Cerca

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Me gustaba tanto dibujar figuras en su espalda cada vez que la tenía en brazos, pero aquella mañana era ella quien con sus pequeños dedos, trazaba líneas sobre mi piel. La fría sensación me sacó del ensueño en el que estaba volviendo a caer, pero no me desagradaba para nada. Podría haberme quedado así el resto de la mañana, aunque Ana parecía no estar de acuerdo puesto que cada vez esas líneas se iban agrandando y su dedo hacía más presión contra mi piel. Aun así, me mantenía quieto, quizá porque disfrutaba de su mano posándose sobre mi espalda así, o quizá también porque quería verla molesta. La manera en que su boca formaba una curva hacia abajo, o cómo fruncía el ceño, eran todos gestos que adoraba ver. Sabía que ella siempre estaría ahí conmigo y por eso no cabía lugar a la preocupación.

Luego de que la escuché salir de la cama y dirigirse a la cocina, aproveché y también emprendí mi escape. Conocía perfectamente su manera de pensar y tenía en claro en qué lugares me iría a buscar. Y así fue como terminé parado en el marco de la puerta principal de su apartamento, semidesnudo. Había salido tan rápido, movido por mi maliciosa personalidad, que había olvidado vestirme. Pero ya estaba ahí. Sólo esperaba que a ninguno de los vecinos se les ocurriera salir.

Desde el lugar en el que me encontraba, escuchaba cómo gritaba mi nombre, abría y cerraba puertas y hacía sonidos extraños demostrando su irritación. Decidí que ya había pasado tiempo suficiente, para ella y para mí, así que entré de nuevo en la casa y me dirigí casi corriendo a la habitación. La encontré tirada en la cama, haciendo un desastre con las sábanas, quejándose y pataleando como si fuera una niña. La ternura sobrepasó todos mis límites. Para el momento en el que me acerqué a ella, apoyándole una fría cuchara en la mejilla, tenía en claro que en aquella mujer estaba depositado todo la felicidad que podría haber deseado. No había nadie más que pudiera hacerme sentir lo que ella y tampoco tenía que salir a buscar porque estaba seguro que mientras la vida me lo permitiera, yo me mantendría a su lado.

Mientras la sostenía entre mis brazos, con su frente apoyada en mi pecho, comencé a tararear una melodía que no sabía que conocía. Intentaba hacer desaparecer el susto que le había dado hace un instante, mientras danzábamos al compás de esa desconocida canción.

Cuando levantó su rostro para mirarme una última vez, un haz de tristeza atravesó mi garganta. La necesidad de hacerle saber que me mantendría a su lado sin importar las circunstancias, fue eminente. Avancé en dirección a su rostro y le besé la frente, prometiéndole amor eterno así, sin palabras.

No había otra cosa en mi cabeza más que su voz repitiendo mi nombre. Los días se me escapaban intentando encontrar la manera de acercarme. ¿Qué tan raro podría ser que alguien te dijera que te conoció en sueños? Sonaba a cuento barato, no podía hacer eso. Pero ¿de qué otra manera? Era cierto, todavía tenía la chaqueta conmigo, pero ella parecía haber desaparecido después de aquel día. Utilizaba mis turnos barriendo la vereda de la cafetería como excusa para salir y mirar a través de la vidriera, pero no podía encontrarla. Mis dedos se retorcían en los bolsillos de la horrenda chaqueta roja que debía usar en el trabajo, la ansiedad me consumía.

-Necesitamos hacer un recorte de personal. No se trata de sus capacidades, para nada, pero la situación económica de los dueños de la cafetería nos obliga a esto.

Reunidos después de nuestro turno, los empleados escuchábamos las palabras del gerente, quien leía una lista con los nombres de las personas que no iban a volver a trabajar allí al día siguiente. Respiraciones agitadas y el chasquido de dientes inundaban la pequeña oficina detrás del salón principal de la tienda. La verdad, no tenía demasiadas esperanzas de quedarme, al final de cuentas seguía siendo el nuevo. En el momento en que mi nombre fue mencionado, tomé el sobre con mi liquidación, saludé a los demás y salí de ese lugar pensando en nada más que en mi estadía en ese condenado pueblo. ¿Cómo iba a seguir pagando la habitación de hotel?

Con el sobre todavía en mis manos, caminé en dirección a la tienda del frente, guiado sólo por la necesidad de un abrazo de aquella mujer. Sabía que no iba a conseguirlo, pero al menos quería verla y confirmar que todavía estaba allí. Me paré en la entrada y vi nada más que soledad dentro. Qué idiota, era sábado y la tienda de recuerdos no abría los fines de semana. Suspiré y di pasos sin destino programado. Terminé en la zona de restaurantes del pueblo, en donde una de las primeras cosas que podía ver era ese horrendo lugar con pisos anaranjados. Recordé al chef, un hombre entrado en años que todos los días ordenaba lo mismo en la cafetería. No es que esperaba un descuento por servirle café, pero...Sí, en realidad lo esperaba. De ahora en más debía pensar en hacer valer cada centavo dentro del pedazo de papel que contenía mi liquidación.

Entré, mirando hacia ambos lados esperando encontrar a la persona que buscaba y afortunadamente allí estaba, hablando con uno de los comensales. Caminé hacia él, portando una de mis mejores sonrisas. Me reconoció e invitó a sentarme, a lo que accedí con una sonrisa mucho más auténtica que la primera.

Ya ubicado en mi lugar, esperé a ser atendido mientras leía la carta que me había entregado el amable hombre minutos atrás. La gente en ese lugar no comía en mesas separadas, sino que todos se sentaban unos a lado de los otros en un mesón enorme dispuesto en medio del salón. Era algo extraño, pero de alguna manera suprimía esa sensación de soledad que conlleva comer solo. Al lado mío una adorable anciana disfrutaba de su almuerzo y en frente, una muchacha oprimía su rostro contra el menú. Me detuve desconcertado sobre ella al observar pasados unos minutos, que no descubría sus facciones. Esperé, lleno de curiosidad pero no sucedió.

Para el momento en que llegó mi orden, otra mujer ocupó el lugar a mi lado, toda risueña y gritando un nombre que me pareció un poco gracioso. En ese instante, la muchacha frente a mí se levantó y salió disparada hacia el baño. La seguí con la mirada pero aun así, su rostro era un misterio. Pasado un tiempo, volvió al mesón y aunque esta vez no había ningún pedazo de cartón cubriéndola, sólo podía ver sus ojos debido al pañuelo que llevaba. No entendía cuál era el motivo que la hacía ocultarse de esa manera, pero dejé de prestarle atención una vez que me acostumbré a esa imagen.

Había iniciado una amigable conversación con la señora de la enorme sonrisa y de vez en cuando, me hacía preguntas y yo respondía siempre y cuando mi boca no estuviera ocupada con la deliciosa comida. Ese chef era bueno. Continuaba degustando la ensalada, y de repente escuché que la persona a mi lado pedía que le pasaran el salero. Estiré mi mano inmediatamente, pero mi piel impactó con la suavidad y calidez de otra piel, en vez de la tersa y fría cerámica. Levanté mis ojos y me disculpé pero en el momento en que nuestras miradas se cruzaron, el pañuelo había dejado de cubrir su rostro y el marco develado le daba sentido a ese par de pequeños ojos. Ana, o como fuera que se llamara la criatura de mis sueños dejaba caer en ese preciso momento, el artefacto sobre el piso del restaurante, huyendo como en mis sueños al siguiente instante.


In my dreams [ImJaebum]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora