La crucifixión de los ciegos - Capítulo XI (11)

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El silbido del diablo era intenso y conducía a la locura. Bernard se tapó los oídos y se sujetó la cabeza. Sentía que pronto le estallaría. Se arrodilló en las ruinas e intentó cobijarse tras la columna caída, y fue allí, entre el polvo y los escombros, donde encontró una inscripción en latín. Se frotó los ojos e intentó descifrarla.

TEMPLO DE PANDORA

HIJA DE TODOS LOS MALES DE LA TIERRA

Y DE LA ESPERANZA MUERTA

Bernard reaccionó.

—¡Pandora! ¡Demonio! ¡Aléjate de nosotros!

La sombra empezó a disiparse y su lugar lo ocupó la esbelta figura de una mujer vestida con un traje de cuero agrietado y con una máscara de cintas marrones que le sujetaban la piel de la cara, que estaba recomida por gusanos y rasgada por las garras de Cerbero. El guardián del infierno no fue capaz de impedirle escapar de la cárcel de Satán y durante muchos siglos se dedicó a buscarla por la tierra, pero sin conseguir dar con ella.

No pronuncies mi nombre. No puedes salvarte, hagas lo que hagas.

El silbido que enloquecía a los hombres cesó y Pandora se giró bruscamente posando su mirada en Eva. Ella extendía las manos mientras corría por el estrecho pasillo en busca de parte de algo de esperanza adonde agarrarse y poder escapar. De pronto, de la nada aparecieron unas manos que la agarraron y la sacaron de aquel lugar maldito.

—Ajajá. Veo que no conseguirás atraparnos a todos —dijo Bernard, medio enloquecido.

Pandora empezó a retorcerse y a irritarse. Cogió a Bernard de la pechera y lo levantó como a una pluma hasta alzarlo a la altura de su rostro. La mujer bestia exhaló encima de él una especie de polvo vaporoso con olor a pescado podrido y pellejo quemado, haciendo que Bernard vomitase al instante.

Ahora morirás.

El condenado a morir cerró los ojos y aceptó su destino aunque no paraba de reírse. Y mientras Pandora se disponía a abrirle el cráneo para sorberle los sesos y el alma, las manos que salvaron a Eva volvieron a aparecer de la nada y con mucha fuerza tiraron del cuerpo rendido.

—¡Apártate, demonio! —ordenó el cura que les bendijo al principio—. ¡Apártate! Este cuerpo no te pertenece.

Pandora se arrodilló y sintió cómo una luz cristalina la cegaba y la obligaba a apartarse. Perdió el control. Bernard desaparecía lentamente y el silbido del demonio sonó con más fuerza que nunca. Entonces Cerbero apareció de entre las sombras y con una de sus cabezas mordió a Pandora en el cuello, con la otra en el muslo y con la tercera aulló de satisfacción mientras una densa niebla ocultaba todo el lugar. Hasta que la pesadilla terminó.

*

Días más tarde, en Berlín.

En el ala de alta seguridad del manicomio se encontraban esquizofrénicos, paranoicos, trastornados, fantasiosos, y dos supervivientes. Ellos conocían la existencia de los seres que les rodeaban y del poder que poseían. Sabían que el infierno existía y que sus guardianes no eran infalibles; igual que los humanos. Eva y Bernard caminaban por los pasillos, desconcertados pero no confusos, y únicamente se preocupaban por no toparse con más supervivientes parecidos a ellos. Aprendieron que existe una línea muy fina entre la locura y el profundo conocimiento del mundo que nos rodea. Lo que no sabían era que, incluso en aquel lugar de paredes acolchadas y de cámaras de seguridad que recopilaban imágenes las veinticuatro horas del día, existían también paredes que, al derribarlas, sus secretos podían devorar la carne y las almas de los que osaban adentrarse en ellas.

Y el silbido del diablo suena constantemente... aunque nosotros no lo oigamos.

FIN


La crucifixión de los ciegosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora