Capítulo 17: La chica y sus lágrimas

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Elizabeth vio como temblaban sus manos y la carta se escapaba por entre sus dedos finos, antes de que la vista se le nublara por las lágrimas gruesas que bajaban por sus mejillas. Se hizo un ovillo, casi olvidando que tenía a Saedada acurrucada contra su pecho. La pequeña, sin embargo, se hizo notar removiendose contra ella al ver que su espacio vital se veía reducido. Así, consiguió que Elizabeth la alzara en sus brazos y la acunara. Mientras la hija de su mejor amiga se dormía contra su pecho, ajena a las desgracias que había traído, la chica se derrumbó en la alfombra de aquella biblioteca.
'' - Espera Elizabeth, no corras tanto
Una niña de pelo claro corría detrás de otra de pelo negro alrededor de la casa. En la puerta, dos mujeres de mediana edad charlaban tranquilamente, balanceándose suavemente en sus mecederas de madera pulida.
El sol, que alumbraba con su luz la escena, les daba calor en aquella tarde de verano, que ahora se desvanecia.
El recuerdo fue sustituido por otro mas tardío.
'' - Vamos Amelia, estás preciosa.
Amelia suspiró, mirandose al espejo y comparando su cuerpo con el de Elizabeth.
- No es justo Beth, nunca podré ser tan perfecta como tu.
Elizabeth negó con la cabeza y, mientras se acercaba para tocar su reflejo, murmuró.
- Tu siempre has sido mejor que yo, mi hermana. ''
'' - No me lo puedo creer ¿ Aquél chico de la fiesta te ha pedido matrimonio? - gritaba Elizabeth, dando saltos por la habitación mientras botaba sobre los cojines, agarrada de las muñecas de Amelia, que giraba a su mismo ritmo, con los ojos radiantes de felicidad.
- Siiiii - chilló. ''
'' - Pasa, Amelia - murmuró Elizabeth, mientras le hacía un sitio en la cama y palmeaba suavemente el colchón a su lado para que su amiga se sentara en él - ¿ Que te ocurre?
- Estoy embarazada Beth - dijo, en voz baja.
A Elizabeth se le iluminó la expresión.
- Eso es motivo de alegría hermanita, me alegro muchísimo - gritó, mientras le tomaba las manos. Entonces reparó en la cara titubeante de su amiga y se calmó - ¿ Que te ocurre Amelia?
- Tengo miedo...¿ Que pasa si no puedo con ello, Beth?
La muchacha levantó la mirada y, en ella, Elizabeth solo pudo ver miedo puro. La abrazó
- Todo va a ir bien. Vas a ser una madre estupenda de unos bebés preciosos.
- Gracias milady - susurró Amelia.
Y Beth se tiró a sus brazos para abrazarla muy fuerte.
- Te quiero. ''
Las lágrimas resbalaban por sus mejillas, pero esta vez Elizabeth sonreía, interrumpiendo sus recuerdos de tanto en cuando con hipidos. Estos se sucedían seguidos, y todos terminaban en risas y cariño.
Miró a la niña que tenía en brazos.
- ¿ Que vamos a hacer tu y yo sin ella, bebé? - murmuró, para si misma.
La niña empezó a retorcerse en sus brazos e hizo amago de echarse a llorar. Elizabeth la acunó, pero Saedada empezó a chillar a pesar de ello, mientras se llevaba las manos diminutas a la boquita y torcia el gesto.
Entonces la chica entendió.
- Debes estar muriendote de hambre enana - le dijo. - ¿ Pero como te doy de comer?
La niña, por supuesto, no le respondió, y Elizabeth, sin mas opción, se dirigió a la sala principal.
Entró con Saedada en brazos, y por el estruendo Gael, que era el único que quedaba en el comedor junto al servicio, se giró hacia ella.
Su expresión casi hizo que la chica empezara a reír. Lo vio hacer cuentas, rehacer opciones y, finalmente, rendirse ante la incredulidad por lo que estaba viendo. Elizabeth, entre las carcajadas y el llanto, llamó a Adelaida.
La señora enseguida acudió solicita, y cuando la chica se hubo calmado, y dijo que la niña había aparecido en su puerta, empezaron a pensar entre los tres, hasta que Adelaida cambió su expresión.
- Milady, podríamos probar a mojar un trapo con leche de cabra y dárselo.
Elizabeth asintió, y mientras la mujer se llevaba a la desolada niña, ella se sentó en una silla al lado del conde.
- Es su hija Gael - murmuró, derrumbandose de nuevo - es la niña que le ha arrebatado la vida a la única persona que me quedaba en la mía.
Gael estiró los brazos hacia ella, levantandola de la silla y sentandola en su regazo, y mientras le acariciaba el pelo, murmurando suaves palabras a la chica, que ahora lloraba desconsoladamente, pensó que había cometido un terrible error.

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