Capítulo 3

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-Si no eres capaz de ignorar tus remordimientos, entonces no deberías continuar bajo mi mando.-La voz de una mujer alta, algo desgarbada, de cabellos negros y ojos grisáceos, pronuncio aquellas palabras inundando su rostro de arrugas. Era claro, esperaba una respuesta.

-Usted mejor que nadie sabe que le debo lealtad. Mi señora.-Contesto cortante, envenenado, sus palabras estaban llenas de rencor.

La mujer se acercó al joven, se agacho minuciosamente, posando una de sus largas garras en la tensada barbilla del mozo.

-Entonces será mejor que no vuelvas a fallar.-dijo mientras lo miraba amenazante, su afilada garra estaba a punto de atravesarle la garganta.

-No se repetirá.-pudo balbucear entrecortadamente el chico.

-Claro que no. No si quieres vivir.-Una burla, esa fue la contestación que le dio. Luego hizo ademan de proseguir. -La quiero con vida, pero aun no es el momento de su captura.

-Usted ordenara ¿Cuál es mi deber?-Su tono de voz era pasivo, la resignación inundaba sus palabras, casi podía sentir el olor a muerte y dolor.

-De momento, solo mantén tus narices alejadas de los asuntos de Ansell, y no objetes, palabras, no mientras nos presentemos.-se apartó rápidamente de la cara del joven, para luego darle la espalda.

-¿Eso es todo?-Recupero su voz, dando una gran bocanada de aire.

-Por el momento.-Sentencio la mujer.

-Como lo diga Señora Oide.- respondió el chico.

XXXXX

La Azabache, tomo su camisa de dormir, y se la tiro encima, para luego ponerse unos largos pantalones, sueltos. Dio un suspiro antes de colocar sus grandes pantuflas grises en forma de elefantes, ato su arco y poso su mochila en el hombro derecho. Entonces retomo su rumbo hacia el campamento.

Un paso dos pasos, todo aquel silencio pretencioso, la ponía de los nervios, más aun sin luz. Casi como acto reflejo de su aturdimiento, apresuro su marcha, estaba segura de que si no se daba prisa algo le pasaría. Ella a lo mejor no podía ser adivina, no contaba con poderes sobrenaturales (excepto de los espirituales claro), pero sabía que algo iba mal, que su instinto no le fallaba. Sin embargo trato de controlarse.-Cálmate Kagome, ya no eres una niña.-Se repetía así misma, tenía que admitirlo, no pensó que la noche pudiera llegar a ser tan tenebrosa.-Vamos, puedes lograrlo Kagome. -Seguía hablándose en tercera persona. Pero ¡Alto! Un envolvente ritmo musical retumbaba en sus tímpanos, al instante de sentirlo se detuvo en seco. Agudizo su oído, y pudo llegar a distinguir un sonido semblante al de una flauta, realmente era muy hermoso. Quizás lo era porque en su melodía se palpaba una melancolía evidente. Dio dos pasos hacia delante, y dudo por unos escasos tres segundos, luego su picardía de niña algo resguardada hizo efecto.- ¿No estará mal ir a investigar?-Se dispuso a andar pero su conciencia hizo acto de aparición. -Inuyasha, esta sin poderes, no sería elocuente, provocar que se moviera.-Una masa de calor se apodero de su mente, si lo hacía rápido nadie lo notaria. Solo deseaba saber quién tocaba aquella melodía, pues parecía tan triste. Incluso después de pensarlo mejor llego a la conclusión de que era su deber como Miko averiguar quien llevaba a cuestas una tristeza tan profunda. Enarcó una ceja, y una dulce pero algo traviesa sonrisa de niña se posó en sus rosados labios. Tomó carrerilla aun con todo lo que llevaba encima, quiso darse prisa. En el trayecto su corazón empezó a latir rápidamente, se estaba acercando rápidamente a la melodía. En un momento dado cerro sus ojos con fuerza para retomar aliento, cuando los abrió se quedó instantáneamente paralizada. No podía creer lo que estaba viendo. En un campo totalmente rodeado de cerezos, un joven de pelo azulado, con los ojos cerrados, extrañamente recostado en una rama, tocaba una flauta de madera. Mientras lo hacía, se podía distinguir un leve sollozo. La chica abrió sus ojos de par en par era similar a un elfo, pues sus puntiagudas orejas, y sus finos rasgos lo asemejaban increíblemente a las descripciones que en muchas ocasiones había leído, en sus fantásticos libros. Pero enseguida descarto la idea, pues de sus manos salían unas retorcidas garras. Al notar esto negó con la cabeza ¿Cómo iba a haber elfos en la época Sengoku? Quiso acercarse un poco más, quería observar mejor su rostro, pero algo la detuvo. Estaba totalmente paralizada algo le impedía moverse, y costosamente podía respirar.

El egoísmo no conduce a nada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora