Capítulo 24: La niña albina

55 2 0
                                    

Sus tacones repiquetearon en la baldosa y se silenciaron cuando los pasos de la reina fueron amortiguados por la alfombra mágica, negra y púrpura, que antaño le regalara un gran mago de oriente.
Se miró al regio espejo, cuya superficie ondeaba suavemente como si de plata líquida se tratara, y empezó a murmurar el hechizo.
Conforme las palabras en lengua antigua iban fluyendo de sus labios, su pelo se acortó y se aclaró hasta llegar a ser dorado, sus caderas, anchas por su condición femenina, se estrecharon y sus hombros se volvieron cuadrados e imponentes junto a su espalda. Sus ojos tomaron el color del oro viejo y su rostro cambió.
Cuando terminó la transformación, Samamiel la miraba des del espejo.

Annabeth andaba descalza por el bosque, sintiendo como las escasas hojas escarchadas le hacían cosquillas en la planta de los pies. Toqueteó distraída el collar que le había regalado Samamiel antes de irse, que brillaba con un calmado color oro, parecido al de los ojos de su amante. Calmaba su dolor.
Entró por el puente de madera a la fortaleza del conde Gael, atravesó el patio desierto, sobre el cuál se cernía el crepúsculo, el sol escondiéndose por detrás de las almenas de las torres más altas y subió por la escalera de caracol a las habitaciones del primer piso. Tan solo oía el sonido de la madera crujiendo bajo sus pies hasta que llegó al final del pasillo. Por el montacargas, que agujereaba los gruesos muros, flotaba una melodía suave y harmoniosa, tocada por un clavicembalo antiguo. Si se fijaba, Annabeth podía oir el frufrú de las telas de las mangas rozando con las teclas del instrumento de cuerda, por lo que supuso que era una mujer. Intrigada, deshizo su camino hasta las escaleras y subió un piso más. Volvió a recorrer el pasillo, esta vez arriba, hasta llegar a la última cámara. La puerta estaba entreabierta. Temerosa de ser descubierta, asomó muy discretamente la cabeza.
Gael estaba sentado frente al instrumento musical, con Elizabeth en su falda. Las manos de él pasaban por ambos lados de su cintura para apoyarse en las teclas, y acompasarse a las de ella para tocar una melodía extremadamente bella. A su derecha, en una cuna blanca de madera, Saedada dormía placidamente.
La envidia golpeó a Annabeth duro, viendo aquello que nunca podría tener.
Anduvo por los pasillos, y finalmente se sentó en uno de los asientos de piedra al lado de las amplias cristaleras y miró al exterior. Un lobo aulló a la luna, que brillaba menguada a lo alto del cielo, iluminando escasamente el bosque svart. Su collar se oscureció y se tornó verde justo en el momento en que su mirada se cruzó con la de Samamiel, que esperaba, bello, en el linde del bosque.
Annabeth cerró los ojos y al volverlos a abrir, su amado seguía allí. Descalza y presurosa, corrió sobre la piedra de aquél castillo centenario. En su huida, se cruzó con Amazarac.
- Annabeth no vayas - le chilló, pero la chica no le escuchaba, así que se puso a perseguirla.
Al llegar a la altura de Samamiel, la chica se lanzó a sus brazos, mientras que Amazarac se detenía a una distancia prudencial, observando la escena con mirada calculadora.
- Amazarac - murmuró Samamiel, con una voz extrañamente malévola - han pasado muchos años.
- ¿Quién eres? - le respondió el ángel caído, oliendo a hechizo bien hecho y a sangre.
Samamiel sonrió
- Tienes muy mala memoria, querido amigo. Deja que te refresque la memoria.
Una niña totalmente albina apareció a su vera. Sus iris estaban tapados por un velo blanquecino, y sus pies pequeños andaban sin hacer ruido. Entre sus manos, que parecían de porcelana, sostenía un espejo redondo, plateado y ricamente decorado, cuya superficie se movía inquietantemente, pareciendose al agua calma.
Annabeth se apretó mas contra Samamiel cuando la niña se le acercó, pero éste la calmó con palabras suaves.
- No te hará nada, mi amor. Es solo una guardiana del pasado. Su nombre es Kirana.
La aludida se arrodilló entre Amazarac y la pareja que formaban Annabeth y Samamiel para depositar el espejo en el suelo, y luego murmuró ''Balik, kaniadto''
El espejo reflejó entonces en el aire lo que había sucedido tantos siglos antes, como Amazarac había matado a Aisha, aún habiéndose rendido Samamiel. Cuando Kirana volvió a cojer el espejo, Annabeth parecía horrorizada, y Amazarac sabía quién era de verdad aquella que se hacía pasar por Samamiel.
- Déjala en paz, Catalina - gritó Amazarac.
La reina sonrió, pero siguió abrazando a Annabeth, a la vez que le hablaba únicamente a ella.
- Mi amor, no le hagas caso, quiere separarme de ti, como me separó de Aisha. Mirame - Annabeth le hizo caso, y los ojos, ya verdes, de la reina, la hipnotizaron con extraordinaria facilidad. - Eso es loba estúpida. Ahora me obedeceras. Y Samamiel pagará cara su traición.
Amazarac gritó el nombre de la loba, pero la reina ya se la llevaba, cegada por el hechizo. Juntas, desaparecieron engullidas en la oscuridad del bosque sin que el ángel caído pudiera hacer nada para impedirlo. Al ver que se le habían escapado, corrió dentro del castillo.
La sorpresa le sobrevino cuando vio a Gael y Elizabeth montando a sus respectivos caballos.
- Amazarac, esa era Catalina, ¿No es cierto? - le dijo Gael, a lo que el aludido asintió - Debemos partir de immediato a buscar a Annabeth.
El ángel caído los miró, mientras negaba con la cabeza.
- No podemos atacar la mansión de Catalina y salir con vida solos. Por mucho que me pese, necesitamos la ayuda de un viejo conocido. - se giró hacia Elizabeth - no deberías venir, Beth. El camino es arduo y peligroso. Sé que deseas acompañarnos, pero debo obligarte a quedarte en casa, ni siquiera sabes manejar un arma. 
Elizabeth soltó una carcajada amarga.
- ¿No tuviste suficiente con abandonarme una vez, Amazarac? Vosotros dos sois lo único que tengo. Aprenderé a luchar, no me importa cuantas horas tenga que cabalgar sobre el lomo de Hima para llegar al destino, y os ayudaré en todo aquello que necesiteis. - hizo una pausa, pensando en las palabras exactas para convencerlo - Amazarac. Si os vais ya no me queda nada.
- Está bien - replicó, poco seguro el demonio - entonces partamos rápido.
- ¿Donde nos dirigimos? - preguntó Gael, que sostenía en su mano la bola de luz guía de su hermana.
A lo que Amazarac contestó.
-  A buscar a Samamiel

La Piel del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora