Ana

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El puente blanco fue exhibido ante mis ojos con una majestuosidad que no recordaba haber presenciado la primera vez. No había viento ese día pero sí una leve brisa helada que me recorría entera. Seguida a esta sensación, los temblores también aparecieron. Caminaba en dirección a la estructura empotrada en el medio del parque. No conocía bien el propósito, pero sabía que tenía que llegar allí aun cuando los espasmos que imperaran en mí, no quisieran permitírmelo.

Mis pasos avanzaban, y conforme a la distancia se acortaba, pude distinguir los hilos finos que se mecían suavemente, con su negro color contrastando con lo blanco del puente. Las cálidas gotas de agua se dejaron caer, siendo conscientes de todo el tiempo que habían estado encapsuladas. El pecho se me encogía con cada latido que mi solitario corazón daba.

Cuando por fin pude pararme a su lado, casi como un reflejo, dirigí mis brazos a su cintura, encerrándola. Mi rostro enterrado en su ancho pecho, mientras mis lágrimas mojaban su camiseta. Toda la sensación que gobernaba en mí cuando lo tenía cerca, la había extrañado tanto que sentía que de eso de trataba la felicidad: ese momento. Sus manos tomaron mi espalda y me apretaron aún más contra su cuerpo. El frío que antes me hacía temblar se despidió de mí sin darme cuenta, dejando sólo la calidez que aquel hombre siempre llevaba consigo. Opuestos perfectos el uno para el otro.

-Ana, lo siento.

Tomé la botella de agua de la heladera y apoyé mi cintura en la mesa de la cocina. Aquel tono de voz lo había escuchado antes, esas mismas palabras...

El teléfono sonó. Mamá tampoco iría ese día ¿Desde cuándo estaba tan ocupada? ¿Desde cuándo la necesitaba tanto? Me había cansado de quejarme, de pedirle que se fuera y me dejara sola, y ahora era ella la primera persona que se me venía en mente cuando pensaba en alguien para contarle sobre mi sueño aquella mañana. Me resigné a quedarme la emoción de verlo otra vez, para mí.

Si, estaba mucho más confundida que hace tres meses, cuando todo esto comenzó, pero aliviada al mismo tiempo. Nadie podía hacerme sentir aquello que con el simple avistamiento de su figura, aquel muchacho me hizo sentir. Era más que anhelo, que extrañar a quien se ama. Parecía necesidad, de la que te deja sin aliento. Así me recuerdo en aquel sueño, prácticamente sin aire ni fuerzas, sólo motivada por las ganas de sentirme entre sus brazos.

Usualmente, los sábados se los dedicaba a mi apartamento. Durante la semana, apenas si tenía tiempo para vestirme y todo mi día se desvanecía en la tienda, por lo que los fines de semana, trataba de ordenar las montañas de ropa en el suelo, o lavar los platos sucios.

El timbre sonó cuando me disponía a sacar las sábanas de la cama. La mujer que se encargaba de barrer la vereda del edificio, se encontraba frente a mi puerta con una chaqueta entre las manos.

-Vine a devolverte esto.

Hilé mis pensamientos hasta que pude reconocer mi chaqueta, la que le había dejado al borracho chico de mis sueños luego de que su novia apareciera para rescatarlo ¿Cuánto tiempo había pasado?

-No debió molestarse. Debí ir a buscarla yo misma, pero lo olvidé.

-¿A qué te refieres? La acaban de dejar en mi oficina.

La señora mantenía su expresión de confusión mientras esas mismas gotas calidad del sueño, se transportaban a la realidad. Todavía estaba en el pueblo todavía podía cruzármelo en algún lugar. Había guardado mi chaqueta todo este tiempo ¿por qué? Tomé el pedazo de tela y despedí a la mujer, a pesar de sus intenciones de preguntar si me encontraba bien.

Pequeños destellos de ese día vinieron a mí mientras sostenía la chaqueta con fuerza. El temblor de su cuerpo cuando me acerqué a él, su cabello dispuesto en senderos negruzcos sobre su amplia frente, el manto de pestañas en sus párpados, y las lágrimas que aun dormido soltaba. De repente, parecía haber viajado en el tiempo y ya no recordaba sino que lo vivía todo nuevamente. Esa misma tristeza y las mismas ganas de cubrirlo con mi cuerpo, protegerlo de lo que fuera que le causara dolor en sus sueños.

"Ana, lo siento."

Los latidos de mi corazón se detuvieron cuando lo escuché decir aquellas palabras, las mismas que me había dejado antes de despertar esa mañana. Entonces ¿yo era Ana? ¿Y lo había sido mucho tiempo antes de que hubiera escuchado a mi jefe gritar mi nombre en la tienda aquel día? Ya no lloraba, pero algo parecido al llanto, ese nudo en la garganta y el ardor en los ojos, no me dejaba pensar claramente.

Si había ido a dejar la chaqueta, estaba segura que seguiría en el hotel del pueblo. Quizá había dejado su trabajo en la cafetería y conseguido uno nuevo...tenía que ser así. Me dejaba guiar por la adrenalina que me recorría. La impulsividad se había transformado en parte de mí desde que aquella persona se hizo presente en mi vida. Salir corriendo, escapar entre la gente, esconderme detrás de cajas... todo lo hacía impulsivamente.

En la recepción del hotel, aquella amiga del pasado trataba de no espantarse con lo agitado de mi respirar y la mirada perdida que me conducía. Le pregunté por él, huésped del tercer piso. Le dije también de su trabajo, y aunque pude darme cuenta que sabía de quién hablaba, no me dijo nada puesto que le era imposible darme información sobre las personas que se quedaban allí.

-Lo siento.

Otra vez se disculpaban conmigo, pero la última vez que sucedió, no importaba realmente. Salí del hotel y fui hacia la cafetería. Tomé asiento en un lugar donde era poco visible para el resto de las personas allí y esperé. Luego de cierto tiempo, alguien se acercó a tomar mi orden. Aproveché la oportunidad.

-¿Te refieres al que venía de la ciudad?

No lo sabía. Para ser honestos ¿qué sabía de él? Asentí, esperando que estuviéramos hablando de la misma persona.

-No lo he visto en semanas. Alguien comentó el otro día que estaba buscando un lugar para mudarse. Quizá él y su novia finalmente se decidieron.

Había tomado por obvio que su noviazgo había terminado, pero no tenía pruebas de aquello más que la ausencia de esa mujer en mis sueños y la expresión taciturna de su novio. Como el castillo de naipes que se desmorona por la pequeña corriente de aire que lo atraviesa, la adrenalina que recorría mi cuerpo hasta ese momento, desapareció. Aguardé a que mi café estuviera listo y emprendí camino de regreso a casa. Ya casi era medio día y mi estómago gruñía por la falta de alimento. Intenté calmarlo con café aunque sabía que no se detendría tan fácilmente. Podría haber entrado al horrible restaurante donde mamá siempre iba, pero no tenía sentido seguir forzándome a mí misma a divagar por las calles del pueblo sólo porque muy dentro de mí guardaba las esperanzas de que aquel sujeto apareciera.

El departamento seguía tal y como lo había dejado esa mañana. La habitación, fría y desolada, tal como lo estaba en aquel horrible sueño sin él, descargaba toda su deprimente energía sobre mí. Fingía que podría pasar el resto de las horas ordenando, pero tenía en claro que me sería imposible. Amaba mentirme a mí misma tanto como sentía que amaba a ese desconocido. Por las ventanas, la brisa que se acercaba traía consigo destellos de la primavera que se avecinaba. No sentía su frescura, al contrario, el aire se había vuelto demasiado pesado como para soportarlo. Me sentía exhausta. Salí al jardín buscando renovar el contenido de mis pulmones.

Observé después el inusual movimiento en uno de los edificios frente al mío. Un camión estaba estacionado al otro lado de la calle y un grupo de personas transportaba muebles y otro tipo de decoraciones hogareñas. Sentía que había pasado bastante tiempo desde la última vez que alguien se mudó a ese vecindario. Mientras perdía mis pensamientos entre la gente que movía sillas, la sensación de la fresca brisa colisionó contra la piel descubierta de mis brazos, causándome escalofríos. Traté de cubrirlos con mis manos, pero el efecto no se despegaba de mi piel.

Con su persistencia, aquella brisa se había transformado en una ráfaga. Mi cabello no pudo resistir aquel intempestivo viento y se soltó de su agarre, terminando desparramado en el cielo, como las ramas de los árboles que se sacudían de un lado a otro. Alcé la vista para observar como los segmentos de mi cabello dibujaban líneas sobre el fondo celeste, y al elevar mis ojos, la majestuosidad de su rostro emergió lleno de luz.


In my dreams [ImJaebum]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora