Capítulo Tres

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Isabel Lascurain, hermana de Mayte, no compartía su falta de entusiasmo por el artículo que le habían encargado. Se había pasado por el nuevo apartamento de Mayte para ayudarla con la mudanza.
I: No suena tan mal (la consoló cuando ella le contó los detalles del nuevo artículo periodístico para el cual fue contratada) Al menos conocerás a unos cuantos hombres interesantes.Yo no lo he conseguido. Los únicos hombres a los que conozco sólo me quieren para que les lleve las cuentas.
M: Eso es porque eres contable (dijo mientras colocaba los libros en la librería de mimbre)  ¿Crees que esta librería queda bien aquí? ¿O tal vez quedará mejor en la otra pared?
I: En ninguna. Sólo puedes hacer una cosa: empacar todo y volver a tu antiguo apartamento. La librería quedaba mucho mejor allí.
M: ¡Ya Isabel!
I: Vale, pero es cierto (dobló las piernas y se abrazó las rodillas)  No sé por qué te has mudado. Tu otro apartamento estaba más cerca del centro, era más grande y bastante más barato.  Además, el cemento del techo no parecía a punto de desprenderse.
M: No le pasa nada al cemento de este techo, gordita...
I: Ya le pasará (le advirtió la rizada) Mi padrino se dedicaba a la construcción y sé de estas cosas. Te digo que un día entrarás en esta habitación y comprobarás que el techo se ha convertido en el suelo. Además, no hay ascensor.
M: Sólo son dos pisos. El ejercicio me vendrá bien.
I: El ejercicio está bien cuando se supone que estás haciendo ejercicio, no cuando cargas con las bolsas de la compra. Pero lo mejor del otro apartamento era que estaba muy cerca del mío.  Te voy a echar de menos, por no hablar de cuando hacías de niñera gratis.
M: Yo también los echaré de menos (dijo Mayte) Quizás mudarme acá no ha sido tan buena idea.
Mayte echó otro vistazo a la habitación prestando especial atención a las molduras de las puertas de madera maciza y los altos techos. No, mudarse había sido la mejor idea.
M: Tenía que mudarme, Isabel. Ésta es la casa en la que siempre me imaginé viviendo. Tiene gusto, es elegante, antigua...
I: Eso seguro, por no hablar de lo lejos que está.
M: No te preocupes (dijo extendiendo una mano para tocarle la rodilla a su hermana) Nos veremos frecuentemente y cuidaré de Joss siempre que lo necesites (mientras lo decía examinó de nuevo la librería y decidió que estaba bien donde estaba) Sólo espero poder seguir pagando este sitio.
I: ¿Y por qué no ibas a poder?  Te encargan escribir muchos artículos.
M: Sí, supongo que sí, si lo que quiero es escribir siempre esos artículos absolutamente banales.
I: Mayte, ¡No siempre escribes cosas banales! ¿Cómo llamarías tú a aquél artículo sobre “las Prendas que te hacen sentir atrevida” o “El dormitorio que incita” o “Las mejores recetas sensuales”? ¿Periodismo de investigación?
M: Bueno, no. Yo lo llamaría pagar las facturas. 
I: ¿Y el que tienes ahora?, no suena nada mal. Ni siquiera tienes que buscar las cincuenta cualidades del hombre ideal, sólo tienes que poner al día una lista algo anticuada.
M: Supongo que tienes razón. El problema es que no creo que haya que actualizarla.
I: ¿Perdón? (preguntó sin llegar a comprender el objetivo final del artículo que tiene que escribir Mayte)
M: Lo has oído (confesó) Llevo pensando en ello desde que hablé con Fernanda. Me dijo que yo salía con muchos chicos y es cierto. He salido con muchos hombres de ahora, y ninguno me ha impresionado realmente.
I: Oh, vamos (levantó las cejas) ¡Algunos de esos chicos eran realmente guapos!
M: ¿Cómo quién?
I: Darío, por ejemplo. Era un encanto... con esos rizos rubios, y esos grandes bíceps.
M: Eso es cierto (dijo Mayte), pero les dedicaba toda su vida a sus bíceps. Si hasta hablaba con ellos...
I: Ahora que lo pienso, un día me los presentó.
M: Se los presentaba a todo el mundo. «Hola, soy Darío y estos son mis bíceps». Al final me di cuenta de que le importaban más ellos que yo.
I: Tal vez Darío no haya sido un buen ejemplo. Veamos, ¿qué me dices de Osvaldo? Era guapísimo y no se pasaba el día en el gimnasio.
M: Cierto, él pasaba todo su tiempo con el psicólogo.
I: No hay nada malo en eso.  Mucha gente...
M: Osvaldo estaba obsesionado (recordó) Era la única persona que he conocido que tenía más psicólogos que familiares. Ni siquiera sabía qué problema estaba tratando de solucionar. Y cuando no hacía eso se entretenía psicoanalizándome a mí. Finalmente, decidió y entendió que era él era demasiado inseguro para comprometerse y yo estuve totalmente de acuerdo con él.
I: Un poco compulsivo, sí. Fue mala suerte porque era realmente encantador, pero sin ser soñador como Agustín. Ése sí que estaba bueno: rubio y barba de dos días. Me recordaba a Brad Pitt.
M: Su defecto era que ni se cortaba el pelo ni buscaba trabajo. No podía hacer ninguna de las dos cosas porque se estresaba.
I: Pero lo pasabas bien con él.
M: Cierto, pero eso era todo. No me imaginaba casándome con él. De hecho, ése era el problema con todos. Eran buenos chicos, pero no me veía pasando el resto de mi vida con ninguno de ellos. Yo creo que era porque los encontraba demasiado modernos.
I: ¿Quieres un hombre a la antigua?
M: Sí, afrontémoslo, Isa. He salido con muchos hombres pero no por motivos de peso; siempre lo hago porque son guapos, o porque tienen buen cuerpo, o porque me resultan excitantes. Nunca he salido con ninguno que me pareciera una sólida elección como pareja.
I: Te entiendo (dijo asintiendo con la cabeza de cabello lacio, castaño y largo) Yo salí con mi ex, porque tenía unos hombros anchos y creo que hasta me casé por el mismo motivo.
M: ¡Eso es exactamente lo que quiero decir! A partir de ahora sólo saldré con aquellos hombres a los que considere posibles maridos (se reclinó contra el respaldo del sofá, cerró los ojos y se imaginó a su hombre ideal) Quiero un hombre como los de antes: fuerte, seguro de sí mismo, bien vestido, amable... un hombre que te cede su sitio en el autobús, como lo haría un caballero o nuestro padre (abrió los ojos para comprobar la reacción de su hermana mayor) Papá era así ¿recuerdas que solía llevarle a mamá una taza de té a la cama todas las mañanas? Creo que ningún hombre ha hecho eso por mí.
I: (Se sonrió y asintió) Papá era un hombre magnífico (meció con su cabeza) Yo tampoco recuerdo. No puedo imaginar que ningún hombre se levantara antes que yo.
M: Papá siempre lo hacía. Quería cuidar de mamá. Ya no quedan hombres así.
I: Es nuestra culpa (murmuró) Queríamos hombres con sentimientos.
M: Y los tienen, sólo que ahora están tan preocupados con lo que sienten que no se preocupan de lo que una siente. Quieren que las mujeres hagan todo el trabajo mientras ellos se ocupan de lo que realmente les importa: su carrera, su programa de ejercicio, su nivel de colesterol.  No necesitan a una mujer porque están demasiado ocupados en sí mismos.
I: Eso seguro (murmuró) Hoy en día, una tiene suerte si consigue que su ex marido le pague la pensión de los hijos a tiempo.
M: ¿Lo ha hecho otra vez? (dijo May dejando de pensar en sus propios problemas y pensando en lo irresponsable que es el ex de su hermana)
I: Así es. Ha dejado el trabajo (dijo Isa más con resignación que con rabia) Decidió que instalar televisión por cable no satisfacía sus necesidades. Aquí tienes una cualidad: un hombre ideal no está interesado en encontrarse a sí mismo. Lleva años buscándose a sí mismo. Desafortunadamente, aún no se ha encontrado.
M: ¿Por eso se separaron?
I: Por eso y porque siempre trataba de encontrarse en el dormitorio de alguna rubia sexy y pechugona. Ahí tienes otra: el hombre ideal es monógamo. ¡No es tan difícil!
M: No lo sería si fuera yo quien tuviera que inventarse la lista.  Lo haría en menos de media hora. Pero eso no es lo que Fernanda quiere que haga. Tengo que entrevistar a un montón de hombres y descubrir al hombre ideal.
I: Eso complica las cosas (dijo Isa) Siempre puedes hablar con Gonzalo. Parece ser un caballero. Desafortunadamente, tiene la mala costumbre de desaparecerse cuando menos lo esperas.
M: ¿Gonzalo? (dijo May colocando un ejemplar de Romeo y Julieta en la estantería) ¿No te referirás al tipo que heredó Deportes Al Aire Libre?
I: El mismo.
M: Lo suponía (suspiró)
Isabel la había tomado contra el pobre Gonzalo desde que heredó la empresa en la que ésta trabajaba como contable.
M: El señor Walters murió de una reacción alérgica, Isabel (añadió)
I: Eso es lo que dijeron, pero yo creo que es muy extraño.  Admito que Franklin era alérgico al pescado, ¡pero sabía que lo era! Y por eso tenía mucho cuidado con lo que comía. Y ocurrió justo en la cena anual de su empresa (dijo Isa, que se tomaba aquel asunto como un agravio personal) Estaba bien y al momento siguiente se lo llevaban en ambulancia. Más tarde dijeron que pensaban que había comido pescados o mariscos camuflados con los aperitivos, pero yo no lo vi hacerlo.
M: Tal vez no supiera que contenían pescado.
I: Supongo, aunque no me extrañaría que Gonzalo tuviera algo que ver. Después de todo él era el heredero (dijo Isa dando un largo suspiro, con los ojos llenos de tristeza) Ojalá Franklin se la hubiera dejado a otro.  Franklin Walters era un encanto, era un placer trabajar para él. Y ahora su sobrino está haciendo todos esos cambios.  Ha introducido una línea de ropa interior de cuero, ¿te lo imaginas? ¡Si el pobre Franklin levantara la cabeza!
M: Tal vez se venda bien.
I: Tal vez (dijo Isa dubitativa) Pero qué sé yo. Sólo me ocupo de las cuentas y supongo que Gonzalo no es tan malo (se quedó pensativa un rato y después cambió de tema) ¿Sabes con quién tendrías que hablar en realidad?  Con Simón González. Él es el nuevo empleado de Mercadeo que entró en la empresa hace unos meses. Creo que te he hablado de él.
M: Unas cuantas veces (bromeó)
En realidad habían sido un par de ellas aunque para Isabel eso era mucho. Lo bueno era que parecía que Simón estaba interesado en ella.
I: No es así.  Además, Simón es un buen hombre. Encantador y amable, y tiene un gran sentido del humor. No está tratando de encontrarse a sí mismo y sabe perfectamente lo que quiere.  Sólo es Relacionista Público de la empresa ahora pero en unos años será Director de Marketing. Tengo una corazonada.
M: Desde luego tiene mejor pinta que los hombres que tengo que entrevistar (gruñó) Un programador informático, el dueño de una galería, el hombre del tiempo del Canal Tres...
I: ¿Ése que sale vestido según el tiempo que va a hacer? (preguntó horrorizada)
M: Eso me temo.
I: Estás de broma. Anoche salió con pijama de franela para decir que iba a hacer frío. No imagino a mi hombre ideal saliendo en televisión vestido con un pijama de franela.
M: Pues es el mejor de los que tengo.
I: Mayte no lo puedo creer (dijo sacudiendo la cabeza) No todos pueden ser tan malos.
M: Te lo enseñaré (dijo May levantándose del suelo y dirigiéndose a la cocina a buscar la lista.  Volvió con los papeles y un refresco para cada una) Míralos.
I: Un ingeniero, un filósofo, un biólogo... tienes razón. Es horrible. A ver qué más: un detective privado, puede ser interesante; Hunter McQueen, éste también está bien.
M: ¿No me digas que conoces a alguien de la lista?
I: Bueno, no lo conozco, pero sé quién es. Y tú también.
M: No, yo no.
I: Es el protagonista de “Acción al atardecer”.  El libro de Manuel Mijares. Seguro que lo has leído. Estuvo mucho tiempo entre los más vendidos.
M: No puede ser cierto (dijo May con un gesto de disgusto) ¿Me estás diciendo que las mujeres de hoy en día piensan que un personaje de novela es un hombre ideal?
I: Tal vez sea lo más parecido que tenemos. Además, estoy de acuerdo con ellas. Hunter es magnífico. Estoy segura de que has leído el libro, Mayte. De hecho, creo que te dejé el mío (dijo Isa mientras buscaba entre los libros que quedaban en una de las cajas) Aquí está.
M: ¿No es éste el libro en el que el protagonista tiene que perseguir a un ser malvado que quiere apoderarse del mundo, vencer a todo un regimiento de tipos musculosos y rescatar a la chica?
I: Ese mismo.
M: El tipo de ese libro no es mi idea de un héroe. Lo único que hace es correr de un lado a otro haciendo estallar cosas.
I: Eso no es cierto.
M: Es verdad. Cada vez que una mujer aparece en su habitación se toma unas páginas para revolcarse un poco con ella (dijo Mayte con el más absoluto de los desprecios) Eso no es lo que yo entiendo por un hombre ideal.
I: No sé (dijo Isa pensativa) Después de todo, son una escenas de sexo estupendas.
M: Son escenas de cama imaginarias (dijo May exasperada) ¿Los malos quieren cargárselo y él aprovecha para saltar encima de la primera mujer que se le cruza en el camino?  Muy lejos de mi hombre ideal, desde luego.
I: Bueno, si yo tuviera a un tipo como él a mi lado y el mundo estuviera a punto de estallar, no me importaría nada que saltara encima de mí. Es casi tan guapo como Simón (dijo Estela mirando la foto del escritor)
M: Déjame ver (dijo May tomando el libro que Isa tenía en las manos y mirando la foto en color. Isabel tenía razón. Manuel Mijares podía ser muchas cosas, pero feo no. Aquel hombre con el pelo oscuro, algo despeinado, los ojos oscuros que relucían tras su sexy mirada, como la de Bruce Willis. Tenía los labios curvados formando la más bella y sensual sonrisa.
I: ¿No esta bien guapo? (preguntó Isabel)
M: Essss…, es interesante (dijo al fin luego de quedarse mirando la foto de Manuel Mijares) Pero probablemente no sea así en persona. Y aunque lo sea, no significa que él o sus héroes vayan a ser el hombre ideal.
I: Sigue pareciéndome más interesante que el programador informático o el galerista (añadió) Si yo fuera tú, en estos momentos estaría programando en la agenda una entrevista con él.

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