Tormenta

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Mi adolescencia fue caótica... En todos los sentidos. Ya no se trataba de esa lluvia constante pero tranquila que tiñese todo de grises. Fue una tormenta eléctrica con truenos retumbando por doquier.

Al pasar a secundaria conseguí al fin superar mi timidez y problemas de autoestima pero, como muchos adolescentes lo lograba a través de la rebeldía.

Primero fue la música, música de rabia, contestataria, cada vez más cruda y bestia. A medida que la cantidad de distorsión en las guitarras aumentaba, las letras se llenaban de rencor y los ritmos aceleraban el tempo, mi desagrado inicial hacia la masa atontada de mis congéneres se iba transformando en rechazo y repugnancia.

En secundaria las clases se habían llenado de niñas tontas con exceso de maquillaje y joyería y niños salidos, con granos y gran cantidad de hentai en las mochilas. Aunque quisiera hablar con ellos a esas alturas, su conversación - algo infumable situado entre las compras de ropa de marca y los resultados de la liga de baseball - me habría aburrido a muerte. Y es que tanto leer había tenido sus consecuencias y tras acabarme El Superhombre de Nietzsche, las gilipolleces que les resultaban interesantes me parecían balidos de oveja. Y ese conformismo... Esa tendencia a seguir cada estúpida moda, a ser parte de los aceptados, a escuchar lo que mandan los mayores y la gente de autoridad...

Yo ya estaba adoptando las tendencias estéticas de mis gritones ídolos musicales por lo que mi primer problema empezó con los profesores. Es alucinante el juego que da un uniforme escolar si tienes imaginación, tijeras y gran cantidad de imperdibles. El pelo era decolorado y recolorado con colores de fantasía, no había zona en mi cara en la que no hubiera un agujero del que colgase un arete o un pincho y al quitarme los zapatos escolares* me enfundaba unas botas de punta de acero de 18 agujeros que me llegaban por debajo de la rodilla. Y es que a quién coño le importaban las normas ridículas.

Habiendo sido adorada por los maestros en primaria, ahora era un verdadero problema para manejar. Elementos como yo debiesen ser relegados a la clase E, pero mis notas seguían siendo altísimas (no bajé del 96/100 tanto en secundaria como en preparatoria) y el súper pijo colegio privado, con su normativa anti pintas se inflaba a enviar cartas y a concederme  expulsiones. Expulsiones que yo disfrutaba ya que me permitían pasar más tiempo con mis "hermanos".

Mis padres no le dieron mucha importancia mientras las notas fueran buenas. Trabajaban todo el día fuera de casa y en general pasaban bastante de las reuniones con los profesores. Mi madre, una profesional de prestigio, no quiso abandonar su carrera tras casarse como es  costumbre en Japón, y mi padre, un artista de éxito internacional con ideas progresistas, no insistió en ello. Por lo que más o menos desde los 10 años me he cuidado yo sola, siempre considerada como una niña responsable y seria, y durante la secundaria podían pasar semanas sin que les viera a causa de algún viaje de trabajo o gira.

¿Y mis hermanos? ¿Quienes eran y como es que sólo ahora los menciono?

Porque soy hija única, por eso. Esos hermanos eran unos pandilleros que conocí durante una de mis expulsiones. Me habían echado por fumar y me habían quitado el tabaco, así que me compre un nuevo paquete y me fui a esconder de la policía a los vestuarios abandonados al lado de las pistas viejas. Al cabo de un rato aparecieron, llevaban un radiocasete con ellos vomitando los acordes del "We are not alone" de Coldrain y la canción fue profética. 
Me intentaron vacilar, yo les mande a tomar por culo. Después trataron de ligar conmigo, tras darle un morreo por sorpresa al que me pareció el más guapo, les volví a mandar a tomar por culo. Al cabo de pocos minutos se estaban riendo, aplaudiéndome y pidiéndome un cigarro.

Ya no estaba sola. Resultó que los delincuentes eran peña mucho más interesante que la que normalmente me rodeaba y aunque no leyesen filósofos reaccionarios por lo menos iban contracorriente con la sociedad que yo y mis ídolos musicales despreciábamos. Conocí muchísimos de esos durante mi adolescencia y juventud, y en gran parte fueron la causa de que sobreviviera para llegar a la edad adulta.

Cierto, ya no tenía esos pensamientos deprimentes en los que veía a mi madre llorando y echando agua sobre la lápida de mi tumba pero otros peligros diferentes al tajo en las muñecas amenazaban mi existencia. Al acabar secundaria con 16 años sabía silbar, escupir, conducir una moto haciendo caballitos y cantidad de técnicas de apaleamiento con boken*. Además bebía alcohol, fumaba, consumía y trapicheaba con drogas, robaba bolsos y chaquetas en las discotecas y follaba con quien me apeteciese sin implicarme en relaciones serias.

Con 18 ya me habían detenido 6 veces, había sufrido dos comas etílicos, un embarazo, un aborto provocado y al quemar parte de la casa en una fiesta salvaje mis padres decidieron ejercer de padres y me metieron en un centro de rehabilitación.

La tormenta paro en seco y se convirtió en una fina llovizna de esa que es casi niebla, pero que empapa a las niñas estúpidas, lluvia que mi abuela solía llamar calabobos.

La tormenta paro en seco y se convirtió en una fina llovizna de esa que es casi niebla, pero que empapa a las niñas estúpidas, lluvia que mi abuela solía llamar calabobos

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zapatos escolares: En Japón los chavales no caminan por el colegio con zapatos de calle. Al llegar se los cambihan por unos especiales, normalmente de goma, para el colegio y dejan  los suyos en la taquilla.

boken: espada de madera con forma de katana, destinada a entrenamiento.

Ikigai: Una Razón Para ContinuarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora