La crucifixión de los ciegos - Capítulo VI (6)

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Eva tocó las paredes ennegrecidas por la mugre y el tiempo, y sintió el frío tacto de la piedra que se le metió hasta en los mismos pensamientos. Apartó la mano de golpe y se puso unos guantes de lana para protegerse. Volvió a tocar las paredes y el frío intenso y penetrante volvió a recorrer su cuerpo como si siguiera teniendo la mano desnuda.

¿Qué demonios pasa?, pensó.

El viento silbó una melodía conocida que agitó las hojas de los árboles y movió las viejas persianas de las casas y el estrecho pasillo se alargó hasta parecer infinito. Eva se sentó en el suelo, agotada. Pensó que aquejaba un ataque de ansiedad o una reacción alérgica. No lo sabía y tampoco era normal en ella.

—¿Qué te pasa, Eva? —preguntó Bernard.

Se sujetó el pecho y respiró con dificultad.

—¡No lo sé! —contestó angustiada.

—Rápido... una ambulancia —gritó Claus.

—No... no. Ya estoy bien —dijo Eva.

La joven se levantó como si nada hubiera sucedido y se acercó al equipo.

—¿Pero qué te ha pasado?

—No lo sé, Gunter. Supongo que me he mareado porque algo me ha sentado mal.

—Si tú nunca te encuentras mal —replicó.

—Me estaré haciendo mayor —dijo Eva y se rio.

Con su fuerte carácter, siempre se sobreponía y se salía con la suya, aunque no precisamente de forma muy diplomática. Su metro noventa de estatura también le ayudaba mucho, ya que era el miembro más alto del equipo. Su pelo castaño, oculto bajo gorros de lana o pañuelos de colores, jamás revelaba la belleza escondida de la joven experta. No tenía curvas femeninas marcadas y para ella eso era lo ideal.

Así puedo pasar inadvertida en un mundo que hasta hace poco estuvo dominado por los hombres y que, en ocasiones, aún lo está, decía Eva.

Pero su estatura le estropeaba el poco disimulado camuflaje.

—Volvamos al trabajo —ordenó Bernard—. Quiero que cojáis las cámaras y empecéis a grabarlo todo. Puede que nos encontremos frente a uno de los descubrimientos más raros y extraordinarios del que jamás se haya oído hablar. Es verdaderamente insólito dar con un templo antiguo, sin descubrir aún, en medio de una ciudad moderna.

Claus y Gunter cogieron sus pequeñas Sony de alta resolución, mientras Bernard junto a Eva se prepararon para encabezar el recorrido.

—Un minuto —gritó una voz tras ellos.

Se giraron y vieron a un cura que llevaba observándolos desde el principio.

—Permitidme rezar por vosotros antes de que os adentréis en ese lugar oscuro —dijo el cura.

—Por supuesto, padre... cómo no —contestó Bernard.

No sabían muy bien de dónde había salido ese hombre ni les importó demasiado. Agacharon la cabeza y cruzaron sus manos frente a sus cinturas, esperando que los bendijera.

Cualquier ayuda, tanto material como espiritual, es buena para que todo vaya bien, pensó Bernard.

No sospechó de nada extraño.

— ...y que Dios os bendiga —terminó el cura.

—Muchas gracias, padre —dijo Claus.

El equipo se dio media vuelta y se dispuso de nuevo a proseguir la investigación. Sin embargo, no se percataron que, durante las plegarias del cura, el estrecho pasillo se había iluminado un poco más que antes y sus paredes ya no estaban tan frías. Incluso el silbido del viento había cesado y parecía que la calma predominaba sobre lo demás... de momento.


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