I – EL NEGRO ESPESO
Los sueños son dulces y placenteros. Marcan las metas por alcanzar y condicionan nuestras vidas. Están hechos de una materia extraña y etérea, difíciles de lograr, aunque sorprendentemente placenteros cuando lo conseguimos. Pero la diferencia entre un sueño y una pesadilla... sólo se distingue en el final. Que a veces no nos lo esperamos.
*
Hace treinta años, en algún lugar de la selva amazónica...
Los cocoteros salvajes, enredados por la maleza que crece a su antojo, se asemejaban a muros infranqueables que impedían el paso a la expedición. La mayoría de los animales se alejaban al escuchar el paso del hombre que, seguido por el silbido del machete, asustaba a los habitantes de la selva que no estaban acostumbrados a su presencia. Algunos, los más valientes o inconscientes, se acercaban para ver de cerca a aquellos extraños seres que invadían su territorio sin ningún miramiento.
Las ramas verdes caían al suelo, pavimentando el nuevo camino a recorrer. Los ojos de los exploradores se posaban sobre todo aquello que les resultaba extraño, amenazador, aterrador o desconocido. Pero sobre todo, los intrusos no dejaban de escudriñar un trozo de papel viejo y descolorido. Un mapa que encontraron en el interior de un antiguo libro recomido por las polillas.
—¡No es posible! —exclamó el más viejo de todos—. La puerta debería estar aquí.
La rabia se apoderó de la habitual templanza que le caracterizaba y, sin ser consciente del todo, pisoteó el suelo con fuerza y pateó un tronco caído que estaba a su lado.
—¡Tanto esfuerzo para nada! —continuó.
De pronto, su compañero, un hombre de mediana edad que vestía ropa de expedición de gran calidad, se situó a su lado y le dijo:
—¿Estás seguro de que no te has equivocado al interpretar las señales?
—Por supuesto. ¿Ves? Nos encontramos exactamente en el lugar que indica el GPS. Justo en el centro de las cuatro grandes colinas.
—¿Y si nos hemos desviado? —preguntó el hombre de mediana edad.
—No lo creo, pero deberíamos subir a un árbol y comprobar nuestra posición desde arriba.
—Me parece una buena idea.
—Fíjate en ése de ahí. Parece fácil de trepar —dijo el más viejo, señalando un enorme árbol cuyas raíces sobresalían del suelo y se entrecruzaban.
El hombre de mediana edad apoyó su rifle sobre el tronco, dejó su pesada mochila en el suelo y se dispuso a trepar.
—Veamos si nos encontramos en el lugar exacto —murmuró antes de dar el primer paso.
Utilizando las ramas de la maleza que enredaba el árbol, agarrándose en salientes y grietas creadas por los animales, y creando puntos de apoyo y sujeción con su afilado machete, el hombre de mediana edad al final consiguió subir hasta lo más alto de aquel coloso de la naturaleza. Sacó una brújula que guardaba en su bolsillo lateral y la alineó con el mapa.
—Ya veo —musitó, decepcionado, y comenzó el descenso.
Su ofuscamiento le impedía centrarse en lo pasos que daba; la decepción lo corroía, la preocupación por la pérdida del dinero invertido lo reconcomía; sus esperanzas se desvanecieron y un escalofrío le recorrió el cuerpo, haciendo que perdiera la noción del tiempo.
Maldita ansia de aventura y riqueza, pensaba.
Las manos le sudaban de tal manera que, al agarrarse a las ramas, no conseguía sujetarse con seguridad. Pero no se daba cuenta. Sus pies se torcían entre las ranuras, se doblaban como si fuese un torpe principiante.
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La crucifixión de los ciegos
TerrorRelato de terror. Los misterios de la antigüedad que nos rodean, llevan consigo los restos de los pecados cometidos de nuestros antepasados. Los caminos abiertos y la sangre derramada, sólo con dolor y sufrimiento se pueden expiar. Y aunque intentem...