Kendra entró en el aula de su clase junto con el tropel de compañeros de octavo y se
dirigió a su pupitre. El timbre iba a sonar en cuestión de segundos para señalar el inicio de la
última semana del curso. Una semana más y atrás quedaría la etapa de los dos primeros cursos
de estudios medios. A continuación iba a comenzar de cero como alumna de noveno en el
instituto, donde se mezclaría con chavales procedentes de otros dos centros de secundaria.
Un año antes le había parecido una perspectiva más emocionante de lo que se le
presentaba ahora. Kendra llevaba desde cuarto, aproximadamente, atrapada en el papel de la
clásica empollona, y empezar de cero en el instituto podría haber significado la oportunidad de
librarse de esa imagen de niña callada y estudiosa. Sin embargo, éste había sido un año de
epifanía. Resultaba asombroso lo rápido que una pizca de confianza y una actitud más
extrovertida podían elevar tu estatus social. Kendra ya no se sentía tan desesperada por
empezar de cero. Alyssa Cárter se sentó en el pupitre de al lado. —He oído que hoy nos reparten
los anuarios —dijo. Alyssa llevaba el pelo rubio corto y era de complexión fina. Kendra la había
conocido cuando se incorporó al equipo de fútbol, allá por septiembre.
—Genial; en mi foto salía con cara de alelada —gruñó Kendra.
—Estabas preciosa. ¿No te acuerdas de la mía? Mi aparato dental parece del tamaño de
unos raíles de tren.
—¡Qué va! Casi no se apreciaba.
El timbre sonó. La mayoría de los alumnos estaban sentados en su sitio. La señora Price
entró en el aula acompañada por el alumno más desfigurado que Kendra hubiera visto en su
vida. Su cabeza era calva y rugosa, y su cara parecía un verdugón agrietado. Los ojos eran dos
ranuras fruncidas y su nariz una malformación de fosa nasal, mientras que la boca sin labios lucía
una mueca de mal humor. Al rascarse un brazo, Kendra vio que sus dedos retorcidos estaban
cubiertos de gordas verrugas.
Por lo demás, aquel horrendo muchacho iba bien vestido, con una camisa almidonada
roja y negra, vaqueros y unas estilosas zapatillas de deporte. Mientras la señora Price le
presentaba, se mantuvo inmóvil delante de toda la clase.
—Quisiera presentaros a Casey Hancock. Su familia acaba de mudarse de California. No
debe de ser fácil empezar en un colegio nuevo a estas alturas de curso, así que, por favor, dadle
una calurosa bienvenida.
—Podéis llamarme Case, sin más —dijo el chico con voz áspera. Hablaba como si
estuviera ahogándose.
—Menudo bombón —murmuró Alyssa.
—Ni que lo digas —respondió Kendra también en un susurro.
El pobre chaval casi no parecía humano. La señora Price lo condujo hasta un pupitre
próximo a los de la primera fila. Un pus que parecía crema le supuraba de las múltiples llagas que