Capítulo II

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Vivimos, morimos y la muerte a nada pone fin.

Seguimos viaje hacia la pesadilla.

-Jim Morrison

Corro a toda prisa para alcanzarlo. Mis pies apenas tocan el suelo, pierdo fuerza de forma sorprendente y mi cuerpo suplica por un descanso. Pero si paro, aunque sólo sea por unos segundos, no lo volveré a alcanzar. Lo perderé para siempre.

Así que sólo sigo, ignorando la fatiga, como si ésta no fuera capaz de detenerme. Doy por sentado que nada puede ser más doloroso que simplemente dejar que se marche. Sin embargo, por cada paso mío, Xavier avanza dos.

El ambiente es frío, húmedo y oscuro; lo único visible es su silueta alejándose, sin piedad. Se escucha el rumor de agua cayendo y yo avanzo dando pisotones sobre los pequeños charcos que se han formado.

Ya no puedo más, mis piernas fallan, caigo de rodillas al suelo, mis brazos se desploman y soy incapaz de levantarlos. Me siento como una marioneta que ve con impotencia como van cortando cada uno de sus hilos, sabiendo de antemano que sin ellos no habrá forma de volver a levantarme.

El resto de mi cuerpo termina por ceder, estrellándose de forma violenta contra el suelo. Mis ropas se empapan al instante, haciéndome estremecer por el frío. Aquello tiene su gracia; un balde de agua helada siempre te pone los pies sobre la tierra.

Él no para, sigue caminando con paso constante y veloz. Y yo soy consciente de a dónde se dirige. Quiero gritarle que se detenga, pedirle que no vaya a esa grieta.

Pero mi cuerpo ya no es mío. La sangre comienza a fluir de aquel recipiente que tiene presa a mi alma. De nuevo he sido desplazada, orillada a la muerte por unos instantes. ¿Por qué tiene que ocurrir en un momento así? Al final, nunca consigo ser completamente dueña de mi persona, del mismo modo en que jamás logré ser la única dueña de su corazón.

Ese es a grandes rasgos el sueño (debería decir pesadilla) que ha estado atormentándome desde hace tiempo. Noche con noche es lo mismo, despierto sudando y temblando de miedo. Intento tranquilizarme repitiendo una y otra vez que jamás ocurrió, aunque sé que la realidad no es mucho mejor.

Xavier tomó su decisión, desapareció aquel día, dejándonos a Elena y a mí a la deriva, sin saber qué pensar la una de la otra o cómo hacer para vivir sabiendo que él ya no estaría ahí.

Sí, él eligió sin consultar a nadie, ni siquiera a nosotras dos, y aunque no puedo estar de acuerdo con el acto que me destrozó, tampoco puedo desaprobarlo del todo. Hizo lo que tenía que hacer.

Hoy no es un día diferente, la pesadilla de la que me despierto es la misma, el terror que me invade es igual de intenso... pero el tiempo que ha pasado desde que ocurrió por primera vez provoca en mí cierta ilusión de entumecimiento. Todavía siento angustia y dolor en el corazón, pero al menos ahora puedo disimularlos más.

Los primeros días fueron terribles. Daniel parecía el único de nuestro pequeño círculo en conservar la razón, por supuesto que estaba triste pero al menos lo sobrellevaba mejor. Chris, quien al principio se mostró igual de lúcido que siempre, pronto se sumió en un voto de silencio producto de pensamientos enredados que nunca compartió con nosotros. Lo único que puedo asegurar es que él no lograba asimilar un mundo en el que Xavier no estuviera presente, después de todo eran como hermanos. Durante días sólo habló lo indispensable para tratar de consolar a sus otros amigos.

Oliver, Elena y yo éramos un completo desastre. No sólo nos sentíamos como muertos en vida, sino que no teníamos ni la más mínima idea de cómo debíamos comportarnos cerca de los demás. La chica que había estado poseyendo mi cuerpo era una extraña para prácticamente todos y se notaba a kilómetros que una parte de ella se sentía fuera de lugar. Oliver no soportaba estar al lado de ella, lo cual es bastante lógico considerando la pérdida que acababa de sufrir y que Elena se lo recordaba a cada instante de forma involuntaria.

Muertos para el mundo - Atrapada en ti #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora