Con el paso de los años, la mugre de la pared se hizo tan densa que era difícil de limpiar, y cuando alguien transitaba cerca de ella, un dolor abdominal y un tremendo escalofrío se apoderaba de su cuerpo. Los dolores crónicos de cabeza y la acidez en la garganta eran los efectos secundarios. De vez en cuando se oficiaba una misa para apaciguar a los espíritus que habitaban en ese lugar. Ninguno de los actuales habitantes conocía la atrocidad que se había cometido hacía mucho tiempo. La gente achacaba esas horribles sensaciones a los fusilamientos que se realizaron en el lugar durante la última guerra. Pensaban que era normal que el mal deambulase por allí. De hecho, las casas cercanas estaban abandonadas, ya que persona alguna deseaba vivir en ellas y nadie las arreglaba tras los desperfectos causados por los bombardeos. Nunca existió industria alguna ni tampoco bases militares o cualquier otra instalación de interés, pero aun así el castigo al que los sometió la aviación aliada fue brutal. Nadie jamás entendió el porqué.
En la base de la pared, un cura junto con dos monaguillos había colocado un pequeño altar con una virgen de porcelana que adornaban con flores cada día y que curiosamente se marchitaban durante el trascurso de la noche.
No sé qué sucedió en este lugar, pero no hay manera de purificarlo, decía el cura.
En una ocasión, un vendedor de calabazas dejó su carro completamente lleno cerca de la pared y se acercó a un afilador ambulante para que le arreglara sus cuchillos. No pasaron ni veinte minutos y cuando regresó a por su mercancía, vio cómo unos gusanos, negros como el alquitrán, salían desde el interior de las calabazas y se las comían. Enseguida se tornaron moradas y casi en un abrir y cerrar de ojos se pudrieron. Quedaron únicamente los gusanos que, al instante, se asfixiaron sin motivo aparente.
Poco a poco, lo que ocurría cerca de la pared que ocultaba el estrecho pasillo, se convertía en leyendas y cuentos para asustar a los niños. Las parejas se separaban, los perros se enrabietaban, las aves se desplomaban muertas, los alimentos se pudrían y hasta la virgen de porcelana se agrietaba y necesitaba ser reparaba el quince de cada mes.
Curanderos y chamanes, gitanos y agoreros, políticos y charlatanes, científicos y predicadores, toda clase de gente se acercaba y prometía averiguar lo que pasaba, pero con lo único con lo que se quedaban era con la promesa, algunas monedas sueltas y la decepción de los que atestiguaban dichas intervenciones. Y mientras los años pasaban y el mundo tenía cada vez más acceso a la información y a las modernas tecnologías, menos se hacía caso a las leyendas y a los hechos sin explicar. La venda del conocimiento encubrió por completo el saber de las supersticiones, ocultando hechos y verdades que, tarde o temprano, siempre terminan por salir a la luz.
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La crucifixión de los ciegos
HorrorRelato de terror. Los misterios de la antigüedad que nos rodean, llevan consigo los restos de los pecados cometidos de nuestros antepasados. Los caminos abiertos y la sangre derramada, sólo con dolor y sufrimiento se pueden expiar. Y aunque intentem...