VII: R U Mine?

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No todos los monstruos son humanos.

No todos los monstruos son humanos

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Hace poco más de un mes

El ángel estaba sentado al borde de los límites del Cielo, en el peldaño más bajo de la escalera dorada, con una pierna colgando, suspendida en la nada, y la otra flexionada sobre el suelo de oro.

Desde que llegó hacía décadas se había convertido en alguien distante, apartado de todo lo que le rodeaba. Solía sentarse a observar el mundo de los mortales con una frialdad inquebrantable. Aunque hubo una época en la que disfrutó contemplándolos; veía en ellos fuerza, bondad... Belleza. Los quiso por encima de sí mismo.

Pero eso había sido hacía mucho tiempo. Mucho.

Ahora tan solo podía apreciar una enorme masa de cuerpos miserables y efímeros. Se mataban los unos a los otros sin remordimiento alguno, profanaban sin ningún miramiento la tierra que su raza había creado para ellos... No agradecían nada. Eran una peste que había mancillado el paraíso terrenal que les habían regalado.

Le repugnaban.

-Tendrás que bajar dentro de poco -la voz de su superior lo tomó de improvisto y se preguntó qué estaría haciendo él en ese lugar. Tan cerca del abismo.

-¿Ya habéis elegido al afortunado? -Se notó un ligero deje de desprecio en sus palabras.

No le dirigió la mirada en ningún momento, sino que continuó con la vista fija en la Tierra. Odiaba ser manejado por ángeles de los que había sido comandante en su día. Y sobre todo odiaba que su vida valiera menos que la de cualquier mortal, esa plaga arraigada de seres corruptos y llenos de imperfecciones.

Aborrecía el mero hecho de tener que verlos campando a sus anchas por la Tierra, como si el mundo les perteneciera. Esa tierra, todo ese paraíso, debería ser de los ángeles. ¿Por qué tenían que tener tan poco ellos y tanto los mortales? Él se merecía poder disfrutar de su vida, de los placeres carnales. Se merecía ser feliz.

Claro que para ser feliz necesitas tener humanidad. Y hacía mucho que él había perdido la suya.

-Afortunada -lo corrigió el dominación.

Los ojos del ángel se abrieron algo más de lo normal. Siempre eran las hembras las que se encargaban de las mujeres humanas. Jamás había ocurrido lo contrario.

-¿Habéis decidido hacer una excepción conmigo? Qué considerados -se burló.

-Dominc -su voz fue severa-, tú siempre has sido la excepción que confirma la regla.

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