Capítulo IV

25 1 0
                                    

La traición y la violencia es

exponerse a emplear un arma

de dos filos con la que puede

herirse el mismo que las maneja.

-Emily Brontë

Siempre intenté ser el hijo perfecto, el chico de oro salido de algún escrito de Fitzgerald. Ser un estudiante sobresaliente, ir a una buena universidad, encontrar un leal grupo de amigos; eran metas que perseguí hasta que se hicieron realidad. Un constante intento para compensar el estigma de ser el niño al que ni sus propios padres amaron. Siempre buscando la forma de cubrir todas las expectativas. Me engañé haciéndome creer que de esa forma estaría seguro. Todo estaría bien mientras siguiera el plan.

Xavier y Elena nunca fueron así. Ambos se conformaban con vivir, sin preocuparse por el futuro, demasiado ocupados disfrutando el presente. Y aun así, a pesar del evidente contraste entre sus personalidades y la mía, me aceptaron en su pequeño grupo y me trataron como un igual, hicieron de mi infancia un colorido caleidoscopio que aún me hace sonreír al recordar.

En ese tiempo ninguno hubiera sospechado que terminaríamos así; luchando por encontrarle sentido a una historia que parece inventada por un par de maniacos. Donde todo es tan estúpidamente absurdo que me niego a aceptar la realidad. ¿En qué momento se torció tanto la vida de aquellos pequeños? Aunque, tal vez sólo era cuestión de tiempo, al final no se puede huir de la vida.

Elena solía inventar un montón de aventuras absurdas y peligrosas en las que Xavier la seguía sin replicar, como siempre, y aunque la mayor parte del tiempo yo estaba encantado de acompañarlos, había ocasiones en que la temeridad de sus planes me asustaba tanto que prefería quedarme en casa y dejarlos partir solos. Incluso ahora me es difícil aceptar que una parte de mí tenía miedo de meterse en problemas, de que mis padres se enojaran y terminaran por arrepentirse de haberme adoptado. En esos momentos, ella me hacía prometer que no los delataría: "Si vas a actuar como un cobarde, al menos demuestra que eres uno de nosotros y no se te ocurra traicionarnos".

Sólo éramos unos niños que decían cosas sin medir las consecuencias. Ella jamás me lastimó de forma consciente, se limitaba a hablar con la furia de una pequeña que teme ver su diversión arruinada. Pero en esos momentos, cuando la escuchaba hablar así, una punzada de dolor y orgullo se apoderaba de mí. Por supuesto que no los traicionaría. ¿Cómo se atrevía a dudar de mí? En cada ocasión les repetí que podían confiar, que ellos eran mi familia. Y lo decía en serio, creyéndome cada una de mis palabras.

Ahora esa punzada regresaba para atacarme con el doble de intensidad. Quizá Elena siempre tuvo razón. Por eso estoy aquí, a punto de cometer la más grande traición de mi vida.

El restaurante al que entramos no es la gran cosa. Kate parece aliviada cuando ve la fachada del lugar, me mira rápidamente y hace una mueca con la boca en un intento por sonreír. Su hermano Dante, al contrario de ella, se ve incluso más animado que cuando lo conocí esta mañana. De algún modo es un alivio que sea así. A la mitad del camino entre el nerviosismo y la expectación, no se da por enterado al hecho de que ninguno de los dos contesta otra cosa que no sean monosílabos a su constante parloteo.

-Estoy seguro de que lo pasarán muy bien este semestre, vamos tienen una casa enorme y todo. Sí, es cierto que las cosas parecen estar jodidas, porque pues... lo están. Digo, después de todo su amigo se suicidó. Pero descuiden, que cuando las clases arranquen de verdad, estarán tan ocupados que ni siquiera tendrán tiempo para la tristeza-suelta Dante, sin apenas tomar aire. Espera por unos segundos a que repliquemos, pero pronto nota su error-. ¡Mierda, no me escuchen! Sólo estoy diciendo idioteces, ¿cierto?

Muertos para el mundo - Atrapada en ti #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora