El salero

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Simplemente me aparecí frente a él. Estábamos sentados los dos en la mesa de mi comedor, como si fuera algo que hiciéramos todos los días. La gloriosa camiseta blanca que dejaba traslucir la piel de su pecho, los pantalones holgados, la belleza en su estado natural. Mirándonos sin impase, sin deseos de detenernos, sin ánimos de hacer otra cosa. Estiró su mano, tomando la mía que había estado apoyada sobre la ocre madera, entrelazando nuestros dedos. Todo mi cuerpo se estremeció al sentir la calidez del suyo acercándose. Su torso se abalanzó hacia el frente y detuvo sus facciones sólo a centímetros de mi rostro. Un teléfono sonó y pareció como si el tiempo volviera hacia atrás, haciendo que él y su maravillosa figura volvieran a tomar su antigua posición.

Con el sólo hecho de aparecer en mis sueños, se había ganado mi adoración. Podía pasarme horas rememorando los pedazos de fantasía que lo contenían. Haberlo tenido tan cerca, haber sido testigo de su maravillosa existencia frente a mis ojos, haber sido bendecida con el toque de su piel.

¿Cómo era posible que todo se sintiera tan real? Odiaba los juegos de mi mente, me llenaba de frustración al tener que despertarme y no verlo allí, a mi lado. Solamente a través de la vidriera de la tienda de recuerdos, cuando su turno en la cafetería terminaba. A veces cuando salía al balcón de su habitación en el hotel. No quería aceptar que me había obsesionado, que pensaba día y noche en maneras de hacer que nuestros caminos se cruzaran. Pero segundos después terminaba arrepintiéndome, al recordar lo estúpida que me volvía cuando lo tenía cerca.

La chica misteriosa seguía sin aparecer, y se notaba. Aquel chico se desvanecía junto al invierno. Su contextura parecía haberse vuelto más delgada y lo rodeaba un aura de oscuridad. Quería verlo sonreír como lo había hecho aquel día después de la fiesta en la casa de mis vecinos, mostrando sus dientes, encogiendo sus ojos. Pero escondida detrás del mostrador de la tienda, no iba a lograr nada.

- ¿Qué te parece si te invito a almorzar?

Mamá presentía que algo no estaba bien conmigo. Me lo había hecho notar con la excesiva cantidad de llamadas que recibía de ella todos los días. En realidad, no tenía idea a qué se refería cuando me repetía "Estás rara, hija". Yo me sentía normal, como siempre. Pero para que no siguiera insistiendo, terminé aceptando. El restaurante favorito de mamá estaba también en el centro del pueblo. Se trataba de un edificio que había sido construido casi al mismo tiempo que el resto de las construcciones antiguas, pero que había sido remodelado a lo largo de los años, transformándose en algo parecido al Frankenstein de los restaurantes. Pero a mamá le encantaba y por eso terminamos allí. Tomamos asiento en uno de los largos mesones, y a los pocos minutos mi mamá me abandonó para ir a saludar a su vecina, la que se había mudado meses atrás y de la que no había tenido ninguna noticia, por lo que necesitaba aprovechar aquella ocasión para ponerse al día.

Estaba acostumbrada a aquel tipo de situaciones. Mamá siempre había sido lo opuesto a mí, una de las tantas razones por las que durante muchos años creí que era adoptada. Conocía a todas las personas del pueblo, pero a diferencia de su hija, ella mantenía una relación amigable con todas ellas. Cada vez que salíamos a alguna parte la veía salir disparada para saludar a alguien.

Decidí ordenar por mi cuenta hasta que regresara. Otros clientes llegaban al local y se sentaban en el mismo mesón, creando un ambiente ruidoso del que no estaba segura si disfrutaba. Tomé uno de las cartas y comencé mi búsqueda del plato adecuado. Me había vuelto tan quisquillosa con la comida que hasta me molestaba a mí misma. Nada de salsa, sin maní, poca sal y nada que fuera de color morado. Parecía una niña de cinco años. Cuando por fin encontré lo que buscaba, bajé el pedazo de cartón que tenía casi incrustado en la nariz y levanté la vista para buscar a la señorita que tomaba los pedidos. Al volver la vista, encontré frente a mí a aquel agraciado muchacho, leyendo lo que parecía ser un cuaderno. Inmediatamente, levanté la carta para cubrir mi rostro. Me mantuve así hasta que la comida llegó.

Casi al mismo tiempo que el plato fue asentado en la mesa, mi madre volvió de su charla con la vecina. Intentaba explicarse el porqué de mi accionar, por lo que con esa voz ruidosa que solía poner sólo para molestarme, mencionó ese horrendo apodo que me puso a los tres años. En el medio de aquel agujero de ansiedad no encontré otra solución más que ponerme de pie y salir casi disparada hacia el baño. Ya metida en esa habitación, observaba cómo mamá hablaba consigo misma, cuestionándose la rareza de mi existencia. ¿Qué quería que hiciera? Todavía no tenía idea si aquel muchacho recordaba mi cara luego del incidente en el hotel, pero siendo fiel a mi forma de ser, había decidido tiempo atrás solamente adorar su presencia a la distancia.

No podría acercarme ni tenerlo cerca nunca más. Lo hacía para evitar que me reconociera y también por miedo a que aquellas ensoñaciones, como siempre, se terminaran saliendo con la suya y encontraran la forma de acercarme al cuerpo de aquella criatura majestuosa, rey de mi inconsciente, al que no podía amar de otra forma que no fuera imaginariamente.

Volví la vista hacia la mesa en la que mi mamá estaba almorzando, esperando por mi regreso y para mi sorpresa, la encontré no sólo entablando lo que parecía ser una muy amistosa conversación, con ese chico; sino que también, ambos compartían risas como si se conocieran desde hace mucho tiempo. Típico de ella. Ahora menos que menos podía volver allí. Pero tampoco podía huir dejando sola a mamá, puesto que se preocuparía más y terminaría mudándose conmigo para "descubrir" qué me sucedía.

El cúmulo de aire se escapó de mi pecho en forma de suspiro y junto a él, el razonamiento de que no podía esconderme para siempre, al fin y al cabo, en el pueblo todos nos conocíamos, y aquel muchacho ya era parte del pueblo. Me paré frente al espejo y hurgué dentro de mi bolso, encontrando un pañuelo con el que logré cubrir un poco mi rostro, sólo por si acaso mis facciones le resultaran conocidas al desconocido acompañante de mi madre. Disimulé un poco el rostro de cordero asustado y caminé nuevamente hacia la mesa.

Mamá reaccionó inmediatamente a mi rostro tapado, pero supuso que era otra de mis rarezas, por lo que no hizo ningún comentario y siguió comiendo. De vez en cuando me contaba algunas de las cosas que había hecho durante la semana y yo lograba asentir o soltar pequeñas frases sin que se diera cuenta que moría de los nervios. Evitaba en todo momento dirigir mis ojos al muchacho, pero aun así los latidos en mi corazón se descontrolaron y podía sentir la intensidad de la sangre corriendo por mis venas. En uno de esos minutos en los que me perdía dentro de mi mente, cuestionándome mi presencia en aquel lugar, sentada a pocos metros de la persona que misteriosamente se aparecía en mis sueños, mamá me pidió que le pasara el salero. Casi automáticamente estiré el brazo para sostenerlo, pero debido a la sensación de aquella otra piel sobre la mía, el artefacto de vidrio se terminó estampando contra el suelo, desparramando el polvo blanco en los anaranjados suelos del restaurante. Levanté la vista por fin, encontrándome con la suya, descubriendo el espacio sideral contenido en sus pupilas. El movimiento de sus pestañas, la boca medio abierta por la sorpresa y la mano todavía alzada, haciendo que pareciera que el tiempo se había detenido sólo para dejarme apreciar con mayor nitidez lo maravilloso de su acontecer en este mundo.

No había dudas, lo amaba tanto fuera como dentro de mi mente, de día y de noche. Y deseaba tanto poder hacer realidad aquellas fantasías.

-Lo siento, no sabía que tú lo ibas a tomar.

No pude hacer más que asentir y salir del restaurante luego, como si mis pies se hubieran convertido en nubes, sin importarme dejar atrás a mi mamá y al resto de los comensales que me miraban extrañados. 

In my dreams [ImJaebum]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora