómatelo. Parece que lo necesitas.
Ma: No, gracias. Tengo cafetera porque tú la trajiste, pero yo no la utilizo. No bebo café, y tú tampoco deberías hacerlo. Toda esa cafeína...
E: Es justo lo que necesitas para comenzar el día.
Manuel no pensaba discutir con Emmanuel. Tomó un sorbo y sintió un escalofrío. Entonces bostezó, se estiró y se masajeó ligeramente el cuello.
Ma: ¿Y qué te trae por aquí?  ¿No deberías estar vigilando cómo van las ventas de mis libros?
E: Soy tu agente, Manu, no soy tu contador, tampoco un vendedor callejero. No vigilo tus libros (contestó alzando una ceja con gesto aristocrático) Yo contrato a otros para que hagan ese trabajo (se sentó) ¿De verdad has estado toda la noche levantado escribiendo? ¿O tal vez estuviste haciendo algo más interesante con Lucero? (miró hacia el pasillo) No está aquí, ¿verdad?
Ma: ¿Quién? ¿Lucero? No, se ha ido.
E: ¿Ido en el sentido de que no está aquí en este momento, o ido en el sentido de para siempre?
Ma: En el sentido de para siempre (admitió Manuel) Nuestra disque relación se ha terminado. No volveré a verla.
E: ¿No? (parpadeó sorprendido)  ¿Por qué no? Pensé que te gustaba.
Ma: No estaba mal (dijo asintiendo)
E: ¿Qué pasó?
Ma: No lo sé (contestó mientras vaciaba su taza en el fregadero) Simplemente dijo que creía que sería bueno para ambos salir con otras personas.
E: ¡Ah! (Lo miró con detenimiento) No pareces muy apenado por ello.
Ma: Y no lo estoy (dijo Manuel tras considerarlo brevemente.  Lo había pasado bien con Lucero)
E: Pues deberías. Rompes más relaciones que carros en tus libros.
Ma: Eso no es cierto.
E: Sí lo es. Has tenido más aventuras que mis ex mujeres con sus entrenadores personales (dijo arrugando la frente) No es bueno para tu imagen. Se supone que eres un súper hombre no el hombre con el que toda mujer de la Ciudad de México ha estado liada. Eres un escritor famoso, las mujeres deberías estar detrás de ti, no que salgan corriendo como moscas.
Ma: No salen corriendo (dijo llenando la tetera de agua y poniéndola en el fuego. Eso era lo que necesitaba. Una buena taza de té y perder de vista a Emmanuel) Simplemente... deciden continuar con sus vidas... o algo así.
E: Está claro que no se quedan contigo y no las culpo (dijo esto último echando un vistazo a su alrededor)
Ma: ¿Qué quieres decir?
E: Bueno, no quiero herir tus sentimientos, pero no eres exactamente un tipo divertido y excitante. Te pasas la mitad de la vida solo en tu despacho, escribiendo.
Ma: Por Dios santo Emmanuel, ¡Soy escritor! Se supone que paso tiempo escribiendo. Si no, mi editor y tú no existirían.
E: Y cuando no estás escribiendo, estás promocionando tus libros, investigando para una nueva historia o jugando con tus sobrinos (continuó)
Ma: Promociono mis libros porque tú me dices que lo haga (respondió Manuel apoyándose en un armario y cruzando los brazos)
E: No, no lo haces por eso. Te encanta firmar libros. Lo consideras una buena oportunidad para conocer mujeres.
Ma: Y lo es, pero también es cierto que tú me dices que tengo que hacerlo. Investigo porque necesito información...
E: Y porque te gustan las bibliotecarias.
Ma: Algunas de ellas son seguidoras incondicionales de Hunter. Y en cuanto a mis sobrinos, no hay nada malo en que juegue con ellos.
E: No, cierto. Son unos niños estupendos. Sólo que invitar a una chica y estar con ellos no es lo más adecuado. Las mujeres quieren que las lleven a sitios, hacer cosas. ¿No has oído nunca que tres son multitud?
Ma: Yo hago cosas (se defendió)
E: Pues no deben de ser las adecuadas (dijo dando un sorbo de café) Por ejemplo, ¿qué hiciste la última vez que saliste con Lucero?
Ma: Romper (recordó) Fue una cita muy corta. La recogí, me dijo lo de que soy un gran tipo pero creía que ambos seríamos más felices saliendo con otras personas, regresé a casa y escribí un par de capítulos.
E: No me refiero a esa cita, Manuel. Me refiero a la última antes de ésa (suspiró con impaciencia)
Ma: Fuimos a dar unas vueltas en coche. Yo quería buscar exteriores para centrar el capítulo en el que Hunter tiene que esconderse en un bosque.  Después vinimos aquí. Pedimos pizza en un vegetariano nuevo que acaban de abrir: La cocina sana de Helen para llevar, se llama. Emmanuel tienes que probarlo, es...
E: Manuel, no me interesa la pizza (dijo cambiando el tema) Quiero saber lo que hiciste con Lucero
Ma: Ok, Ok. Comimos la pizza, y después vinieron los niños de Pilar...
E: Apuesto que pasaste el resto de la tarde interpretando alguna escena de tu libro, ¿verdad?
Ma: Sí. Pero no se puede decir que eso fuera aburrido. Era una escena muy emocionante, al menos lo sería si pudiera ambientarla bien.  Voy a tener que deshacerme de uno de los malos. Si no, el héroe nunca saldrá vivo.
E: Olvídate de la escena y háblame de Lucero (lo miró con suspicacia) No le pedirías que fuera uno de tus personajes, ¿verdad?
Ma: Claro que no (dijo Manuel agraviado), y tampoco le pedí que hiciera el helicóptero. Eso sólo te lo pido a ti, tú tienes la total exclusividad (desde luego no se lo habría pedido a Lucero.  No se la podía imaginar, con su peinado y su maquillaje impecables, corriendo por toda la habitación con los brazos extendidos imitando el ruido de un helicóptero)
E: ¡Eso no es una cita! Se supone que tienes que llevarla a cenar, al cine, o al teatro, o a un concierto. Las mujeres de ahora adoran la sofisticación; no consideran que un “hot dog” y pasar la tarde jugando a policías y ladrones, seguido de unas horas de ejercicio en el dormitorio sea la cita ideal.
Manuel hizo un gesto de dolor.  Aparte del hecho de que él no comía “hot dogs”, lo demás era una descripción muy acertada de la mayoría de sus citas.  Aunque tampoco se podía decir que Emmanuel fuera un experto después de tres divorcios.
Ma: ¿Y desde cuándo eres tú un experto? Te has divorciado ¿dos veces? ¿O eran tres?
E: Manuel, tres, pero no voy a volver a hacerlo. Ivana es la definitiva. Yo, al menos, la he llevado al altar. Al paso que vas tú, tendrás que pedirlo en la primera cita y conseguir el sí.
A Manuel la sola idea le inquietaba. No se podía decir que Él tuviera prisa por casarse, le gustaba la vida de soltero, ser un hombre moderadamente rico; pero no le gustaba pensar que ni siquiera tuviera nunca la oportunidad de formar una familia.  Tal vez nunca lo hiciera.
Pero no era culpa suya. No se había dedicado a buscar una esposa a pesar de haber salido con muchas mujeres. ¿Estarían todas equivocadas o sería él el equivocado?
Ma: Desde luego, mi mundo no se derrumbará si no me caso esta misma mañana, y estoy seguro de que no has venido hasta aquí para hablar de mis fracasos con las mujeres.
E: No (dijo Él) Quería hablar contigo de “Peligro Al Amanecer”.  Cuando Hunter entra en la central eléctrica, ¿cómo sabe que el malo tiene el misil?
Manuel dio un suspiro de alivio y se dispuso a hablar de algo de lo que sí sabía... un poco.




Me enamoré de esa foto de Manuel ♥U♥

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