Bernard miraba cómo el cuerpo de Gunter era arrastrado por lo pies por una fuerza invisible. Sus restos se descomponían con cada tirón. De repente, el cuerpo se suspendió en el aire, boca abajo, y se pegó en la pared de los horrores. Claus observaba a través de la cámara cómo la sombra clavaba a su amigo en una especie de cruz similar a la del anticristo.
—¡Marchémonos de aquí! —gritó Eva.
El ruido y la intención de irse fueron percibidos por la cosa maligna y rápidamente se puso delante de ellos, y con una voz susurrante, como la de una serpiente pero a la vez alta y clara, les maldijo y les advirtió.
No podéis escapar. No hay salida.
El angosto pasillo se alargaba y se estrechaba con cada segundo que trascurría. La plaza se hacía cada vez más grande y un brusco cambio gravitatorio les impedía moverse con soltura. Era como si el lugar entero descendiera hasta las mismísimas entrañas del infierno. Un ascensor maldito.
—Al menos, dinos quién eres —osó cuestionar Bernard.
La sombra se retorció y se enrolló a su alrededor.
Cuando acabe con vuestro amigo, seguiré con uno de vosotros, mientras tanto... indagad todo lo que queráis.
Y regresó al cuerpo de Gunter para seguir devorándolo.
—¡Debemos salir de aquí! —gritó Eva.
Claus seguía grabando por mero instinto, como si su mente hubiera desaparecido o si se encontrase congelada en un recóndito rincón de su cabeza.
—Quizá si averiguamos quién es el demonio podamos librarnos de él.
Eva no hizo caso a su colega y el pánico se apoderó de ella. Miró a su alrededor y se apretó la cara con las palmas de las manos. Se tiró del pelo, cruzó los brazos, gritó con desesperación y salió corriendo hacia el estrecho pasillo. Pero no llegaba a ninguna parte. Y Claus seguía grabando.
Bernard se adentró en las ruinas. Una extraña niebla, fría y espesa, le dificultaba el paso.
Debo saber quién es para atacarlo, pensó.
Sus estudios sobre la iglesia medieval y la mitología eran extensos y sabía muy bien que en el rito del exorcismo lo que se persigue es conocer el nombre del demonio para poder expulsarlo.
—Maldita sea —musitó.
De repente, dos policías aparecieron en la plaza.
—¡Qué está pasando aquí! —exclamó uno de ellos.
La sombra se alegró.
El otro policía, que se encontraba detrás, sacó su arma, apuntó a la cabeza de su compañero y le disparó sin vacilar. Al instante, sus lágrimas se trasformaron en un potente ácido y sus ojos se quemaron. Aun sí, permanecía en pie. Sin inmutarse.
Claus giró la cámara y empezó a grabar al policía. La sombra le estaba envolviendo y abriéndole el cráneo como se hace con un recipiente herméticamente cerrado.
Me gusta que me miren.
El policía, en un instante de lucidez, reprimió el dolor y disparó a Claus varias veces.
—Que Dios me perdone —susurró el policía mientras el cuerpo sin vida de Claus tocaba el suelo.
La sombra se cabreó y le apretó el cráneo con más fuerza. Desesperado, se puso la pistola en la sien y se suicidó.
Bernard observabaasombrado, incapaz de reaccionar. Enseguida entendió que el demonio sealimentaba del dolor y del sufrimiento de sus sacrificios.
ESTÁS LEYENDO
La crucifixión de los ciegos
HorrorRelato de terror. Los misterios de la antigüedad que nos rodean, llevan consigo los restos de los pecados cometidos de nuestros antepasados. Los caminos abiertos y la sangre derramada, sólo con dolor y sufrimiento se pueden expiar. Y aunque intentem...