A la mañana siguiente, Kendra, Seth, los abuelos y Tanu estaban sentados alrededor dela mesa de la cocina, desayunando. Fuera, el sol empezaba a ascender por el cielo, en un díadespejado y húmedo.—¿Qué vamos a hacer hoy? —preguntó Seth, usando el tenedor para cortar en trozos sutortilla.—Hoy os vais a quedar aquí en casa conmigo y con vuestra abuela —dijo su abuelo.—¿Qué? —exclamó Seth—. ¿Y adonde se va todo el mundo?—¿Y qué somos nosotros? —preguntó el abuelo. —Quiero decir que ¿a dónde se van losdemás? —rectificó Seth.—Esta tortilla está deliciosa, abuelo —dijo Kendra después de comerse un trozo.—Me alegro de que te guste, querida —respondió su abuelo con aire digno, lanzándoleuna mirada a la abuela, quien fingió no darse cuenta.—Tienen que ocuparse de un asunto desagradable —le dijo la abuela a Seth.—Querrás decir de un asunto alucinante —replicó Seth en tono acusador, y se volvióhacia Tanu—. ¿Nos estáis dejando tirados? ¿A qué venía entonces todo eso del trabajo enequipo, que decías ayer?—Manteneros a salvo a tu hermana y a ti era uno de nuestros objetivos —respondió Tanucon serenidad.—¿Cómo se supone que vamos a aprender nada si sólo nos dejáis hacer cositas sinimportancia? —se quejó Seth.Coulter entró en la habitación con un bastón en la mano. El extremo superior del bastóntenía forma de horquilla y tenía enganchada una banda elástica que lo convertía en un tirachinas.—Hoy no querríais venir adonde vamos —dijo. —¿Cómo lo sabes? —replicó Seth.—Porque yo mismo no quiero ir —respondió Coulter—. ¿Tortillas? ¿Quién ha hechotortillas?—El abuelo —respondió Kendra.De pronto, Coulter pareció cauteloso.—¿Qué es esto, Stan? ¿Nuestra última comida?—Sólo quería echar una mano en la cocina —dijo el abuelo, inocentemente.Coulter miró al abuelo con recelo.—Debe de quereros de verdad, chicos —dijo finalmente—. Ha estado explotando laexcusa de los huesos rotos para mantenerse lo más lejos posible de cualquier tarea doméstica.—No me hace gracia que me dejen atrás —recordó Seth a todo el mundo.—Nos dirigimos a una zona de Fablehaven que no está cartografiada —le explicóTanu—. No estamos seguros de lo que podemos encontrarnos, sólo sabemos que serápeligroso. Si todo sale bien, os llevaremos la próxima vez.—¿Crees que la reliquia podría encontrarse allí? —preguntó Kendra.—Es uno de los varios sitios posibles —respondió Tanu—. Suponemos queencontraremos la reliquia en alguna de las zonas más inhóspitas de la reserva.—Lo que seguramente encontraremos serán trasgos, gigantes de niebla y blixes—replicó Coulter de mal humor, al tiempo que tomaba asiento ante la mesa. Se echó un poco desal en la palma de la mano y la lanzó por encima de su hombro. Luego, dio unos golpes en elmantel con los nudillos. Parecía hacer esos gestos de forma mecánica.Vanessa entró en la habitación.
—Tengo malas noticias —anunció. Llevaba una camiseta del Ejército de Estados Unidosy pantalones de loneta negra, y el pelo recogido atrás.—¿De qué se trata? —preguntó la abuela.—Anoche se me escaparon los drumants y sólo he capturado un tercio de ellos —dijoVanessa.—¿Andan sueltos por la casa? —exclamó la abuela.Coulter señaló a Vanessa con el tenedor, acusadoramente.—Te dije que no saldría nada bueno de meter aquí a esa colección de bichos salvajes.—No entiendo cómo se han escapado —dijo Vanessa—. Nunca me había pasado estocon ellos.—Es evidente que no te han picado —intervino Tanu.—¿ Seguro ? —respondió Vanessa, y estiró el brazo para enseñarles tres pares demarcas de picaduras—. Tengo más de veinte picaduras repartidas por todo el cuerpo.—¿Cómo es que sigues con vida? —preguntó el abuelo.—Son una raza especial de drumants que he criado yo misma —respondió Vanessa—.He estado experimentando con US formas de eliminar la toxicidad de los whirligigs venenosos.—¿Qué es un whirligig? —preguntó Kendra.—¿Y qué es un drumant?—añadió Seth.—Un whirligig es cualquier criatura mágica de inteligencia subhumana —les explicó suabuela—. Es jerga.—Los drumants parecen tarántulas con cola —dijo Tanu—. Muy peludos. Saltan de acápara allá y pueden deformar la luz para distorsionar su ubicación. Crees que ves uno y vas acogerlo, pero lo único que tocas es un espejismo, porque el drumant en realidad se encuentra amedio metro de distancia.—Son animales nocturnos —dijo el abuelo—. Pican con agresividad. Normalmenteinyectan un veneno mortífero.—De alguna manera la portezuela de la jaula se abrió —dijo Vanessa—. Escaparon losdiecinueve que tenía. Cuando me desperté, los tenía a todos encima de mí. Conseguí cazar seis.Los demás se dispersaron. A estas alturas están por las paredes.—Seis de diecinueve es menos de un tercio —indicó Coulter mientras masticaba.—Estoy segura de que cerré la portezuela y eché el candado de la jaula —dijo Vanessacon firmeza—. Para seros sincera, si me encontrase en cualquier otro sitio, sospecharía que mehan hecho una jugarreta. Nadie sabía que esos drumants no son venenosos. Si lo hubiesen sido,a estas horas estaría muerta.Un silencio incómodo se extendió por la habitación. El abuelo carraspeó.—Yo en tu lugar, con independencia de dónde me encontrase, apostaría por un sabotaje.Kendra clavó la vista en su plato. ¿Alguna de las personas con las que estabadesayunando acababa de intentar acabar con Vanessa? ¡Seguro que su abuela, su abuelo ySeth no habían sido! ¿Tanu? ¿Coulter? No quería cruzar la mirada con ninguno de ellos.—¿Podría haberse colado en la casa algún intruso? —preguntó Vanessa—. ¿O podríahaber escapado alguien de la mazmorra?—No es muy probable —respondió el abuelo, mientras se limpiaba las manos con unaservilleta—. Los duendes y los mortales son los únicos seres que tienen permiso para entrarlibremente en esta casa. Los duendes no harían una diablura como ésa. Aparte de Dale yWarren, los únicos mortales que pueden moverse libremente por esta reserva se encuentran enesta habitación. Dale se quedó anoche en la cabaña. Cualquier otro mortal tendría que cruzar laverja antes de poder acceder a la casa, y cruzar la verja es prácticamente imposible.—Alguien podría llevar un tiempo escondido en algún lugar de la finca, y haber esperadohasta ahora para atacar —conjeturó Coulter.—Cualquier cosa es posible —dijo Vanessa—. Pero yo juraría que dejé la jaula cerradacon candado. ¡No la he abierto desde hace tres días!