El violinista: Arma.

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— Joven amo —la chica de largos cabellos se acercó al hombre trajeado en color rosa—. Aquí están los expedientes.

— Gracias, Baby 5 —contestó—. Puedes retirarte.

— Con permiso.

Tomando aquellos folders grises, con los textos escritos por una tinta fuente y a mano, los leyó, tenía muchos nombres desconocidos, de entre ellos, dos captaron más su atención. Uno un reconocido genio recién descubierto de la música y otro un pequeño niño mimado. Iba a ser excitante realizar las pruebas en aquellos chicos.

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— Dragon-sama —habló la chica—. Aquí están los planos que solicito.

— Gracias, Koala.

En aquellos papeles azules, estaba el diseño y funcionamiento de la bomba nuclear, estaban atravesando la guerra y Estados Unidos tenía muchos ases bajo la manga, infiltrarse y conseguir un aliado traidor de su patria no era tan fácil.

Con detenimiento, fue leyendo cada instrucción, cada componente y cada químico que tenía está. Ahora debía de cuidar que no cayera en manos equivocadas, sino podría ocurrir una catástrofe peor y eso jamás se lo perdonaría.

Tomó aquellos papeles y bajo hacía el sótano de su casa, saludando a su único hijo en el trayecto, este vestía de manera elegante, demasiado aún para estar en casa, supuso que tendría invitados. No era de sorprenderse.

Debajo de ellos, contenía en unos matraces y tubos de ensayo, un líquido pesado y de color gris. Sus efectos secundarios aún no habían sido probados, pero estaba en estudios de ellos, podría ser mortal la constante exposición a ellos, de manera muy cercana.

Eran tiempos de guerra. La segunda guerra mundial para ser exactos. Alemania estaba en el caos, Estados Unidos mandaba a su gente a la propia muerte y Japón no podía perder su lugar cómo una potencia mundial.

Aunque muy pronto se arrepentiría de haber descubierto aquel líquido. Se arrepentiría toda su vida.

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— Pase joven Trafalgar —le concedió el paso el mayordomo de la casa, guiándolo hacía una sala de estar—. Tome asiento, el señorito Luffy ahora bajará.

— Gracias —contestó educadamente.

Pronto lo vio bajar, trajeado en color negro, con una camisa de lino en color azul, llevaba mocasines negros, un reloj de pulsera, de oro completamente. Delicadamente descendió las anchas escaleras de madera tallada, hasta llegar a su lado. Invitándolo con un gesto de su mano, le guió al gran salón.

Tenía una considerable tarima de madera, había una silla de caoba con detalles en dorado y acojinada en rojo, delante, estaba una mesa mediana, vestida con un mantel bordado y puesto sobre ella, utensilios para que pudieran comer dos personas.

Tenía consigo dos sillas, una enfrente de la otra, tres copas, dos platos de porcelana y una cantidad considerable de cubiertos.

Ahora el joven, disfrutaba de un poco de vino, uvas y unas tajadas de queso, mientras admiraba cómo el violinista colocaba su instrumento y comenzaba la sinfonía.

Dulce dolor, exquisito placer masoquista que le llevaba al cielo pero cuando alcanzaba la cúspide, lo más alto, lo hacía hundirse en el infierno, llorando, sollozando, recordándole que no era bien visto ese tipo de amor.

Desconsuelo de aquellos que sufrían el amor a primera vista. Porque sí, el señorito se había dado cuenta que la melodía, con sus altibajos y violentas arremetidas expresaban el dolor de un corazón afligido, presa de una sociedad hermética.

Vio cómo una lágrima descendió de los ojos grises. Sollozo contaminado por el sistema vallado de los años 40. Volteó a ver al señorito, mostrando una tímida sonrisa acompañada de un sonrojo, los calmados orbes plomizos se cristalizaron, sin ser su intención el chico se había dado cuenta de sus sentimientos. Su nostálgica melodía había traspasado su barrera y le había hecho saber de sus sentimientos al chico.

"Vergüenza que te escondes en el interior y en momentos inoportunos brotas, dejadme ser un hombre que no tenga miedos y pueda seguir adelante. Dejadme aunque sea por poco tiempo, anhelar la belleza del ser amada. Por favor, os suplico que me dejéis estar hoy, al lado de él y que por favor, no haga ningún movimiento inoportuno. ¿Qué se sentirá el poder rozar sus labios con los míos?"

Sin siquiera decir una palabra, ambos chicos, pensaron idéntico al mismo tiempo, caminando lentamente, hasta darse el alcance uno con otro.

El mayor de ambos, dejo caer un pesado suspiro mientras veía los orbes oscuros, llenos de miedo. Miedo al rechazo.

Tomó su mano.    

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CONTINUARÁ... 


Nota: Actualizaré sólo de lunes a viernes. Los sábados estoy todo el día en la universidad y pues sólo llego a dormir y los domingos es día familiar. Espero que disfruten tanto cómo yo esta historia. Cómo siempre las(os) leo en los comentarios. 

El violinista. [LawLu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora