Agua Estancada

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Un puñetero embarazo... como venganza kármica por el aborto o por caprichos del destino, pero lo cierto es que pasé en esa mierda de sitio casi nueve meses. Doscientos sesenta y seis días, seis mil trescientos ochenta y cuatro interminables horas...
Nada más llegar fui consciente de la estupidez que cometí al no disimular ni siquiera el mínimo necesario delante de mis padres.
Con poco esfuerzo me habría librado del mal trago y seguiría con mi defasado modo de vida. Hechaba de menos la ciudad, el asfalto y el ruido. Las librerías y cafeterías, incluso los cláxones de los coches y los empujones en el metro. Aquí todo era demasiado silencio y tranquilo. Demasiado hippie, amistoso y soleado... No pegaba ni con cola con mi gris estado de ánimo. Me sentía estancada, como agua en un charco, pudriéndose al sol.
Mi ingreso fue traumático sobre todo para mi madre que se ocupó de rodearme de especialistas tras el ataque de histeria y un primer intento de escapada dentro de una caja de pino.

El centro por lo demás era igual a cualquier otro del ramo, con sus parques en los alrededores y sus habitaciones blancas

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El centro por lo demás era igual a cualquier otro del ramo, con sus parques en los alrededores y sus habitaciones blancas.
A mi me vigilaban constantemente tras mi intentona y las sesiones con el psicólogo eran unas interminables sucesiones del disco rayado de un interrogatorio cliché
- Por qué lo hiciste?
- Ha sido por algún problema de estudios?
- Familiar?
- Has sufrido algún desengaño amoroso?
- Eres feliz? Por qué no ?
Y vuelta a empezar...
- Cuales fueron las razones que te empujaron a intentarlo...?
Pasé de los deseos de colgarme a los de querer estrangular a los matasanos en tan solo una sesión y sólo la velada amenaza de la celda de aislamiento me contenía.
Casi nada aprendí del desagradable embarazo. Ni a superar mis ataques depresivos, ni a controlar mi ira, ni a conformarme con una existencia bovina.
Quizá solo hubo dos cosas que saqué en claro de mi estancia en la casa de la feliz familia Brady.
La primera fue un pretendiente. Uno de mis hermanos de jarana, de los que no destacan demasiado pero con mirada sincera y buen corazón.
Se presentó en el centro a las dos semanas de desaparecer yo de los lugares de encuentro habituales de la pandilla. Al parecer estuvo molestando a mis padres, a los vecinos y a todo bicho viviente que me conociera hasta averiguar mi paradero. Vino a verme y tras un largo paseo por el campo se me confesó. Al parecer llevaba enamorado platónicamente de mi desde el primer día y no tuvo huevos a decírmelo hasta el día en que desaparecí. Era unos añitos mayor que yo, seis para ser exactos, y ya estaba superando el terrible pavo que controlaba mis propios impulsos. Se ganaba la vida currando de mecánico, vivía con su humilde familia a la que daba automáticamente la mitad de su sueldo cada mes y la única insana actitud que conservaba conservaba de su rebelde adolescencia era la gabardina de pandillero y la costumbre de conducir demasiado rápido cuando iba en moto. Aunque le rechacé de plano no se rindió conmigo y permaneció alquilando una habitación en el pueblo cercano y acompañándome en mi día a día con historias de lo bien que íbamos a pasarlo en cuanto saliese de este antro. Al final comencé a disfrutar de su compañía y cuando se le acabaron los días de permiso y se fue, comencé a echarle de menos. En su siguiente visita, durante el paseo por los campos de suziki le dejé besarme y así fue como adquirí mi flamante primer novio.

El segundo importante descubrimiento fue quizá el más importante para mi futuro, me marcó la psique como un tatuaje en la piel: de manera imborrable

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El segundo importante descubrimiento fue quizá el más importante para mi futuro, me marcó la psique como un tatuaje en la piel: de manera imborrable.
Fue durante una excursión al monte Fuji, en el comienzo de una de sus rutas de peregrinación más importantes que lo vi por primera vez. Un lugar extraño, el mar de árboles... A pesar de su mala fama, durante los escasos dos kilómetros de su espesura que atravesamos, no sentí ni rastro de la energía negativa que mis compañeros de excursión, tanto médicos como pacientes, decían sentir. Todo lo contrario, se me antojó como un santuario.
Yo no soy una gran amante de la naturaleza pero ese lugar en penumbras, tan silencioso y vacío, se quedó grabado a fuego en mi subconsciente como lugar de retiro y su solo recuerdo, durante los momentos de ansiedad, lograba un efecto calmante que ni los antidepresivos más potentes lograron jamás en mi.

Entre ese efecto y las promesas de futura felicidad de mi novio, los dos últimos meses de mi cautiverio fueron más llevaderos

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Entre ese efecto y las promesas de futura felicidad de mi novio, los dos últimos meses de mi cautiverio fueron más llevaderos.
Durante el día en el que finalmente mis padres me recogieron para llevarme a casa, sorprendentemente brillaba el sol.

Ikigai: Una Razón Para ContinuarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora