Capítulo 11: La chica tiempo atrás

32 2 0
                                    

Gael estaba de mala luna.
Elizabeth lo vio en el mismo instante en que entró al salón donde el conde desayunaba copiosamente. Él, al percatarse de su presencia, sólo gruñó a modo de saludo mientras le hacia un gesto con la mano para que se sentara. Enseguida, Annabeth se dispuso solícita a servirle el desayuno.
- Buenos días Gael - susurró Eliza, tímida al ver su humor.
El aludido no la miró, y pasaron el resto del desayuno tan solo con el ruido que hacían los cubiertos al chocar contra la vajilla. Cuando la chica se iba a poner en la boca el último bocado de la tarta de arándanos a la cual se habia enviciado, la ama de llaves entró precipitadamente por la puerta.
- Mi señor - susurró, jadeando por la carrera - es el demonio Amazarac. Está muy malherido mi señor.
Elizabeth y Gael se levantaron a la vez, y la chica corrió a traves del pasillo y las escaleras de mármol, haciendo que sus pies reververasen en el pulido material.
Amazarac estaba apoyado en el marco de la puerta, tosiendo violentamente. Elizabeth corrió hacia él y se lo cargó al hombro mientras evaluaba sus lesiones. Tenía cortes profundos de garras en la cara, torso y espalda, y la ropa echa jirones. Iba descalzo y sus manos estaban llenas de sangre escarlata y negra que provenía de su garganta al toser, y del cuerpo del que parecía haber sido su enemigo.
Gael corrió hacia ellos cuando vio que Amazarac apenas se sostenía por si solo, y recibió gran parte del peso de su amigo en la cadera. Así, ambos lo llevaron casi en volandas hasta una habitación cercana, que entre Annabeth y la señora Thompson, el ama de llaves, se habían afanado a preparar.
Dejaron al herido en una cama de sábanas sencillas pero limpias, y entre las tres mujeres limpiaron su cara y torso lo mejor que pudieron. Amazarac se removía y gruñia con el antiséptico que aplicaban a los profundos cortes, pero se negaba en rotundo a que lo viera un médico que, al fin y al cabo, tampoco lo iba a entender.
Cuando lo hubieron curado del todo, Elizabeth lo arropó desnudo bajo las sábanas blancas y lo arrulló suavemente, a la par que le hablaba y le acariciaba ligeramente la piel del rostro que no estaba herida, hasta que se durmió, momento en el cual la chica lo tomó de la mano.
Apenas unos minutos después, Gael apareció por la puerta.
- ¿ Como está ? - preguntó.
- No lo se Gael - dijo mientras desviaba por un segundo la vista del herido hacia el conde. - supongo que se las habrá visto en peores, pero me dan miedo los cortes tan profundos en el pecho.
- ¿ Te quedarás con él? - reflexionó entonces el aludido.
Elizabeth asintió y, mientras ella volvía a mirar a Amazarac, el conde vio un brillo en los ojos de aquella chica que le hizo saber que adoraba a aquél angel caído, y que haría lo que fuera necesario para protegerlo.
-Entonces, si me disculpas - dijo Gael, a la vez que se retiraba de nuevo hasta el marco de la puerta y agarraba el pomo, dispuesto a cerrarla - tengo asuntos que atender. Mándame avisar si hay cualquier novedad.
Elizabeth asintió y volvió a dedicar su atención exclusivamente al herido.
El día pasó sin contratiempos. Amazarac dormía, mientras Eliza lo velaba y le cambiaba las vendas cada tres horas. Todo parecía bien.
Cuando hacía mucho tiempo ya que había anochecido y Elizabeth dormitaba, Amazarac se empezó a revolver. Hablaba en sueños y sudaba a mares. Su frente ardía.
La chica, asustada, gritó a Annabeth para que le trajera agua y paños fríos, y los aplicó al cuerpo delirante del lobo. Nada parecía aplacar su dolor.
Al final, cuando entraba la mañana, Elizabeth miró sus heridas. Y lo que vio la horrorizó. El corte del pecho se encontraba profundamente emponzoñado, y supuraba. Eso había producido la fiebre.
- Dios mío, ojalá pudiera volver el tiempo atrás precioso - murmuró, mientras notaba como las lágrimas le empezaban a tapar la visión, producidas por la convicción de que estaba a punto de perderlo.
Y entonces la idea se le apareció. Si podía detener el tiempo parando la minutera...¿Porque no iba a poder hacer lo mismo para invertirlo?
Asi que, dispuesta a probarlo, apoyó las manos sobre el corte y visualizó el consabido reloj. Intentó empujar la minutera hacia atrás, pero esta no retrocedía. Resuelta, empezó a poner todas sus fuerzas con tal de conseguirlo. Justo cuando pensó que no iba a poder mas, la aguja cedió y retrocedió donde ella la había querido.
Cuando Elizabeth volvió a abrir los ojos, la herida bajo sus palmas era tan solo un leve corte superficial, y Amazarac dormía plácidamente. En cambio, a ella el aire no le llegaba a los pulmones. Intentó levantarse para aflojar el pesado corsé que llevaba, pero al hacerlo el mundo se emborronó y cayó desplomada al suelo como una muñeca de trapo sin niña.

La Piel del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora