Emilly

1.1K 104 60
                                    


   ¿Alguien podría explicarme cual es la diferencia entre el marfil, el crudo y el blanco perla? Porque yo no lo sé. ¿Acaso no son todos blancos? No veo la necesidad de complicarse tanto por un simple color. A lo que me refiero es que no será el fin del mundo si una persona elige una servilleta marfil en lugar de crudo.

Pero para mamá y Sophie, parece que sí.

—¿Es que no ves que si no llevamos el tono adecuado los centros de mesa no combinarán? —replicó mamá, sosteniendo dos manteles blancos y comparándolos.

—¿Y para qué hay que tener centros de mesa?

Me callé ante una mirada de advertencia por parte de ella, exigiendo que no me comportase como una niña. Sophie sonrió, intentando no reír. Ahora que lo pensaba, se la veía mejor, mucho más animada y descansada.

Mientras mamá iba a conversar con una de las asistentes de la tienda en que nos encontrábamos, tomé a mi hermana del brazo y me la llevé aparte, entre las flores y la decoración de puntilla.

—¿Cómo siguen las cosas? —le pregunté.

—¿Qué cosas?

—Con él.

—Bien... ¿por qué habrían de estar de otro modo? —replicó Sophie, algo extrañada—. Esta feliz por haber ga-

—¿Te gustan estas, Emilly? —preguntó mamá cargando unas servilletas de tela con detalles en encaje, y alzándolas frente a ella. Por detrás venía la encargada, merecedora de un nobel a la paciencia en lo que a mi madre se refería.

—Sí—dije sin prestar mucha atención—. Me parece que quedarán bien.

—A Ethan le encantarán todos estos arreglos, ¿no lo crees?

Yo solo asentí con una sonrisa. No pensaba decirle que me había olvidado de quien era Ethan. Demonios, ¿por qué tenía que tener una cabeza tan dispersa? No, si admitía que había olvidado al tío o al primo Ethan me ganaría una represaría que llamaría la atención de todo el negocio. Pero, ¿qué culpa tenía yo de que mi familia fuera numerosa? En las reuniones familiares no me podía acordar ni la mitad de los nombres.

Ya faltaba poco. Faltaba poco para que mi vida volviera a la normalidad, a mi nueva normalidad con Erik. Para que fuera solo de los dos, para acabar con los cientos de encargos, preparativos, decoraciones y cosas que no sabía ni que se debían tener en cuenta.

Sólo unas semanas más...

—Sí. Estoy segura de eso.

°°°

Me moría de hambre. No había desayunado en toda la mañana, por andar de aquí para allá como un simple pez que se deja arrastrar por la corriente, siendo conducido hacia lugares que no conoce y que no comprende. ¡Ni un solo café me habían dejado tomar, esas desalmadas!

Así que, apenas llegué al departamento, me puse a cocinar. Había invitado a Erik a almorzar, y ya que era cerca del mediodía, vendría pronto. Buscando el viejo libro de recetas que me había traído de casa, me puse a seleccionar algo para hacer. Debía redimirme de lo del otro día; se lo debía a Erik.

Busqué los fósforos para prender la hornalla, y cuando por fin los encontré en el pequeño comedor, me sorprendió encontrarme de cara con una réplica de un Picasso. Lo que era algo extraño, ya que nunca me había gustado Picasso. Debía de haber sido Sophie.

Volví a la cocina justo para sentir la puerta de la entrada abrirse, y unos segundos después, sentí que alguien me abrazaba por detrás. Cerré los ojos, con una sonrisa, y me apoyé contra el hombro de Erik.

Notas del PasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora