Capítulo 28: Lady María y el conde de Ghadesia

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Llegaron a la ciudad más cercana cuando anochecía. Amazarac adoptó la forma de un hombre, y con su magia tornó su pelo negro castaño y sus pantalones sueltos en ropa de mozo. Después tomó las riendas de los caballos. Antes de pasar el puente levadizo, miró a Gael y Elizabeth. Gael tenía el aspecto adecuado, el que por cuna de nacimiento le pertenecía, que lo haría pasar fácilmente por un rico señor que estaba allí de paso, pero la chica, con el pelo negro despeinado y salvaje y la ropa poco femenina llamaba demasiado la atención. Gael detuvo los caballos y, mirando a Elizabeth, murmuró unas palabras en su idioma de nacimiento. Enseguida sintió como parte de su energía le era arrebatada por el conjuro, pero cuando volvió a mirar a la chica, tenía un aspecto completamente diferente, las ropas de Gael habían mudado y la niña pelirroja, a pesar de ir agarrada de los pantalones de Amazarac, de quien no se separaba, se había vuelto invisible a ojos de todo el mundo menos del diablo.
- Elizabeth, sientate de costado. - ordenó.
- ¿Porque? Murmuró la chica, sin entender porque iendo con pantalones debía colocarse como si llevara una de las voluminosas faldas que se reservaban a las aristócratas.
- Ahora eres María, la rubia y exótica esposa del conde Joseph de Ghadesia. Llevas un vestido que cuesta almenos quinientas piezas de oro. Es rosa, con seda fucsia atada a tu cintura y un corsé que te afina la cintura. Andas sobre unos zapatitos que cuestan casi lo mismo que tu ropa. Y tu pelo está ricamente recogido con destreza. Recuerda eso - dijo Amazarac. - Recuerda también que para alterar tu aspecto solo debes pronunciar la forma que quieres adoptar y el hechizo obedecerá solo.
- ¿Tú lo ves, Gael? - Elizabeth alzó la cabeza para mirarlo, y vio que él habia sido ataviado con ropas dignas de la elevada posición social que poseía y que ahora representaba.
El conde asintió, a la vez que hacia una mueca de desprecio.
- Te ves como una muñeca - dijo - hermosamente irreal.
Los caballos hecharon a andar detrás de Amazarac, y travesaron el puente para torcer a la izquierda por una de las sucias calles. Al final de esta, una posada se anunciaba con un cartel de madera que denotaba un precio elevado.
- Lady María, la ayudo a bajar - dijo Amazarac, ya metido en su papel. Cuando los tacones de Elizabeth tocaron el suelo de tierra húmeda Gael ya estaba a su lado. La chica lo tomó del brazo como si de su verdadero esposo se tratara y con posado orgulloso, a pesar de las ropas andrajosas que solo ella veía.
La propietaria de aquél establecimiento corrió a recibirlos con mil alabanzas al ver su supuesto nivel social. Era una mujer regordeta, de sonrisa afable pero ojos avariciosos, que intentaba con poco éxito librarse de la niña pequeña que se escondía detrás de sus faldas.
- Mi esposa y yo buscamos una habitación confortable para resguardarnos esta noche. Mañana partiremos. - dijo Gael usando su mejor voz autoritaria. - también queremos otra cámara para nuestro mozo.
La mujer asintió y con mil sonrisas los acompañó a una habitación enorme y bien mantenida, mientras aseguraba que, cuando su mozo terminara de atender a sus caballos, se ocuparía tambien de su bienestar. Gael pidió también un baño caliente de hierbas para Elizabeth, pues vio como su color de cara palidecia aun a través del hechizo, y recordó su herida.
Cuando la posadera se marchó y Gael cerró tras escuchar sus pasos desvaneciendose, ambos suspiraron con alivio, pero no pudieron relajarse del todo hasta que la chica que vino a llenar la bañera de jarras de agua hirviendo con hierbas se hubo ido. Entonces, los dos descansaron sus posturas erguidas.
Elizabeth empezó a sacarse la ropa bajo la atenta mirada de Gael, pero antes de que pudiera quitarse la camisa, o lo que el conde veía como la parte superior del vestido, éste la frenó.
- Espera - murmuró mientras se acercaba a ella - ¿podrías ser...ya sabes, tú?
Elizabeth sonrió y alargó su mano para acariciarle suavemente el rostro a Gael, y mientras lo este apoyaba sobre los dedos finos de la chica, ella murmuró ''Desaparece''. El hechizo la obedeció de immediato, dejando ver de nuevo su pelo negro enredado y suelto, su camisa a medio desabrochar y sus pantalones holgados. Gael la miró con deseo, calentandole la piel.
- Eres preciosa - murmuró mas para sí mismo que para ella cuando la chica terminó de desnudarse para entrar en la bañera. Sin embargo, antes de hacerlo, le invitó con una sonrisa burlona pero verdadera.
- ¿Me acompaña, milord?
Gael río gravemente y asintió, entre  divertido y excitado, antes de desnudarse. Se añadió a Elizabeth al borde de la bañera, antes de que esta le cediera el paso. - Usted primero, caballero.
Le obedeció y un gemido salió de su garganta cuando el agua ardiendo destensó sus músculos agarrotados, y se alargó al abrir sus ojos a la altura de las caderas de Elizabeth. Alargó su mano mojada para acariciar su vientre y bajar por su ombligo, solo para tomarla de la mano mientras miraba sus pechos e invitarla a unirse a él.
La reacción de la chica ante el baño fue parecida, y ella, a pesar de sus nervios, también tomó algo de iniciativa. Buscando el calor de Gael, se sentó con las piernas estiradas sobre sus muslos, duros de tanto cabalgar, y apoyó la espalda en su pecho. El conde cogió aire abruptamente, antes de apoyar sus manos en el borde de la bañera y apretarlas, contando hasta cien en el idioma que le hablaba su difunta madre. Sin embargo, en el número veintisiete su cordura desapareció, justo cuando Elizabeth se removió encima suyo para finalmente girarse y, tocandolo con las manos por debajo del agua tímidamente, lo besó con la boca abierta.
Gael perdió lo poco que le quedaba de cordura cuando la chica deslizó sus manos hasta la base del lugar donde se acumulaba su sangre, y alargó sus manos hasta la abundante cabellera negra de la chica para tamizar sus dedos entre los mechones gruesos, mientras jugueteaba con la lengua en su boca húmeda y cálida.
- Dios mío me vas a volver loco nena - interrumpió la frase cuando Elizabeth mordió su labio y pegó sus pezones suaves y duros contra su pecho.
De pronto, la puerta se abrió y la cabeza pelirroja de la niña sin nombre apareció por la puerta, antes de que se oyera una aspiración del aire proferido de la pequeña por el susto de verlos así. Cuando Gael se giró a verla y Elizabeth se separó de el bruscamente, salió corriendo.
- Mierda - murmuró el conde - Nena, no deberíamos hacer esto. De verdad - dijo mientras alargaba la mano para acariciarle el rostro, pero ella lo giró - No es correcto Beth no...
No llegó a terminar la frase, pues la chica salió de la bañera de metal plateada y se envolvió con una toalla de lana suave. Una vez estuvo seca, y sin atender las súplicas de comprensión de Gael, se metió en su lado de la cama y, girandole la espalda al conde, simuló dormir.

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