Capítulo XI

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 Es mucho mejor atreverse a cosas grandes,

cosechar triunfos gloriosos aún marcados por el fracaso,

que aliarse con esos pobres espíritus

que ni mucho ganan ni mucho sufren

porque habitan en la penumbra

donde ni la victoria ni la derrota se conocen.

-Theodore Roosevelt


Daniel y yo estamos en la sala de estar frente al televisor, viendo un capítulo repetido de Hora de Aventura mientras desayunamos unos enormes platos de cereal con leche. Son casi las diez de la mañana, pero el cielo nublado, la lluvia ligera y la baja temperatura me hacen pensar seriamente que el reloj está equivocado y en realidad no ha terminado de amanecer del todo.

Por un momento intento imaginar la impresión que le daríamos a un observador externo y no puedo evitar soltar una risa que sale más como un resoplido. Yo, aún con mi pijama a cuadros azul marino y envuelto de pies a cabeza por una gruesa manta café con diseños hippies verdes y azulados, que Elena dejó olvidada en el sillón la noche anterior, sólo mi rostro y la mano que sostiene la cuchara expuestos a la ligera brisa helada; y Daniel, usando su pijama azul rey de una sola pieza tipo mameluco, con el sello de Superman en el pecho y una larga capa roja que también cumple la función de cobija. ¿Quién podría creernos si decimos que, en realidad, somos un par de universitarios cada vez más cerca de los veinte años?

Pero en un día como hoy, no hay razón suficiente para despertar temprano ni para fingir ser un adulto maduro y responsable. Es sábado, hace frío y el resto de los habitantes parecen seguir durmiendo. Por mi parte, no puedo más que agradecer este pequeño respiro en medio del caos de la última semana. Y es que no sólo debo soportar las clases y los exámenes finales de una carrera que en realidad detesto, sino que, además, en casa el drama causado por el regreso de Xavier sigue demasiado fresco. Sí, todos nos alegramos sinceramente por su regreso, pero cualquier idiota con dos dedos de frente podría intuir la tensión que se respira en el ambiente, causada por este enorme polígono amoroso donde, mientras Elena y Kate esperan por la decisión de Xavier, Oliver y yo esperamos por ellas respectivamente...

-¡¿Quién?!-llega de pronto Oliver con una caja de galletas vacía en la mano-¿Quién se acabó mis Oreos?

Daniel y yo nos limitamos a verlo sin dejar de comer y nos encojemos de hombros.

-No es justo, todos saben que son mis galletas-Oliver se deja caer en el sillón entre nosotros dos, se cruza de brazos y empieza a hacer pucheros.

-¿Mi dulce y pequeño Oliver está enojadito?-responde Daniel con voz de bebé. Se inclina hacia adelante y envuelve sus brazos alrededor de Oliver. Él trata de empujarlo, pero Daniel se le sienta encima y empieza a besarlo en la mejilla, a pesar de los golpes que éste le da en el brazo, en un intento por liberarse de su abrumadora muestra de amor.

Yo me río con ganas de la escena sin soltar mi cobija ni mi cereal, así que tardo en notar la presencia de Kate, quien acaba de entrar en la habitación. Los tres nos mantenemos impasibles mientras ella nos observa fijamente, con la cara igualmente inexpresiva. Muy despacio, Oliver desliza su mano derecha por el muslo de Daniel y apoya la cabeza en su hombro, mientras éste juega con su cabello y le acaricia la mejilla. Estoy a punto de partirme a la mitad por la risa que intento contener, cuando Kate sacude la cabeza y la oigo susurrar bajo su aliento algo parecido a: "demasiado frío para que me importe", antes de dar media vuelta y caminar hacia la cocina.

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⏰ Última actualización: Dec 16, 2016 ⏰

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Muertos para el mundo - Atrapada en ti #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora