Seth se sentó ante la mesa, frente a Kendra, con cara de absoluta perplejidad. Despuésde contarle a su hermana lo del capullo y lo de su paso a través del cuerpo de Olloch, ella le habíaexplicado cómo Vanessa había quedado al descubierto mientras se encontraba ausente.—Vanessa controlaba a Coulter —dijo—. Por eso de repente estaba como desorientado.Se despertó con la aparición casi encima de nosotros, y aun así se las apañó para salvarme.—Si nos dormimos, tal vez pueda controlarnos a nosotros —advirtió Kendra.—¿ Cómo ? —Cogió otra galleta del plato que Kendra había dejado en el centro de lamesa. Su hermana había descubierto las galletas en un armario de la cocina.—Como es una narcoblix, creo que los drumants eran una maniobra de distracción parapoder mordernos en mitad de la noche sin que nadie se preocupase por las picaduras. Te picarona ti. Y a mí. Y a Coulter. Y a Tanu. Pero ¿quién sabe si todas esas picaduras eran realmente dedrumants ?—Apuesto a que estás en lo cierto —dijo Seth, masticando la galleta—. ¿Sabes?, mequedé dormido en un par de ocasiones dentro del capullo. Una de las veces bastante rato. Ellapodría saber que sigo con vida.—Para estar seguros, será mejor que no nos durmamos hasta que hayamos resuelto esteproblema —dijo Kendra.—Pareces cansada —respondió Seth—. Tienes los ojos enrojecidos.—Vanessa me dio un somnífero ayer, y dormí prácticamente todo el día. Pero, bueno,luego he estado despierta toda la noche, y hoy no he querido arriesgarme a echar ni una siesta.—Kendra bostezó—. Estoy tratando de no pensar en ello.—Bueno, yo dormí profundamente después de que Olloch me... expulsase, así quedebería poder tirar toda la noche —dijo Seth—. Estoy de acuerdo con que es preciso liberar a losabuelos, pero también necesitamos encontrar la llave y mantenerla lejos del alcance de Vanessa.Debemos proteger el objeto mágico.—Que nosotros sepamos, es posible que ya tenga la llave en su poder —dijo Kendra—.¡Hasta podría tener también el objeto mágico!—Lo dudo. Le costará pasar por delante de aquella aparición. El bicho ese me dejópetrificado de puro terror. No podía hacer nada para evitarlo. Pero quizá Vanessa conozca algúntruco.—No puede ser tan fácil para ella —dijo Kendra—. Creo que os envió a Coulter y a ti a laarboleda a modo de experimento. No estoy muy segura de que sepa lo que está haciendo.—Bueno, si envió a Coulter, es posible que envíe a otros —dijo Seth—. Ella y ese talChristopher Vogel están aquí para apoderarse del objeto mágico. Si no los detenemos,encontrarán la manera. Y podrían hacer daño a todos los que capturen por el camino.—¿Crees que deberíamos espiarlos?—Inmediatamente. Mientras tengamos un poco de luz. No tenemos tiempo que perder.Kendra asintió con la cabeza.—Vale, tienes razón. —Se levantó de la silla y apoyó una mano en el hombro deWarren—. Vamos a ir a la casa, Warren. Volveremos. —El le sonrió con la mirada ausente.—Conozco algunas de estas pociones —dijo Seth, señalando las que había en la mesa.—¿Sabes qué sentimiento corresponde a cada una? —preguntó Kendra.—Estoy bastante seguro -—dijo él—. Y sé que éstas te hacen diminuto. Algo menos detreinta centímetros de alto. Y ésta es un antídoto contra la mayoría de los venenos. Y esta otra tehace resistente al fuego. ¿O era esta otra? —¿Sabes cuál es la del miedo? —preguntó Kendra—. Podría venirnos bien tenerla amano.—La del miedo es ésta —respondió Seth, cogiendo uno de los frasquitos—. Perodeberíamos llevarlas todas. —Empezó a guardar las pociones en el morral—. Oh, y este frascocontiene algo importante. —Seth desenroscó la tapa de un frasquito. Mojó un dedo en sucontenido y al retirarlo tenía una pasta amarillenta. Chupó la pasta de la yema del dedo.—¿Qué era eso? —preguntó Kendra.—Mantequilla de morsa —dijo Seth—. Elaborada con leche de morsa de una reserva deGroenlandia. Actúa como la leche. Es lo que toma Tanu cuando está sobre el terreno.—Con suerte aún no habrán encontrado la llave —comentó Kendra—. El abuelo laescondió en otro sitio. Por supuesto, también es posible que nosotros mismos no podamosencontrarla.—Ya pensaremos en algo —dijo Seth—. En realidad, no podemos trazar ningún planhasta que comprobemos qué es lo que está pasando. Debería poder usar el guante para echarun buen vistazo.Kendra se dirigió a la puerta, la abrió y le dijo al muñeco gigante:—Mendigo, obedece todas las órdenes que te dé Seth como si fuese yo quien te las da.—Se volvió hacia Seth—. ¿Listo?—Un momento —dijo su hermano, mientras colocaba cuidadosamente las últimaspociones en la mochila. Se quedó con la poción del miedo en la mano—. He perdido el kit deemergencias, pero he ganado una bolsa llena de pociones mágicas y un guante de lainvisibilidad. No está mal el cambio.Salieron de la cabaña.—Mendigo —dijo Kendra—, llévanos a Seth y a mí al jardín lo más deprisa ycómodamente que puedas, procurando que nadie nos oiga ni nos vea.La marioneta de madera se puso a Seth sobre un hombro y a Kendra sobre el otro. Sin lamenor señal de esfuerzo, Mendigo trotó liviano por el camino que bajaba desde la cabana.Agazapados, mirando muy bien por dónde pisaban, Kendra y Seth se acercaron al jardín.Mendigo se quedó esperando varios pasos por detrás de ellos, con órdenes de ir a buscarlospara llevarlos de vuelta a la cabana si le llamaban. Kendra había intentado hacerle entrar en eljardín, pero la marioneta había sido incapaz de poner un pie en la hierba. La misma barrera quehabía impedido entrar a Olloch en el jardín actuaba para el limberjack.Seth se acuclilló tras un arbusto frondoso, cerca del límite del bosque. Kendra se colocódetrás de él.—Echa un vistazo al porche —susurró él.Kendra sacó la cabeza para mirar por encima del arbusto, pero Seth tiró de ella haciaabajo.—Mira a través del arbusto —susurró con fuerza. Ella se pegó y se apartó varias veces dela planta hasta que encontró un hueco por el que pudo divisar el porche. —Diablillos —susurró.—Dos —dijo Seth—. De los grandes. ¿Cómo han podido entrar en el jardín?—Ese grandote se parece al diablillo de las mazmorras —dijo Kendra—. Apuesto a quelos dos estaban prisioneros. No entraron en el jardín desde el bosque, salieron del sótano.—Ya hemos visto de lo que son capaces —afirmó Seth, apartándose del arbusto—. Losdiablillos son de armas tomar. No podemos arriesgarnos a que nos vean.Kendra se retiró junto a Seth al lugar donde Mendigo los esperaba. Las sombras eranalargadas ahora que el sol bajaba hacia el horizonte.—¿ Cómo vamos a pasar por delante de ellos ? —preguntó Kendra.—No lo sé —respondió Seth—. Son rápidos y fuertes. —Se puso el guante ydesapareció—. Iré a echar un vistazo más de cerca.—No, Seth. Están montando guardia. Te verán. No puedes quedarte quieto y huir almismo tiempo. —Entonces, ¿tiramos la toalla? —No. Quítate el guante. —No le agradaba hablar con esa voz sin cuerpo. Sethreapareció.—No estoy seguro de que tengamos muchas opciones. Es la puerta principal, la puertade atrás o una ventana.—Hay otra manera de entrar —dijo Kendra—. Y a lo mejor podemos utilizarla.—¿Qué manera?—Las puertas de los duendes. Por ellas se baja a la mazmorra.Seth frunció el entrecejo, pensativo.—Pero ¿cómo... ? Espera un momento: las pociones.—Nos encogemos.—Kendra, es la mejor idea que has tenido en tu vida.—Pero hay un problema —respondió ella, cruzándose de brazos—. No sabemos pordónde entran los duendes. Sabemos que cruzan a la mazmorra y que entran en la cocina, perono sabemos por dónde acceden.—Eso es cosa mía —dijo Seth—. Vamos a preguntarles a los sátiros.—¿Crees que nos ayudarán?Seth se encogió de hombros.—Tengo una cosa que ellos quieren.—¿ Sabes cómo encontrarlos ?—Podemos probar en la cancha de tenis. Si no da resultado, hay un sitio en el que lesdejo los mensajes.—Me pregunto si las hadas me lo dirían —comentó Kendra.—Si consigues que alguna quiera hablar contigo... —dijo Seth—. Vamos, si nos damosprisa, podremos llegar antes del anochecer. No queda lejos.—¿De verdad han hecho una cancha de tenis?—Y bien chula. Ya lo verás.Seth ordenó a Mendigo que los cogiese y a continuación guio al muñeco de madera por elperímetro del jardín hasta el sendero que los llevaría hasta la cancha de tenis. Mendigo trotó porel camino; le sonaban todos los resortes. Al acercarse a la cancha oyeron una discusión.—Ya te lo he dicho: está demasiado oscuro, tendremos que dar el partido por finalizado—decía una voz.—¿Y tú dices que así estamos empatados? —replicó la otra voz en tono de incredulidad.—Es la única conclusión justa.—¡Voy ganando yo 6-2, 6-3, 5-1! ¡Y el servicio es mío!—Doren, tienes que ganar tres sets enteros para ganar el partido. Da gracias. Estabapreparándome para iniciar el ataque.— ¡El sol ni siquiera se ha puesto!—Está detrás de los árboles. Con estas sombras no puedo ver la pelota. Has jugado unoscuantos juegos buenos. Te aseguro que habrías tenido la oportunidad de ganar si hubiésemosseguido. Tristemente, la naturaleza ha intervenido.Mendigo salió del camino en cuanto Seth se lo indicó y siguió entre la maleza en direccióna la cancha escondida.—¿No podemos empezar mañana donde lo hemos dejado? —intentó la segunda voz.—Por desgracia, el tenis es un juego de inercia. Retomar el partido en frío no sería justo nipara ti ni para mí. Te diré lo que vamos a hacer: mañana empezaremos antes, así podemos jugarun partido entero.—Y supongo que si tú vas perdiendo y ves una nube en algún lugar del cielo, dirás quehay probabilidades de que llueva y darás el partido por terminado. Sirvo yo. Si quieres, puedesdevolvérmela, o si quieres puedes quedarte ahí parado. Mendigo se abrió paso entre los arbustos que rodeaban la cancha de tenis. Doren estabaen posición para servir. La raqueta que había partido durante la refriega con Olloch había sidoprimorosamente arreglada y encordada de nuevo. Newel estaba junto a la red.—Hola —los saludó Newel—. Mira, Doren, tenemos visita. Kendra, Seth y... el muñecoese de Muriel tan raro.—Chicos, ¿os importa si sirvo para el último juego? —preguntó Doren.—¡Pues claro que les importa! —bramó Newel—. ¡Menuda descortesía, preguntar eso!—Estamos un poco apurados —dijo Kendra.—No tardaremos nada —respondió Doren, guiñándole un ojo.—Con esta oscuridad, un juego podría bastar para provocarnos una lesión seria —insistióNewel, a la desesperada.—No está tan oscuro —observó Seth.—El juez de línea dice que deberíamos seguir jugando —dijo Doren.Newel agitó un puño en dirección a Seth. —Vale, un último juego, y el que gane gana elpartido. —Me parece bien —respondió Doren. —Eso no es justo —murmuró Kendra. —No pasanada —dijo Doren—. No ha roto mi servicio en todo el día.—¡Basta de cuchicheos! —gritó Newel, con malas pulgas.Doren lanzó la pelota, que pasó a toda velocidad por encima de la red. Newel devolvió eltrallazo con un globo suave, lo que le permitió a Doren subir a toda velocidad a la red paragolpear la bola con un ángulo endiablado imposible de devolver. Los dos servicios siguientes deDoren fueron dos puntos de saque directo. En cuanto al cuarto servicio, Newel lo devolvióágilmente, pero después de una fiera volea Doren ganó el punto con un malicioso tiro con efectoque tocó el suelo antes de que Newel lograse alcanzarla.— ¡Juego, set, partido! —anunció Doren, victorioso.Gruñendo, Newel corrió al cobertizo y se lio a raquetazos contra la pared. El marco separtió y varias cuerdas se saltaron.—Buuuuu —lanzó Seth—. Qué poco espíritu deportivo.Newel paró y levantó la vista.—Esto no tiene nada que ver con el espíritu deportivo. Desde que los duendes learreglaron la raqueta, sus disparos tienen más efecto. Yo sólo quiero equilibrar el campo dejuego.—No sé, Newel —dijo Doren, lanzando su raqueta al aire y volviendo a cogerla—. Hacefalta ser un sátiro como es debido para manejar una raqueta de este calibre.—Aguarda y verás —replicó Newel—. La próxima vez jugaremos a plena luz del día, ¡ytendremos un equipo comparable!—Tiene gracia que hayáis mencionado a los duendes, chicos —intervino Seth—.Necesitamos un favor.—¿Implica ese favor que algún demonio nos destroce el cobertizo? —preguntó Newel.—Ya me ocupé de Olloch —dijo Seth—. Necesitamos saber cómo los duendes entran enla casa.—Por las puertecitas —respondió Doren.—Se refiere a que necesitamos saber por dónde acceden, para que podamos pasar porsus puertecitas —aclaró Kendra.—Perdona que te diga, pero igual os tenéis que estrujar un poco —dijo Newel.—Tenemos unas pociones para encogernos —respondió Seth.—Vaya niños más ingeniosos —comentó Doren.Newel los miró detenidamente, con mirada astuta.—¿Por qué ibais a querer entrar así en la casa? Puede que haya barreras que os loimpidan. ¿Y quién dice que los duendes os dejarán pasar? Son muy suyos. —Tenemos que colarnos dentro —les explicó Kendra—. Vanessa es una narcoblix.Drogó a nuestros abuelos y se apoderó de la casa. ¡Y es probable que lo siguiente sea intentardestruir Fablehaven!—Un momento —dijo Doren—. ¿Vanessa? ¿Vanessa la que está como un tren?—Vanessa la que nos ha traicionado a todos —le corrigió Kendra.—No estoy seguro de lo que les parecería a los duendes que os dijéramos dónde tienensu entrada secreta —dijo Newel, y empujó con la lengua la cara interna de su mejilla, al tiempoque le guiñaba un ojo a Doren.—Es verdad —respondió su amigo, moviendo afirmativamente la cabeza con airesabio—. Violaríamos la sagrada confianza que han depositado en nosotros.—Ojalá pudiéramos ayudaros —dijo Newel, entrelazando las manos—. Es que unapromesa es una promesa.—¿Cuántas pilas queréis? —preguntó Seth.—Dieciséis —respondió Doren.—Trato hecho —dijo Seth.Newel dio un codazo a Doren.—Veinticuatro, es lo que quería decir.—Ya hemos cerrado el trato con dieciséis —repuso Seth—. Podríamos rebajarlo.—Me parece justo —dijo Newel, que dedicó una mirada ladina a Seth—. Entiendo quehas dicho pilas que llevas encima.—Las tengo en mi cuarto —le corrigió Seth.—Entiendo —dijo Newel, que le miró con gesto histriónico, frunciendo mucho elentrecejo—. ¿Supon que os atrapan y que nunca volvéis? Nos quedamos sin dieciséis pilas yencima hemos roto nuestra sagrada promesa con los duendes. Podría aceptar dieciséis enmano, pero si estamos hablando de un pago demorado, entonces tendremos que subirte la tarifaen un cincuenta por ciento.—Vale, veinticuatro —accedió Seth—. Os pagaré lo antes posible.Newel le agarró de la mano y se la estrechó vigorosamente. —Enhorabuena. Acabáis deconseguir una entrada secreta. —Bueno, en serio —dijo Doren—. ¿Qué hace aquí estamarioneta?Caía la noche cuando los sátiros, Kendra, Seth y Mendigo llegaron al camino de cochesde la casa principal, no lejos de la verja delantera de Fablehaven. Kendra había visto el destellode unas pocas hadas en el bosque, pero cuando había tratado de llamar su atención, éstashabían huido a toda velocidad.—Ahora sí que diría que está oscureciendo —dijo Doren.—Ahórratelo —replicó Newel, arrodillándose junto a un árbol y señalando al frente—.Seth, sigue recto no más de veinte pasos y encontrarás un árbol con la corteza de una tonalidadrojiza. Al pie, entre una horquilla formada por las raíces, verás un agujero de buen tamaño. Esaes la entrada que estáis buscando. No me echéis a mí la culpa si no os reciben con una alfombraroja.—Y no les digáis que os dijimos nosotros cómo dar con ellos —dijo Doren.—Pero sé bueno y déjales esto cerca de la entrada —dijo Newel, tendiéndole a Seth suraqueta recién destrozada.—Gracias —dijo Kendra—. Seguiremos solos desde aquí.BRANDON MIU.L—A no ser que queráis ayudarnos —tanteó Seth. Newel se estremeció.—Ah, sí, eso, verás, es que tenemos una cosilla... —Se lo prometimos a unos amigos—intervino Doren. —Lo teníamos planeado desde hace un tiempo... —Lo hemos cancelado yados veces... —La próxima —les prometió Newel. —Id con cuidado —dijo Doren—. No os vaya acomer ningún duende.Los sátiros se largaron de allí retozando hasta perderse de vista. —¿Para qué te has molestado siquiera en preguntar? —dijo Kendra.—No pensé que fuese a hacer daño a nadie —respondió Seth—. Vamos.Corrieron por el camino de grava. La casa no se veía desde allí, así que se sintieronrelativamente a salvo de Vanessa y de sus diablillos. Mendigo los seguía a unos pasos dedistancia.Continuaron en la dirección que les habían indicado los sátiros.—Éste debe de ser —dijo Seth, tocando un árbol que tenía la corteza rosada—. Ahí estáel agujero. Menos mal que lo hemos encontrado antes de que se hiciera totalmente de noche.—Seth apoyó la raqueta rota en el árbol.El agujero parecía lo bastante grande para meter por él una bola del tamaño del juego debolos. Se metía hacia dentro con una inclinación pronunciada.—Saca las pociones —dijo Kendra.Seth rebuscó en el interior de la mochila. Sacó un par de ampollas.—Con esto debería bastar.—¿Estás seguro de que son las que necesitamos? —quiso asegurarse Kendra.—Eran las más fáciles de recordar: la poción de los envases más pequeños es la deencoger. —Le pasó una de las ampollas a Kendra. Ella la miró ceñudamente—. ¿Y ahora qué?—preguntó él.—¿Crees que nuestra ropa encogerá también? —preguntó su hermana.Seth guardó silencio unos segundos. —Espero que sí. —¿Y si no?—Tanu dijo que las pociones le encogían a un tamaño de unos veinticinco centímetros.Entonces nosotros mediremos unos... ¿dieciocho o veinte? ¿Qué íbamos a ponernos de ropa?—Tanu enrosca pañuelos en algunos de sus frascos —dijo Kendra.Seth rebuscó por la mochila y sacó un par de pañuelos de seda.—Esto nos servirá.—Con suerte, el que fabricó las pociones tuvo en cuenta el detalle de la ropa —dijoKendra.—¿Rociamos un poco nuestra ropa, para estar seguros? —dijo Seth—. Tenemos cuatropociones encogedoras más.—No hará ningún daño —dijo Kendra.Seth sacó otra ampolla de poción encogedora.—¿A la vez? —preguntó.—Bebe la tuya primero —dijo Kendra.Seth destapó la ampolla y se bebió todo su contenido.—Hace cosquillas —dijo. Y abrió los ojos como platos—. ¡ Hace muchas cosquillas!De repente pareció que la ropa le quedaba enorme. Miró a Kendra, doblando mucho elcuello para poder mirar a su mucho más alta hermana. Se sentó en el suelo. Los pies se le salíanfácilmente de los zapatones, al tiempo que las piernas se le acortaban. La cabeza se le metió porel cuello de la camisa. El proceso de encogimiento se aceleró y fue como si Seth desapareciese.—¿Seth? —preguntó Kendra.—Estoy aquí dentro —respondió la versión ardillita de su voz—. ¿Podrías pasarme unode esos pañuelos?Kendra metió un pañuelo por la camisa. Un instante después Seth emergió de ella, con elpañuelo enroscado a la cintura como si fuese una toalla, rozando el suelo por detrás. Levantó lavista.—Ahora sí que eres mi hermana «mayor» —gritó—. Rocía un poco de poción en mi ropa.Kendra quitó el tapón de otra ampolla y roció su contenido sobre las prendas de Seth. Losdos esperaron, pero no se produjo ninguna reacción.—Parece que vamos a tener que salir del aprieto con los pañuelos —suspiró Kendra.—Son bonitos y sedosos —dijo Seth a voz en grito. —Estás chiflado —respondió Kendra. Se volvió hacia Mendigo—. Mendigo, recogenuestra ropa y nuestras cosas y estate atento por si salimos de la casa. Cuando salgamos,tendrás que darte prisa y venir a nuestro lado.Mendigo empezó a tirarle de la blusa.—Mendigo, espera a que me haya encogido para recoger mi ropa, y déjanos con lospañuelos puestos.Mendigo cogió el morral de Tanu y las prendas de Seth.—¡Eh! —exclamó Seth—. Déjame ver si soy capaz de llevar el guante.66 Kendra sacó el guante de un bolsillo de los pantalones de Seth y le dijo a Mendigo queles dejase llevar el guante. Se lo dio a Seth. Él se lo echó por los hombros y empezó a andar.Parecía farragoso llevarlo encima.—¿ Es demasiado grande ? —preguntó Kendra.—Puedo arreglarme —dijo Seth—. Cuando crezcamos otra vez, nos alegraremos detenerlo con nosotros. Hablando de eso: bébete la poción y en marcha. No quiero hacerme grandey quedar aplastado en el agujero de los duendes.Kendra quitó el tapón de una tercera ampolla y se bebió el contenido. Seth tenía razón:provocaba un hormigueo. Era como si estuviesen clavándole alfileres y agujas en los brazos y enlas piernas, como si se le hubiesen dormido y ahora recuperase la sensibilidad de la manera másdesagradable. Mientras encogía, la sensación de cosquilleo se intensificó. Cada vez que Seth seenteraba de que a Kendra se le había dormido una pierna, siempre trataba de darle golpéenos enla cosquilleante extremidad. A ella le ponía enferma. Esto era mucho peor, pues los pinchazos leempezaban en las yemas de los dedos de las manos y de los pies y le recorrían el cuerpo entero.Antes de que Kendra pudiese darse cuenta verdaderamente de lo que estaba pasando,tenía ya la blusa alrededor del cuerpo como si fuese una tienda de campaña en pleno colapso.Gateando, encontró la salida por una de las mangas.—Cierra los ojos, Seth —dijo, y percibió lo aguda y chillona que le sonaba la voz.—Los tengo cerrados —dijo él—. No quiero tener pesadillas.Kendra encontró el otro pañuelo y lo transformó en una toga improvisada.—Vale, ya puedes mirar.—¿Sabes? —dijo Seth—, si volvemos a crecer mientras estamos en la mazmorra, nosquedaremos atrapados allí abajo.Kendra se acercó a una de las ampollas vacías que había dejado en el suelo. Resoplandoy zarandeándola, consiguió ponerla de pie. En comparación con su nuevo tamaño, era casi tangrande como una lata de guisantes.—El vidrio es grueso —dijo Kendra—. A duras penas puedo mover esta ampolla vacía.Seth dejó en el suelo el gigantesco guante e intentó levantar el frasco. Con muchoesfuerzo consiguió izarlo del suelo.—Qué lástima que no podamos llevarnos una de más —dijo—. Tendremos que darnosprisa, sencillamente.—Mendigo, recuerda, vigila por si salimos y acude a nuestro lado en cuandoaparezcamos.La marioneta parecía inmensa, como una especie de monumento espeluznante.Seth se echó el guante a la espalda.—Vamos.Kendra levantó la vista. Por encima de su cabeza, entre los huecos de las ramas, vio queempezaban a salir las estrellas. Entonces, detrás de su hermano, se metió en el enorme agujero