Capítulo VII

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La casa está inusualmente silenciosa. No de un modo perturbador o desagradable, sino más bien pacifico. Nunca creí que una mañana tan tranquila como ésta pudiera agradarme tanto, normalmente el silencio me pone ansioso y entonces necesito hacer bromas o molestar a alguien para relajarme, pero hoy, es casi perfecto. Daniel se fue durante el fin de semana a Monterrey a conocer a los papás de María José. Chris y Kate desaparecieron sin rastro tan pronto como amaneció, lo cual no sería tan extraño si, desde anoche que llegaron del concierto al que fueron, no enrojecieran hasta las orejas cada vez que sus miradas se encuentran. Y Elena... ella está sentada frente a mí, al otro lado de la mesa en el patio trasero.

A pesar de que el frío casi quema la piel, el sol brilla con intensidad detrás de ella, resaltando todos sus colores y detalles, desde el enorme suéter tejido color crema que lleva puesto, hasta el vivo verde de sus ojos, que leen con interés el libro de alguna periodista bielorrusa, haciendo que frunza el ceño levemente. Una ligera brisa helada juega con algunos mechones de cabello que escaparon de su amarre, Elena se ajusta mejor la bufanda de lana y toma un sorbo a su café recién hecho. Son las once de la mañana de un domingo cualquiera, el silencio es todo lo que me rodea y no podría ser más perfecto.

De pronto, ella levanta la mirada de su libro, me atrapa observándola y yo no hago el menor intento por ocultarlo, así que alzo las cejas y ella sonríe genuinamente, malinterpretándome:

—Sólo termino este capítulo y hacemos algo para que no mueras de aburrimiento—dice.

—No te preocupes, esto es perfecto—y lo digo en serio, lo es.

Sé que es extraño, que nadie lo comprendería, excepto tal vez Daniel, pero es que ni yo mismo lo entiendo del todo. Durante las últimas semanas no he podido evitar observarla, verla de verdad, no como Alicia, sino como Elena, capturando cada detalle que le pertenece sólo a ella.

Cada vez me sorprendo más de lo estúpido que fui por no notar la diferencia. La honestidad en su risa, su andar impetuoso y lleno de seguridad o lo terrorífica que puede ser cuando está enojada, es algo inherente a ella. No es tierna, delicada o femenina, su alocada imaginación a veces me hace dudar de su sanidad mental, es extremadamente competitiva, ríe con demasiada fuerza, no teme hacer el ridículo entre desconocidos y para ella cada minuto es único, sin ataduras, sin miedos. Simplemente se limita a... vivir.

—Ok, vamos—dice Elena de repente, levantándose de su silla y arrastrándome de una mano hacia el interior de la casa.

—¿A dónde?

Ignora por completo mi pregunta mientras camina de arriba a abajo recolectando cosas en su mochila.

—Celular, dinero, llaves...—susurra como un mantra mientras camina hacia la salida. Antes de abrir la puerta, se detiene frente al espejo que está en el pasillo, suelta su cabello, se pone un gorro de lana y sonríe.

—¡Oliver!—grita desde afuera y yo decido que no vale la pena discutir, así que simplemente la sigo.

Elena no tiene idea de a dónde quiere ir, así que simplemente damos vueltas por la ciudad cantando a todo volumen con el reproductor en aleatorio, hasta que llegamos a un enorme mercado de pulgas, la cara de Elena se ilumina y yo casi puedo adivinar sus pensamientos ante la ilimitada cantidad de posibilidades frente a ella.

—¡No toques eso!—de repente me grita.

—¿Qué?

—No toque ese cuadro, está maldito.

La pintura en cuestión consiste en uno niño pequeño de unos tres años de edad, en tonos sepias, con dos enormes lágrimas bajando por sus mejillas. No puedo negar que es un poco perturbador, pero de ahí a decir que está maldito...

Muertos para el mundo - Atrapada en ti #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora